El caso de Debahni no ha terminado ni tampoco nuestra indignación. Su feminicidio ha visibilizado las profundas carencias en los mecanismos de erradicación de violencia contra las mujeres. Recordemos que, tan sólo en su búsqueda, se encontraron cinco cuerpos más de mujeres desaparecidas. En México, la desaparición de mujeres ha estado ligada a dos fenómenos perversos: la violencia feminicida y la trata de personas.
Así lo reportó el Comité contra la Desaparición Forzada de Naciones Unidas en su visita a México en 2021, al declarar que los casos “corresponderían a desapariciones vinculadas con la sustracción, a desaparición como medio para ocultar la violencia sexual y feminicidio”. Así lo postuló la sentencia de Campo Algodonero, emitida por la Corte Interamericana de Derechos Huma nos el 16 de noviembre de 2009, donde se encontró al Estado mexicano como responsable en la desaparición y posterior muerte de Claudia, Esmeralda y Laura. Campo Algodonero se consolidaría como una de las bases de todas las políticas y estrategias para erradicar la violencia contra las mujeres, y traería al ojo público la enorme crisis en materia de violencia contra las mujeres en nuestro país.
La investigación y protocolos que atienden la desaparición de mujeres no pueden hacerse sin perspectiva de igualdad de género. Es una realidad que las mujeres desaparecen y mueren por el simple hecho de ser mujer y, por lo tanto, se requiere un trato especializado para atender estos delitos.
Un trato que vaya más de los estereotipos machistas. No podemos olvidar las declaraciones infames de Aldo Fasci, secretario de Seguridad de esa entidad, de que “la mitad de los casos son desapariciones por el simple hecho de que no se reportan con sus papás las menores o las mujeres adultas”, cuando se le increpó por la desaparición de María Fernanda Contreras Ruiz, unos días antes de la desaparición de Debahni.
Por otra parte, se encuentra el vínculo de las desapariciones de mujeres con la trata de personas. Entre las personas que han desaparecido en nuestro país, los hombres son mayoría, excepto en el rango de edad de 15 a 19 años, donde las mujeres representan el 67% de los casos, y en el rango de 10 a 14 años, cuando representan el 70 por ciento. Esta es una de las razones por las cuales José Luis Castillo se negó a aceptar la versión de la Fiscalía de Chihuahua de que su hija Esmeralda, quien desapareció en 2009, está muerta. José Luis Castillo se ha vuelto una figura en el movimiento feminista nacional por su participación constante cada 8 de marzo al grito de “No olviden a mi hija”.
De acuerdo con datos de las Unidades de Prevención de la Violencia y el Delito de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, en México, seis mujeres desaparecen al día. Un 40% de las personas que desaparecen no son encontradas. Por otra parte, el Consejo Ciudadano de Seguridad Pública y Procuración de Justicia de la Ciudad de México informó que el 80% de los reportes de trata de personas se vinculan a la desaparición. Mientras que asociaciones civiles reportan que nuestro país es ya el tercer lugar a nivel mundial en cuanto a víctimas de trata.
Cuando una persona desaparece, el dolor de las familias es una herida abierta. No importa cuántos años pasen, las familias mantienen la esperanza de encontrar a sus familiares con vida. En el caso de las mujeres, esta esperanza se vuelve una angustia que se acrecienta al pensar que sus hijas puedan estar siendo víctimas de tráfico sexual. No puedo imaginar el dolor de las familias al pensar que éste es el destino de las mujeres y niñas que les faltan.
El sábado 23 de abril se sepultó a Debanhi. Con cada día se suman seis mujeres más al número de desaparecidas. Se suman casos que presentan inconsistencias en cuanto a la investigación. Se suma impunidad. Se suman familias destruidas. En Nuevo León, en Tlaxcala, en Zacatecas, en la Ciudad de México, en todo el territorio nacional. El feminicidio de Debahni aún nos indigna, porque la violencia contra las mujeres no puede pensarse como un problema sin fin, endémico al machismo en nuestro país. Tenemos que seguir clamando por un mejor país en el que mujeres y niñas puedan vivir sin miedo.
Por Catalina Monreal