9 julio, 2025

9 julio, 2025

El valor civil de subir a un triciclo

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Corremos. Nunca dejamos de ser niños. El cuerpo cuando crece y se hace viejo batalla para controlar la curiosidad e hiperactividad del infante escondido. En alguna zona de la experiencia diaria el niño juega a ser grande, «tienes que reaccionar con responsabilidad» dicen los demás. Y es cierto. 
Pero si pudiésemos olvidar. El terreno donde uno creció aún tiene las huellas de la batalla y éramos niños. Ahí está el patio y el mercado rodante, el parque, el agua de orchata. 
La niñez, hoy de grandes sabemos para qué sirvió haberla vivido. El resumen que guardamos de la infancia ha sido un peso en la bolsa, los pantalones de mezclilla, dos historias que siempre pláticamos, y tal vez conservemos una fotografía recordándonos muy pequeños en el regazo de nuestra madre. 
Ser grande es sólo de cuerpo. Por lo demás deberá uno presentar un lenguaje más amplio y algún repertorio de experiencias no siempre chingonas cuando se es grande. En cambio llegamos a casa y nos tiramos al suelo y volteamos a vernos hace unos años jugando sin problemas. Niños llorando por un cono de nieve. 
Frente al espejo pasamos dos veces y la tercera vez que pasamos ya somos el niño que siempre hemos sido. El resto del día andamos serios hasta que alguien descubre que no es cierto, si nos espiaran verían más seguido al niño revelde. Al niño que se esconde lleno de remordimiento. El que trae lonche. 
De pronto alguien arroja una pelota y te diriges a ella ahora niño grande por el extremo derecho Leones Messi y metes un gol en la imaginaria. Qué suerte, no venía nadie. Quebraste el vidrio de la distancia. Corres de nuevo como llegaste, tomas el carril de la izquierda y escuchas la canción de moda, es la misma que aquella canción que no recuerdas. 
También de pronto eres un señor y no un niño y de eso se dan perfecta cuenta los niños del barrio que hace mucho te excluyeron de sus juegos. No importa que les lleves juguetes. Tampoco importa si intentas imitarlos haciendo el ridículo. Cuenta ser niño que se sale por los ojos y habla aún con los pájaros. Cuenta ser niño a la hora de hacer una pregunta sin respuesta. Cuenta ser niño de veras. 
Andamos que no nos han dejado preguntar lo que deseamos saber. Hace rato que nos queremos salir de la fiesta para ir a jugar fútbol. Sonreímos cuando estamos solos, casi siempre. 
De grandes bailamos y soltamos aquel salto que nos hace famosos. Que otros rían es lo que andábamos buscando en el medio de la Sala. Ensayamos mucho hasta que se nos da dejarnos caer con naturalidad. Hay que tener gracia para cuando es de verdad. Los movimientos más creativos son niños que acaban de nacer. Son caídas serias, agujetas sueltas. 
Muchas veces el niño que hay en nosotros, o que huye de nosotros, prevé su caída y por eso continúa. Es lo que quería, llenarse de lodo en el charco. Meter los tenis en el lodo. Eso nos queda claro. Por eso el niño se llueve y no se oxida, aguanta y resiste el viento despeinado, escucha de muy lejos y vuela cuando nadie lo mira. 
El niño que juega, adentro se echa un partido de fútbol con sus fantasías animadas de ayer y hoy. Queda empatado y el árbitro está conmocionado ante dos equipos que no saben a qué están jugando. Como dicen los clásicos. 
Decíamos que el niño que ha crecido- y que hoy es nuestro cuerpo increíble y grande- suele ir aún tras la pelota y quizás nunca la alcance. En un descuido podría tener el suficiente valor civil de subirse a un triciclo. 
HASTA PRONTO.

Por Rigoberto Hernández Guevara

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