2 julio, 2025

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Los pueblos arrasados por la violencia

Cuando comenzó la guerra, la Frontera Chica vivió momentos de terror; Mier se convirtió en el símbolo de la tragedia pero no fue el único, miles de familias huyeron para ponerse a salvo

Es noviembre del 2010. Las calles empedradas de Ciudad Mier lucen desoladas; los emblemáticos edificios norestenses que tres años antes le valieron la declaratoria de Pueblo Mágico también están vacíos y destrozados por las balas.

En ese fúnebre paisaje, unas 400 personas avanzan en sus camionetas con las pocas pertenencias que pueden cargar. Se dirigen a la plaza principal de Miguel Alemán, donde un auditorio sirve como albergue para decenas de familias, víctimas de la guerra entre dos carteles que de un día para otro incendiaron a la Frontera chica.

Ahí están habitantes de diferentes poblaciones vecinas, -desplazados se les llama ahora- que no quisieron o no pudieron cruzar a Roma, Texas.

Todo empezó nueve meses antes, en febrero.
La batalla que ya aturdía al otro extremo de la frontera tamaulipeca, en la costa del Golfo, llegó hasta esa región bicultural y desértica.

Eran tiempos en los que las noticias tardaban en llegar, no por falta de tecnología sino por temor.
Por eso, pasaron muchos años para que diferentes investigaciones a cargo de organizaciones civiles, periodistas y defensores de derechos humanos, revelaran la magnitud del drama que se vivieron aquellos días.

Las familias de Mier nunca olvidarán -como dicen en los corridos- el 22 de febrero del 2010.
Ese día un convoy formado por al menos 15 camionetas irrumpió en el pueblo y atacó la comandancia de la Policía Municipal. De ahí se llevaron a seis agentes de los que nunca se supo nada.
Luego empezó una búsqueda casa por casa de integrantes del cartel rival, que fueron ejecutados en la plaza principal del pueblo.

Nada volvió a ser igual.

En los días siguientes, cuando continuaron las incursiones esporádicas de los criminales, los levantones, los secuestros y los fusilamientos, muchos habitantes decidieron marcharse.

Los que tenían la posibilidad cruzaron el río hacia Texas, los que no, se desperdigaron en otros centros urbanos de la frontera.
Según el censo del INEGI, en el 2005 había 6,359 habitantes en Mier; para el 2010 -el año de la huida- la cifra bajó a 4,762.
Pero los relatos de quienes decidieron quedarse apuntan que su municipio pasó de pueblo mágico a pueblo fantasma.

“Fue una época horrible, muchos se fueron y nadie quería venir para acá”, relata un profesor que habitó una comunidad cercana entre el 2007 y el 2012, y que cuando dice “nadie” se refiere a los doctores que debían atender a la población, a los transportistas que debían llevar víveres para abastecer a los dos o tres comercios que pese a todo, seguían en pie.

“Lo más incomprensible era que parecía que a nadie le importaba, no salía en las noticias, no mandaban refuerzos…”, cuenta, y en una frase describe la reacción de los tres niveles de gobierno ante aquella ola violenta que paralizó a una región, y le destruyó la vida a miles de familias.

La alcaldía quedó desolada porque el presidente municipal José Ivan Macías Hinojosa también se fue, aunque muchos aseguraban que hacía tiempo que ya despachaba desde el otro lado de la frontera.

El gobierno del estado, todavía pasmado ante el estallido violento, apostaba a silenciar los hechos.

Y la Federación, en pleno calderonato, no atinó una respuesta contundente. Según la crónica escrita por el periodista Diego Osorno para la revista Gatopardo. Pasaron muchas horas, para que el día que empezó la masacre de Mier, llegaran los primeros militares, que después se limitaron a recorrer el pueblo.

Por eso, nueve meses después cuando el Secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora, y el gobernador Eugenio Hernández Flores, se aparecieron en el municipio para mandar la señal de que todo había vuelto a la normalidad, los pobladores los recibieron con reclamos.

“Cada familia tiene un pariente desaparecido, ¿por qué tardaron nueve meses?”, “mataron a mi hijo y mi esposo está desaparecido”, “que se queden los soldados, pero que nos defiendan, que no se acuartelen como hacen siempre que empiezan los balazos”, les dijeron.

Tres meses antes, se había conocido la matanza de 72 migrantes en San Fernando.

Tamaulipas estaba en llamas.

Comales, Camargo

La guerra entre los carteles tuvo repercusiones en toda la región; desde los municipios más grandes, donde se concentró la atención mediática, hasta las rancherías que tenían la mala suerte de ser consideradas puntos estratégicos para los criminales.

A 56 kilómetros de Mier está Comales, que forma parte del municipio de Camargo.

Es un poblado que, por estar pegado a la presa Marte R. Gómez, alguna vez vivió momentos de relativa bonanza, justo en medio de una región muy valorada por el turismo cinegético.

Pero desde el 2010 nada volvió a ser igual.

Unas semanas después de lo ocurrido en Mier, desde Comales empezaron a publicarse mensajes inquietantes en las redes sociales.

“Aquí no hay ley, no hay nada todo está controlado hasta el gas, la comida, no se trabaja, no hay escuela, tiendas cerradas, exclusivas sólo para ellos, se de personas graves, enfermas en sus casas, no hay doctores…pero no hay como salir aunque sea a Camargo a ver un doctor estamos muriendo poco a poco…no se qué vamos a hacer no lo hago por mi, lo hago por mis hijos y por muchos inocentes del pueblo se los repito, vamos a morir o nos van a matar…espero su ayuda se los agradeceré toda la vida”, decía una de las publicaciones reseñada por la revista Proceso.

La ayuda una vez más tardó en llegar, y cuando pudieron y como pudieron, muchos emprendieron la huida.

Desafortunadamente, en Comales poco ha cambiado desde entonces. Si bien la guerra de alta intensidad del 2010, se transformó en una permanente sensación de inseguridad, en los últimos meses, una nueva disputa territorial del crimen organizado, ha convertido a ese poblado en escenario de cruentos enfrentamientos.
Con una particularidad; es la zona donde se han asegurado más vehículos con blindaje artesanal; ahí abundan los llamados “monstruos”.

También en Camargo, a 35 kilómetros de Comales se encuentra el ejido Santa Anita, que también cobró triste celebridad este año, cuando se conoció la masacre de 19 personas, 16 de ellas migrantes guatemaltecos que buscaban cruzar a Estados Unidos.

Miguel Alemán-Roma

Desde Roma Texas, se ven las antiguas construcciones del centro de Miguel Alemán, que originalmente se llamó San Pedro de Roma, porque en algún momento fueron prácticamente la misma ciudad.

Reflejan como ninguna otra en la frontera tamaulipeca, la cultura binacional.

Hoy en Roma, Texas viven 11 mil personas, la mayoría mexicanos, y muchos de ellos llegados en la última década. Hoy, es el epicentro de la crisis migratoria que azota al sur de Estados Unidos, porque se convirtió en el cruce fronterizo elegido por miles de familias centroamericanas que intentan conseguir asilo político.

Durante los peores tiempos de la guerra del narcotráfico, en el 2010, Miguel Alemán se convirtió en una especie de ciudad santuario, que acogió a cientos de familias de los municipios y rancherías vecinas.

Pero eso no duró mucho tiempo, con el paso de los años, la ola de violencia también se apoderó de esa ciudad y fueron muchos los que decidieron simplemente cruzar el río para asentarse del otro lado.

Por toda la frontera chica se tejen historias que retratan el horror de aquellos años.
Y las cifras oficiales, aunque se quedan cortas, confirman el éxodo masivo que se vivió.
En Camargo, según el censo del 2005, habitaban 17,587; para el 2010 cuando apenas empezaba la guerra, la cifra ya era de 14,933, y en Mier la población bajó de 6,359 a 4,762.

Fueron los tiempos en que el Valle de Texas se llenó de mexicanos de todos los niveles sociales.
En McAllen y Mission, Texas, por ejemplo, según las cámaras empresariales, se incrementó en 50% el número de mexicanos que tramitaron un crédito para viviendas entre enero y febrero de 2010.

De éstos, 70% eran habitantes de Nuevo León y 30% de Tamaulipas.
El paisaje cambió para siempre, y aún hoy no ha podido restablecerse.

Díaz Ordaz, Camargo, Ciudad Mier, Miguel Alemán y Guerrero, sufrieron la peor parte y aunque los éxodos masivos quizás hayan quedado atrás, hoy otras bandas criminales se disputan los mismos territorios, y las víctimas también son las mismas.

Por Staff

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