Cuatro años de gestión ya no dejan duda. Hay un abismo entre el discurso y la realidad. Las verdaderas prioridades de un gobierno están en los hechos.
Pero quizá lo más sorprendente del caso es la ausencia en los hechos, y también en el discurso, de la niñez.
La atención a la niñez debería ser un tema metaideológico, que está más allá de derechas o izquierdas, todo gobierno serio acepta que no habrá bienestar auténtico sin atención sistemática a la niñez.
En nuestro hoy vapuleado pasado, en 1929, hace casi un siglo, se creó la Asociación Nacional de Protección a la Infancia, AC, un organismo no gubernamental, vinculado a la esposa del presidente, Portes Gil, en ese momento.
Un amplio voluntariado –no tan voluntario– con rasgos de caridad cristiana empezó la cruzada. Así se abrió brecha a la atención materno-infantil con un enfoque prioritario en la alimentación. Las incipientes instituciones –Departamento de Salubridad– se encargaban de la parte sanitaria.
Desde entonces, la evolución institucional no cesó. En 1961, Adolfo López Mateos creó el Instituto Nacional de Protección a la Infancia, el INPI, que impulsó los desayunos escolares. Después llegarían el IMAN (1968), el gran Hospital Pediátrico que daría vida al Instituto Nacional de Pediatría y finalmente el DIF o Sistema de Desarrollo Integral de la Familia. El tema siempre fue prioritario.
El remate formal se dio con las varias reformulaciones del artículo 4º constitucional que establece el “interés superior de la niñez” y las interpretaciones jurisprudenciales que le dieron contenido al 4º.
Pero también en los hechos se avanzó y mucho. Gracias a la muy valiosa labor de Mario Luis Fuentes en México Social, que aparece en las páginas de Excélsior, y al incansable trabajo de UNICEF, le podemos dar seguimiento al reto.
Alrededor del 2015 se llegó a 97.2% del esquema completo de vacunación: “Las otras vacunas”, M. L. Fuentes.
Ese año comenzó el declive; para el 2020 habíamos caído a 74.65%. La tendencia es alarmante, los rubros específicos hablan por sí mismos: difteria, tétanos y tosferina de 93% a 86% en el 2020; tuberculosis de 100% en el 2016 a 33% en el 2020.
En datos preliminares hasta junio del 2021 la cobertura universal de esquema completo podría rondar 13%.
El Observatorio Mexicano de Vacunación (Omevac) afirma que la carencia de vacunas afecta a 7 de cada 10 niños. Sarampión y tuberculosis merodean de nuevo. ¡Qué es esto! ¿Qué ocurrió? En el 2015, sí, en esa era de oscuridad previa al renacimiento nacional, México recibió un reconocimiento de la OMS en materia de vacunas logrado por Cofepris y Birmex.
Hasta allí llegamos con décadas de trabajo. Ningún gobierno posterior a la Revolución cesó en el esfuerzo.
A la destrucción sistemática, hoy hay que sumar el covid y la crisis económica que ha llevado a 3.2 millones de familias a “limitación de acceso a alimentos por falta de dinero”, Inegi. Necesitamos una sacudida ética para recuperar las verdaderas prioridades del bienestar.
El grave rezago en vacunación anuncia un dolor de la sociedad mexicana que aparecerá tarde o temprano. Debemos recuperar la sensibilidad humana y social que se ha perdido en los últimos años por subvertir todo como forma de gobierno.
Los índices de violencia intrafamiliar se han disparado y la violencia contra los niños, también. Se sabe que cualquier registro será muy inferior a los hechos, pues como afirma Almudena Olaguíbel de UNICEF, es imposible rastrear las bofetadas, gritos, insultos, agresiones y abusos sexuales que viven millones de niños día a día.
Debemos exigir, con independencia de filias y fobias, un orden ético mínimo en el cual las mentiras y los olvidos, éstos en particular, sean severamente condenados.
Es una afrenta pública no saber cuántos muertos ha costado la pandemia, cuántas vacunas se tienen y en qué condiciones, cuántos niños carecen de alguna indispensable.