Dicen que los viajes ilustran. Viajas y vas viendo el incansable paisaje, el cambiante tono de los colores y escuchas otra música, como si el corazón latiese de otra forma. Aunque pudiera tratarse de un viaje a la tierra de nadie, que durmieras y no soñaras nada. Despertarías espantado, arrepentido de todo lo necesario.
Sin embargo algunos domingos son un viaje a la tierra de nadie. Son un socavón del espacio donde el viento es aire libre, oxígeno puro. Vas en la ventanilla y las horas que pasan dan en tu rostro como un bosque. Piensas serenamente en conquistar el mundo, hacia allá te diriges aunque el tren vaya en todas direcciones. Entonces te entra una llamada.
En el reanudado silencio que marca el exilio de los grillos, inician su viaje las hormigas coloradas.
Todos viajamos, hemos ido lejos o muy cerca, nos globalizamos, vamos a China aunque suene a manada, y hacia dentro conocemos nuestras células. La vida es un viaje completo en el pensamiento y otro en las calles.
Te vuelves a asomar por la ventanilla y no hay gente afuera, “todos a bordo”, gritó alguien como si fuese un barco, al cabo que vamos pensando.
Con la marea alguien pregunta por los familiares de fulano de tal que se aventó a nadar. Hay que pasar por las orillas, resbalar y caer al andén para quedar quieto el domingo, sin tronarse los dedos. A decir verdad todo es calma en los rieles mientras te rascas las costillas. Sacas el poder de las palabras para una pregunta a tu acompañante y la respuesta que escuchas es la misma pregunta, sólo dicha desde otra parte.
Hacia a dónde se dirige usted señor. Voy aquí a cenar a San Fernando. Ah bueno. Por qué. No por nada. luego uno de todos se queda dormido para cumplir lo que ya es profecía. El viaje sigue y no compraste boleto.
Antes se viajaba en carruajes, diligencias o a caballo entre el monte. Pensar en eso evitó muchos viajes, de tal suerte que quién anduviera de un lugar a otro era uno que se la rifaba de veras, un aventurero de los que inspiraban las películas de la época de oro del cine mexicano.
Los viajes ilustran sin importar a donde vayas. Todos en igual medida socavan la mirada. Cierras la ventanilla pues comienza a hacer frío a pesar de que aún no es invierno Así es Victoria cuando quiere. No traes tampoco la chamarra. Apenas vienes tú con la cobija, usted ya sabe con cuál camisa señora, con la cuadrada.
Vives detrás de los lentes por si alguien te busca, nadie te llama, así que olvidaste el celular sobre la mesa. Comienzas a publicar lo que piensas porque es lo inmediato, tienes que cuestionarte el precio de las cosas, el último gramo del cereal, el garrafón en las últimas. El viaje sigue durante el día y en los pasillos hace hacia el tenedor, con paradas de 5 minutos viendo una pintura de Velázquez.
Esto es un museo. Revisan el equipaje para que sepas que te faltan documentos, que no has leído lo necesario como para engañar al árbitro.
Reconoces que eso es cierto. Entonces te conformas con ver de lejos La Mona Lisa con su risa enigmática.
Quieres volver o apenas ir en la estación anterior, pero al contrario el tren avanza vertiginosamente, parece que el maquinista tiene prisa mientras que tú te cambias la camisa, caminas de prisa por los pisos lustrados con petróleo de la central camionera, no sé si está. Y sacas tu boleto a donde sea. Te pregunta la señorita si deseas ir a cualquier parte. Es la única salida de esa central de autobuses, eso entendiste, con tal de seguir en el viaje.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA