El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador está calentando las universidades con torpezas y declaraciones irresponsables, como consecuencia de su desdén por la educación superior.
Esto se puede comprobar con el castigo presupuestal a las instituciones públicas, mientras asigna mil millones de pesos a la farsa de sus universidades “Benito Juárez”, donde la precarización educativa será, deliberada o inopinadamente, el objetivo ulterior. Su desprecio por el conocimiento ha allanado el espíritu troglodita en
su equipo de trabajo que actúa con arbitrariedades e ilegalidades, prepotencia y amenazas.
López Obrador y sus colaboradores están utilizando la fuerza para imponer y someter, y al querer aplastar al CIDE, escenario de la última embestida contra la educa- ción superior, han generado anticuerpos que, aunque es- tán actuando con prudencia, advierten una ruta de coli- sión que hoy se ve inevitable por la lógica del gobierno, dibujada hace unos días por el impugnado nuevo direc- tor de la institución, José Romero Tellaeche, que como presión para que alumnos y maestros regresaran las ins- talaciones que tomaron, les recordó que eran territorio federal. Nadie entendió la amenaza, pero lo que dejó en- trever es la posibilidad de utilizar a militares para des- alojarlos.
¿Qué pretende el presidente? Claramente, colonizar y alinear acríticamente a su proyecto las instituciones de educación superior, bajo la premisa que elaboró Romero Tellaeche en un artículo en el número 345 de Trimestre Económico de marzo del año pasado, donde argumentó que las ciencias sociales no sirven. “Las ciencias sociales y humanidades… aunque evidentemente importantes, no están relacionadas con la producción nacional de bienes y servicios”, escribió. “¿El país requiere que 31% de los in- vestigadores mexicanos estén dedicados a las ciencias sociales y humanidades?… Los académicos en México se han convertido en un estamento con intereses propios, combativos, que defienden sus prerrogativas pero que aportan muy poco a la sociedad, y se resisten al cambio”.
López Obrador no quiere una sociedad pensante, porque no sabe enfrentar críticas ni tolera disidencias. Su pensamiento único, que tiene orígenes en el pensa- miento conservador, busca conquistar las mentes. El di- que son las instituciones de educación superior, con su pensamiento crítico y pluralidad, que les estorban a sus amagos totalizadores. En Centroamérica en los 80’s y en América del Sur en los 50’s y 70’s, maestros, líderes es- tudiantiles o sindicalistas eran enemigos de las dictadu- ras porque pensaban y actuaban, y los asesinaban. Hoy, la Fiscalía General acusa a científicos de delincuencia organizada y quiere encerrarlos en penales de máxima seguridad. Es decir, cambiaron los métodos, pero no los esfuerzos por controlar las mentes, que es lo que diaria- mente intenta en las mañaneras.
La embestida contra las instituciones de educación superior tiene diferentes caras. La última es el conflicto dentro del CIDE, donde la elección de Romero Tellaeche, aunque envuelta en fallas procesales y mentiras de la di- rectora del CONACYT, María Elena Álvarerz-Buylla, se encuentra dentro de los parámetros de la legalidad. Lo que es improcedente es la purga iniciada por el nuevo director contra académicos que habían expresado independencia del gobierno. Este conflicto no tiene hasta ahora un puente de comunicación, pero están creciendo los apoyos a la comunidad académica agraviada del CIDE. El más notorio es el comunicado de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior, la ANUIES, que al pedir el diálogo como mé- todo de solución de la controversia, expresó de manera implícita que no están de acuerdo a cómo Álvarez-Buylla procesó la designación del director.
El paro en el CIDE no es el único. Desde hace unos cinco meses los alumnos tienen tomada la Universidad de las Américas en Puebla, en protesta por lo que con- sideran un asalto a esa institución en donde están invo- lucrados el gobernador de Puebla, Miguel Barbosa, y el fiscal general, Alejandro Gertz Manero, en apoyo a un miembro de la familia Jenkins, empantanada desde ha- ce años en un conflicto de dinero entre los hermanos. Ese conflicto no tiene para cuándo resolverse, y su liti- gio en tribunales ha impactado la vida académica de la universidad.
López Obrador ha expresado directamente sus agra- vios contra la UNAM de manera hostil y pública, acusán- dola de manera falaz de ser un reducto del neoliberalis- mo que acalló la crítica durante los gobiernos tecnócra- tas, y contra la Universidad de Guadalajara, a partir de la influencia que tiene en esa institución Raúl Padilla, quien creó y encabeza la Feria Internacional del Libro, la más importante en el mundo de habla hispana, y que López Obrador y su séquito de intelectuales orgánicos conside- ra, con el pensamiento simplista y reduccionista que los caracteriza, bastión del conservadurismo.
La mano autócrata del presidente y la forma como sus colaboradores actúan ha tenido réplicas en el país. El mejor ejemplo es la gobernadora panista de Chihuahua, Maru Campos, quien en la mejor escuela de López Obrador, se metió a la Universidad de Chihuahua y pre- sionó para que se precipitara la sucesión en la Rectoría, con el argumento político no explícito de que esa admi- nistración era fiel al exgobernador Javier Corral. Campos, que se dice demócrata, ejerció la mano dura en esa ins- titución.
La temperatura en las instituciones de educación su- perior se está elevando peligrosamente. El conflicto en el CIDE está galvanizando apoyos de universidades pú- blicas y privadas, así como empieza a sumar alumnos de diferentes escuelas de la Ciudad de México. El foco rojo no sólo está ahí. Está en Puebla, en Chihuahua, Jalisco y en otros estados donde los gobernantes están viendo en el ejemplo desde Palacio Nacional, la coyuntura pa- ra controlar esas grandes cajas de resonancia y debate público que son las instituciones de educación superior. No pensar en lo que esto puede significar, puede tener consecuencias importantes. Bufonadas como las del pre- sidente cuando insta a la comunidad universitaria a no parar clases sino a manifestarse en las calles, revela una visión estrecha, pero incendiaria. ¿Quieren que salgan los estudiantes a las calles? Siga así. El problema es a ver cómo, cuándo y a qué costo los regresan a las escuelas.
POR RAYMUNDO RIVA PALACIO
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