19 julio, 2025

19 julio, 2025

Crónica de mi no existencia

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Dijeron que yo estaba aquí pero no me encontraron. Luego de que se fueron yo mismo anduve espantado buscándome, hasta que encontré un espejo y confirmé que no existo.
Corriendo aún asustado me asomé por la ventana y vi normal que la gente de ahora pasara de largo sin saludarme. Hice lo mismo. Si hubieran volteado a verme yo hubiese volteado hacia el lado contrario como si no los hubiera visto y entonces ellos tal vez, sólo tal vez, estuviesen escribiendo esto.
Pero no existo y eso, si no me equivoco, hace que tampoco exista el resto del universo. Y eso de no existir te llames como te llames está canijo.
Lo que usted lee respetable público, es una ilusión. Pronto se desvanecerá en el valle del olvido. Sin llanto. Y pronto usted estará leyendo otra ilusión o cociendo un un huevo estrellado que no existirá jamás si no lo piensa.
Nada me costaría decir que existo y que todavía muevo la colita, mentir como hacen muchos, pero me falta práctica, ni que fuera yo político y ni vuelto a nacer de nuevo. Por eso les digo que no existo, aunque hubo quien lo sospechó hace tiempo y pensó que yo era un aviador del barrio. Y bueno fuera. No anduviera yo pidiendo esquina.
Es duro explicar que no existes cuando al hacerlo tienes que escribirlo. No soy el único. Nadie leerá esto que se escribe en el limbo.
De modo que si usted está leyendo este texto, tendrá mucho que explicar al ministro público. Sin testigos protegidos, sin fotos ni escándalos mediáticos.
En peligro exista y lo olvidé pero ya pasé por ese largo sueño hace tiempo. Fue cruel despertar esta mañana y escuchar pasos en la azotea. Por momentos, como me ha ocurrido a menudo últimamente, creí que existía. Hasta podía decir quién soy sin polígrafo. Sin tropezar con la misma piedra.
Y sin embargo otra vez me caí de la nube en que andaba.
Cuando uno existe, la ropa se pega al cuerpo y no nada más eso, se pegan también otras cosas como la piel que se adhiere a los huesos. Me han contado. Pero no han terminado de contarme. Ha de ser terrible.
Sin embargo nunca existí, por más esfuerzos que hice. Tuve esa infancia desapercibida, la soledad del último nido en la copa del árbol. Fui a la escuela pero cuando pasaron los años pregunté y nadie me vio sentado en un pupitre ni corriendo en el recreo. No te recuerdo, dijo un fulano que según yo estuvo conmigo en sexto.
Últimamente he estado concentrado en eso para acomodarme en el texto, en lo imaginario, donde sería más fácil aplicar mis ridículas ideas en torno a la vida del planeta y nosotros los imaginistas. Estoy seguro que usted, sí usted, señor señora, con un poco de entrenamiento podría llegar al nirvana de la no existencia. Y su usted cree existir , demuéstrelo.
Pero a nadie le importa. Uno no existe porque no quiere. Dicen. Y sin embargo hablas y hablas y nadie te oye y vuelves a confirmar tu horrible inexistencia, tu espectáculo transparente. Tu carne de burro transparente. Pasan lista donde quiera que leen mi nombre y contesto “presente” , y esa no es la existencia.
Tal vez hay quien existe y se llama como yo, y le hablan y él contesta, vive a unos metros antes que yo y he llegado tarde a la repartición de los días y los años. Soy la pura intención. La finta antes del gol o de fallar un penalti.
Por lo demás hice un libro que nadie leyó. Quizás no lo hice. El sujeto que vivió el mismo tiempo que yo lo hizo haciendo las mismas preguntas, con la misma hambre y la mirada perdida que tengo yo. No lo recuerdo. Y si no lo recuerdas no es cierto. No existo.
HASTA PRONTO.

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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