Oiga Don Chon ¿y qué lo motivó a dedicarse a la tamaliza? – preguntó el Caminante – ¡Pues la chingada jodencia! – responde el viejón y tira la carcajada.
Con esa lucidez y buen humor, es como el hombre de casi noventa años inicia el relato que nunca antes se había contado.
“Todos los que me vienen a entrevistar siempre quieren hablar de los tamales, y se los agradezco mucho, pero hay una historia que casi nadie conoce y yo quiero que todo mundo la conozca” sentencia el hombre al tiempo que se sienta en un sillón, en la trastienda de su afamado negocio.
Asunción Balderas Carmona nació en Miquihuana el 15 de agosto de 1942, en el seno de una familia en pobreza extrema.
Es el doceavo hijo de una ristra de 18 hermanos, que fueron educados bajo una extrema disciplina, es decir ‘a puro chingazo’. “Mi papá nos golpeaba mucho, así se acostumbraba en aquellos años” recuerda el ‘don’. Asunción era un niño de solo siete años cuando su padre falleció, y quedó al cuidado de un tio, que resultó igual de golpeador. Unicamente le aguantó quince días: el pequeño Chon decidió huir de casa.
Al amanecer, tomó aquel sendero de piedras y caminó 43 kilómetros hasta que el sol se ocultó. “En aquel entonces no había camiones a cada rato, y de pronto me encontré en la oscuridad, chillando con miedo por no saber que hacer, a mitad de la noche y a mitad del camino”.
En ese momento, entre la penumbra brillaron dos faros de un camioncito, que se dedicaba a repartir vino entre las rancherías de manera clandestina, y el conductor era un familiar de Chon, un coronel retirado del ejército que había luchado en la revolución. Al verlo a la orilla del camino, el tio aquel le preguntó que hacía ahí, y el niño le confesó los motivos de su huida.
“Te llevaré en el camión a donde vamos, pero después te voy a llevar de regreso con tu mamá” sentenció el pariente, quien tenía fama de rudo y que portaba pistola a la cintura. Después de recorrer Tula, Palmillas y Jaumave llegaron a Victoria al anochecer, y se estacionaron en el desaparecido barrio del 8 y 9 Zaragoza.
El Coronel se distrajo un par de minutos saludando a los nietos y dejaron solo a Asunción. – ¿Y que hizo en ese momento Don Chon? – ¡Que brinco! ¡Ámonos! y caminé hasta el Sierra Gorda, y ahí le pregunté a una señora dónde quedaba el mercado, pues ahi estaba el negocio de un primo de mi mamá, Santana Amaya – narra al Caminante. Don Chon cuenta que el tio le abrió su casa en el 8 Juan José de la Garza, y le dio un empleo en uno de sus dos negocios de abarrotes… solo que nunca le dio un sueldo: su paga eran las tres comidas del día.
Ahí duró trabajando 14 años, de 5 de la mañana hasta las 7 de la noche.
Chon no fue a la escuela ni un solo día, pero fue en esa chamba donde su propio tio le enseño a leer y escribir y a hacer ‘las cuentas’ mentalmente, pero si cometían un error al cobrar, el castigo siempre era corporal.
Asunción no conoció los zapatos sino hasta los 19 años, y eso porque tenía que enlistarse para ‘marchar’ en el servicio militar, antes de eso, siempre anduvo descalzo y solo tenía un par de pantalones. Cumplió Chon los 22 años y se matrimonió.
De esa unión habrían de nacer 8 hijos. Para entonces ya tenía su terrenito a las faldas de la Loma justo en el 11 y 12 ‘calle nueva’.
Con el tiempo el hombre se fue a trabajar con ‘los chinos del 12 Hidalgo’, y ahí continuó aprendiendo el oficio de tendero y entregando las compras en la zona centro con un carretón. Un dia a su casa llegó un emisario del gobernador Norberto Treviño Zapata, un tal Emilio Villarreal Guerra, explicando que mediante un decreto se iban a expropiar esos terrenos en la loma del Muerto, ya que ahí se iba a construir el fraccionamiento para empleados de una fábrica… que nunca se concretó.
El funcionario le dijo que tenía que ponerse listo porque si no, le iban a dejar en la calle. Chon se asesoró con un abogado y después de mucho estira y afloja, logró obtener un buen terreno de 25 x 23 metros en la colonia Norberto Treviño Zapata, recién fundada en un lugar donde antes solo había sembradíos de cacahuate.
Ya en este predio Chon puso una tienda que terminó por quebrar pues solía fiar a sus clientes. La necesidad de darle comida y abrigo a sus hijos lo empujó a poner una taquería.
Un día, un compadre dueño de un bar, le pidió que le preparara una tamaliza para su negocio. Chon aceptó a regañadientes: aún sin saber cómo prepararlos, le hizo dos latas de tamales. Eso fue alrededor 1965.
En ese entonces no había tantos tamaleros, solo él y un señor de apellido Cavazos. Y de ahí pa’l real. Desde entonces Don Chon deleita a los victorenses con sus deliciosos tamales, y nunca ha dejado de retribuirle a su tierra Miquihuana con regalos y tamales cada navidad en alegres posadas.
La vida ni ha sido fácil para Asunción, pero a punta de esfuerzo y disciplina logró sacar adelante a su familia repleta de profesionistas, y hoy espera seguir contando con la preferencia y cariño de los victorenses. Demasiada pata de perro por esta semana.
Por Jorge Zamora