Nunca se sabe cómo terminará una guerra, con frecuencia ni siquiera queda claro cómo empezó.
Para los rusos empezó desde que el colapso económico y territorial de la Unión Soviética no fue aprovechado para la desmilitarización de occidente, es decir Estados Unidos y Europa, sino para reforzar su cerco geográfico militar y extender su modelo económico a los países de la anterior área de influencia rusa.
Para Ucrania, la guerra civil empezó con el golpe de estado de 2014 que derribó un gobierno pro ruso e impuso otro favorable a la integración económico militar con occidente. Para la alianza occidental, la OTAN, la guerra empezó el 24 de febrero con la invasión rusa a Ucrania como un evento sorpresa, imprevisible y no provocado.
No sabemos en qué terminará esta guerra, pero es claro que está involucrando a cada vez más países fuera de Ucrania y que tendrá un preocupante impacto en la economía y las finanzas globales.
La guerra mayor, la que involucra o pretende involucrar al planeta entero, no es de momento afortunadamente, militar, pero si diplomática, informativa, económica y financiera.
No se puede ignorar el inaceptable sufrimiento de los ucranianos, la huida de millones de sus hogares y medios de vida, la sangre derramada, la destrucción de infraestructura y la parálisis de sus actividades productivas y exportaciones que será muy difícil de remediar una vez que termine esta locura.
Al momento han muerto cerca de 700 civiles en Ucrania, pero puede escalar; recordemos que la invasión a Irak provocó casi un millón de muertes y la de Afganistán unas 150 mil.
Los 6 mil quinientos millones de dólares que acordó el congreso norteamericano en ayuda militar para Ucrania, más los 500 millones de euros aprobados por el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz, también entregados en armamento, auguran un conflicto muy prolongado.
Hay otro espacio del conflicto que también demanda atención; se trata de la guerra que involucra o pretende involucrar al planeta entero, que de momento y afortunadamente no es militar, pero ocurre en los campos de batalla de la economía, los flujos financieros, las actividades productivas, la diplomacia y la información.
Es esta, la guerra global, la que podría llegar a tener mayores consecuencias en sufrimiento y vidas, sobre todo en los países y poblaciones más vulnerables.
Porque ésta no es una guerra localizada sino de una amplitud y consecuencias nunca antes vistas.
La directora del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, destacó que África es particularmente vulnerable a los impactos de la guerra por mayores costos de alimentos y gasolina, menos acceso al financiamiento internacional, menos turismo y escasas capacidades internas para afrontar estos problemas.
Para ella el grave problema local no impide observar los impactos lejanos. Y estos empobrecerán no solo a la población rusa, y africana, sino incluso a la norteamericana, europea y, por supuesto, mexicana. Estados Unidos dejó de importar petróleo, gas natural y carbón rusos y presiona fuertemente a Europa y el resto del mundo para que hagan lo mismo.
Los precios del crudo son 30 por ciento superiores a los de hace 14 días; y la población norteamericana resiente costos de la gasolina que son cerca de un 50 por ciento superiores a los de principios de año.
Al dislocamiento de las cadenas de abasto provocado por la pandemia se suma un nuevo dislocamiento del mercado global originado en las sanciones que buscan castigar a Rusia lo más posible.
Solo hay una excepción relevante, Europa no ha roto los mecanismos de pago por el gas ruso que sigue llegando por medio de ductos, algunos de los cuales atraviesan Ucrania y, hasta el momento no son objetivos militares de ninguna de las partes.
Rusia no quiere dejar de vender, Europa no quiere y no puede dejar de comprar. No obstante, la exclusión de bancos rusos del sistema financiero global, el temor de las empresas navieras internacionales a las sanciones norteamericanas y la prohibición de recibir barcos rusos en puertos de los países que se suman a las sanciones, excluyen a las mercancías rusas del mercado mundial.
De continuar esta situación se puede crear un grave problema alimentario mundial; no solo elevación de precios, sino franca escasez.
Estados Unidos ha extra territorializado sus leyes al aplicarlas a todo tipo de transacciones que se realicen en dólares en cualquier parte del mundo y lo mismo hace con su tecnología, al prohibir a empresas chinas, por ejemplo, exportar a Rusia cuando hacen uso de tecnología norteamericana. Mantener reservas monetarias en dólares se convierte en un importante riesgo a la soberanía de los países en caso de mantener una política de neutralidad en el conflicto.
La secretaria de comercio norteamericana, Gina Raimondo y la subsecretaria de Estado, Victoria Nuland advirtieron a China que ser neutral no es una opción. Si eso advierten a una gran potencia como China; no cabe duda de la importancia de la presión sobre países menos fuertes.
El ministro de relaciones exteriores chino Zhao Lijian, respondió que los Estados Unidos no puede imponer una jurisdicción de largo alcance en la relación entre las empresas chinas y Rusia. Si lo hace China se verá forzada a responder de manera fuerte y firme, advirtió. Estados Unidos considera que las sanciones son un castigo necesario por la invasión rusa.
El ministro de economía de Francia, Bruno Le Maire, dijo que causaran el colapso de la economía rusa. Al costo de apretarse el cinturón por el mayor precio de la gasolina y la energía en los países ricos; pero que puede ser brutal en miseria y hambruna para los países pobres.
Desde la perspectiva rusa las sanciones no corresponden a un mero castigo como lo fueron en ocasiones anteriores, sino que apuntan a un cambio de régimen.
Estados Unidos y Europa instigan a una rebelión interna, sea de los oligarcas, las elites políticas y/o la población para destituir a Putin.
El presidente ruso ha respondido con una ominosa reflexión; dijo que las medidas para derrumbar la economía rusa eran equivalentes a un acto de guerra.
No fue muy responsable acorralar a un oso rabioso en el pasado; y no lo es en este momento. Se requieren negociaciones serias que pongan fin a la batalla de las potencias sobre suelo ucraniano y a la guerra económica. Hemos entrado a escenarios de ganar tiempo en varios planos.
Estados Unidos y Europa esperan que las sanciones realmente destruyan la economía rusa o provoquen un golpe de estado que derribe a Putin. Rusia espera que la inflación económica, los costos de armar a Ucrania y los costos de recibir millones de refugiados rompan la coalición europea y acepten negociar en sus términos.
La administración Biden espera una victoria que pueda reforzar el patriotismo norteamericano y fortalecer su administración; pero enfrenta el riesgo de que el próximo 8 de noviembre los ciudadanos voten a favor de un senado y una cámara de representantes decididamente republicana. La guerra podría terminar si Putin cae; si Europa decide no seguir en la aventura militar o si la administración Biden pierde las elecciones y se ve obligada a negociar.
Entre tanto se confirma que la intensa globalización económica no asegura la paz; lo que provoca es que en caso de guerra todos seamos involucrados.