Después del Juego de Calamar ya nada será igual, y como en los juegos del poder también cambian las reglas, ya se perdió la bonita tradición a la que nos acostumbraron por casi cien años: la del Tapado, una especie de personaje delineado por las propias fuerzas políticas, formado a modo, con un solo partido político, pero con mucho misterio para crear suspicacias, deseos y bajos instintos, que derivarían en el elegido.
Los “millenials” no sabrán de que escribió, pero años atrás corrió mucha tinta por apuestas al personaje político que caricaturizaban como fantasma, trajeado y con una capucha blanca, que iba adquiriendo fuerza con el tiempo y se aderezaba de los comentarios en cafés y columnas políticas, era un juego donde el imaginario colectivo recibía fuerte dosis de suspenso para incrementar la adrenalina de contienda política.
Al término de cada sexenio, el gobernante en turno iba cediendo la estafeta política al amigo, compadre, cuate o socio más cercano y todos los que rodeaban al primero, empezaban
a abandonar el barco para trepar a la única opción a la vista, todo por salvar el pellejo, afianzarse en el negocio del enriquecimiento explicable que otorga la política.
Impensable fue siempre que detrás del Tapado, figurara un rostro femenino, ni en los corrillos del partido se mencionaba a una mujer, nunca.
Era como sacrilegio.
Así fue la costumbre hasta que llegó la alternancia, las redes sociales, la pandemia, la paridad (bueno esta no cuenta aquí), las prisas, la nueva forma de hacer la misma política.
Como resultado del cambio de las reglas del juego, ahora tenemos a los Destapados, por montones, por todos los partidos políticos, todos juntos y revueltos, por donde pases te saludará un precandidato que sonriente se ostenta como el elegido, igual que antes presume cercanía con el saliente, estar bien con dios y con los santos y traer las mejores intenciones.
Que confusión, nunca como ahora, hubo tantos tiradores para un mismo cargo. Y sí, todos juegan por una sola silla.
Se descobijan solos o los destapa el viento, el caso es que, van como antes, sin disimulo, sin paridad de género, ni siquiera una mirada femenina, que como en la serie de moda, los vaya eliminando del camino. Una no es ninguna, cuando en la línea de salida han puesto ya a más de diez.
La carrera de resistencia ha comenzado, muy antes de tiempo, y aunque ya son otros tiempos, sigue siendo un juego de poder masculinizado.
POR GUADALUPE ESCOBEDO CONDE