La invasión militar rusa a Ucrania del 24 de febrero, como la de la URSS a Checoeslovaquia en 1968, son operaciones militares inevitables. Las grandes potencias recurren a ellas, algunas veces por razones de seguridad, en otras para defender u ocupar posiciones geopolíticas, apropiarse de las riquezas de otros países o expandir sus dominios.
La historia humana está llena de ejemplos.
En tiempos recientes, sin embargo, con el señuelo de frenar la propagación del comunismo, cuarenta países liderados por los Estados Unidos atacaron a Vietnam del Sur a principios de 1964, agresión en la que murieron cinco millones de personas y concluyó en 1975 con la derrota de las tropas estadounidenses.
A raíz de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, el ejército norteamericano se apoderó de Afganistán. Después de que los Talibanes se negaron a entregar a Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda y autor de los atentados, los gringos realizaron una intervención que privo de la vida a unos 172 mil hombres y mujeres, entre ellos 33 mil niños y 72 periodistas, en la que volvieron a ser derrotados.
En 1991 y el 2003 los EE. UU. invadieron Irak.
La justificación fue, en el primer caso, la ocupación de Kuwait, uno los países petroleros más importantes del mundo, aliado del gobierno de Washington, perpetrada por el ejército de Sadam Hussein. En el segundo, inventaron que el dictador poseía armas de destrucción masiva que jamás fueron localizadas. Por más que buscaron, lo único que encontraron fue petróleo, pero, como resultado de la acción, el gobernante fue depuesto y ejecutado.
En ambos conflictos perdieron la vida unas 800 mil personas, la mayoría, por supuesto, iraquíes.
Comparadas con los decesos de la primera y segunda guerras mundiales, las bajas aludidas resultan reducidas.
En la de 1914-1918, el costo de vidas humanas fue de más de 20 millones, en la de 1939-1945, más de 62 millones. Tan solo las víctimas mortales causadas por las bombas atómicas lanzadas el 6 y 9 de agosto de 1945 por aviones norteamericanos a las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, ataque que obligó a Japón a rendirse, ascendió a 300 mil, todas inocentes, dado que no eran objetivos militares sino blancos civiles.
Además de destruir países, la reconstrucción, igual que la venta de armas, es un negocio altamente lucrativo de los conflictos bélicos. En el caso de Irak, se estima que únicamente la restauración alcanzó la estratosférica suma de 600 mil millones de dólares, tarea que, obviamente, fue asignada a las empresas de los países invasores.
El 19 de marzo de 2011, un ejército conformado por mercenarios y fuerzas armadas de la OTAN atacaron a Libia. La excusa, democratizar a la nación; en el fondo, no obstante, como ocurrió con la invasión del Golfo Pérsico, el propósito fue adueñarse de la riqueza petrolera, privatizarla y transferir el control a empresas extranjeras.
La operación llegó a su fin ocho meses después con el derrocamiento y asesinato del líder libio Muammar al Kaddafy.
En la invasión de Ucrania, la pretensión de Rusia es frenar la expansión de la Alianza Atlántica y la instalación de nuevas bases militares lanza misiles de mediano alcance, con las que la organización occidental tiene rodeado al territorio ruso.
La pregunta obligada es ¿permitirían los EE. UU. que Rusia instalara bases de cohetes en México y Canadá? La respuesta es no, los estadounidenses recurrirían, como lo ha hecho ahora el gobierno ruso, a las acciones que fuesen necesarias, incluida la guerra, para conjurar la amenaza que eso representa para su seguridad.
Así lo hicieron en la crisis de los misiles de octubre de 1962. La, instalación de armas nucleares de la Unión Soviética en la Isla de Cuba, a solo noventa millas de territorio norteamericano, detonó un conflicto que estuvo a nada de desencadenar una conflagración atómica.
Afortunadamente, la diplomacia logró desactivar el peligro. El premier soviético, Nikita Kruschov, aceptó que la URSS retirara los misiles de la isla a condición de que los Estados Unidos hicieran lo mismo con los sistemas de ataque emplazados en Turquía y otros países y que, además de dejar de hostigar al gobierno de Fidel Castro, desistieran de sus intentos de invadir a la nación caribeña.
El presidente Jon F. Kennedy accedió y el riesgo se disipó.
Sin embargo, a raíz de la desintegración de la URSS de 1991, Norteamérica y sus aliados volvieron a apostar bases de ataque nuclear alrededor de Rusia, como las de Turquía, los Balcanes, Rumania y Polonia. Bajo esa circunstancia, el riesgo de que Ucrania se adhiriera a la alianza atlántica y Moscú quedara a cinco minutos de un ataque letal aéreo, obligaron a Vladimir Putín a tomar medidas extremas.
Quizá hay quienes olvidaron o desconocen que, como ha sucedido a Ucrania, las tropas de los Estados Unidos invadieron México en 1846. Como resultado del acuerdo firmado en 1848, que puso fin a la ocupación, el gobierno Yanky obligó al gobierno mexicano a cederles más de la mitad de nuestro territorio, desde California, pasando por Nuevo México y Arizona, hasta Texas.
De todo ello se puede concluir que, si la OTAN insiste en acorralar a Rusia, la tercera guerra mundial será irremediable.
Desgraciadamente, en estas pugnas letales por el poder global no cuentan el sentir ni los sufrimientos de los pueblos, tampoco los muertos, los derechos humanos, mucho menos la devastación del medio ambiente, lo único válido es la victoria, el botín de las conflagraciones y el sojuzgamiento de los vencidos.
POR JOSÉ LUIS HERNÁNDEZ CHÁVEZ
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