VICTORIA, TAM.- «Tener un carro viejo es como tener un hijo loco, no sabes en qué momento te va a meter en un problemón», decía don Manuelito, un mecánico de la vieja guardia, de esos que sabían lo que le dolía a un coche con sólo escucharlo llegar.
Todos aquellos que han pasado esta experiencia lo saben muy bien.
A raíz de la masiva importación de autos de procedencia americana, tanto legal como ilegalmente, el parque vehicular que rueda por la ciudad ha crecido de manera exponencial.
Esto trajo consigo no solo un tráfico endemoniado, sino además una gran demanda de refacciones y autopartes para reparar la «troquita» o el «carrito para las vueltas» que suele ser el único patrimonio con llantas que una familia promedio puede poseer.
También debido a esto se multiplicaron los talleres mecánicos, vulcanizadoras y refaccionarias por toda la mancha urbana.
Y qué decir de la típica estampa citadina recreada por un vehículo con más de 20 años de antigüedad echando humo o con una llanta metida porque le «tronó» una rótula.
Aunque desde hace varias décadas se podían ver unidades americanas circular por todo el estado, este fenómeno se acrecentó de unos 20 años a la fecha.
Pero ésta es solo la mitad de la historia.
Darle mantenimiento a un auto de medio uso, se puede convertir en un calvario interminable.
Ciertamente comprar un auto de este tipo, es como comprar un billete de lotería: puede ser que te toque uno en muy buenas condiciones, o uno te provoque un dolor de cabeza cada semana.
Es ahí donde viene el conocido rito de encontrarle la maldita falla a un coche.
Muchas veces esto no depende solamente de la pericia y experiencia de un mecánico, sino de la complejidad de los nuevos sistemas y motores de cada auto.
El Caminante sabe muy bien de esto, ya le ha tocado lidiar de primera mano con coches latosos.
El momento cumbre de este viacrucis es cuando ya se tiene identificada la falla y se acude a la refaccionaria a buscar la dichosa pieza.
Es ahi dónde suele ocurrir una especie de «catarsis» en el mostrador de algún negocio de refacciones.
«Al principio creíamos que era la pila, luego lo descartamos y pensamos que era el alternador, así estuvimos pruebe y pruebe hasta que supimos que era esta pieza» contaba un compa un tanto aliviado, por descubrir que la falla de su auto solo requería una refacción de menor costo.
El hombre en el mostrador solo atinaba asentir con la cabeza y esbozar una ligera sonrisa mientras otro amigo hurgada en la bodega para hallar el triperío de cables multicolor que el cliente había solicitado.
«Asi como este amigo llegan todos los días personas, explicando lo mal que la han pasado, por un mal diagnóstico de la falla de sus coches, unos que incluso tardan semanas o meses en atinarle» narraba Toño al Caminante.
«Muchos llegan a pedir piezas que ni siquiera existen o que no corresponden al modelo y coche qué estan reparando, incluso alguna vez un cliente se puso a llorar porque ‘ya no veia la puerta’ con tanto contratiempo, ya se había gastado miles de pesos refacciones y composturas y su carro nomás no quedaba» cuenta el dependiente del mostrador.
«A veces, llegan relatando la falla de su motor y aquí mismo se topan con algún mecánico qué les orienta o incluso les corrige la plana, y le sugiere checar de diferente manera el problema, son mecánicos viejos que se las saben de todas todas, porque quiero que sepa que hay unos maistros qué sólo hacen dar vueltas y vueltas a los clientes para sacarle dinero, y eso pues no está bien verdad» cuenta Don Toño.
En algunas refaccionarias se puede sentir este ambiente de solidaridad y camaradería, entre clientes, algunos con la mirada perdida en los posters de mujeres con poca ropa qué adornan las paredes del negocio.
También, llegan algunos que buscan una pieza que sinceramente no van a encontrar más que en el yonque, y se retiran desesperanzados, pues comprenden que la reparación de su coche va ser más complicada de lo que pensaban.
«Hay muchas piezas difíciles de conseguir, de hecho a veces les comentamos que vayan a otro negocio, o a otra refaccionaria donde si la van a encontrar, y nos agradecen que los orientemos, no importa que no compren aquí, porque tal vez se perdió una venta pero se ganó un cliente» comenta el hombre tamborileando el mostrador y con su pluma en la oreja.
Ojalá que está camaradería y buena voluntad nunca se pierda, pues nuestra sociedad sufre una marcada falta de los valores qué hacen posible la sana convivencia entre semejantes. Demasiada pata de perro por esta semana.
Por Jorge Zamora