Las elecciones de gubernaturas de este año tuvieron márgenes de victoria más holgados que las de años pasados, es decir, fueron menos reñidas que antes. Históricamente, entre 2003 y 2018, una de cada cuatro contiendas por gubernatura tuvo márgenes de victoria menores a cinco por ciento. Este año, sólo una de seis contiendas tuvo un margen menor a seis por ciento (Tamaulipas).
Tras los más recientes resultados electorales, algunos voceros del partido en el gobierno han afirmado que los triunfos de Morena no sólo se deben al creciente aprecio que una parte importante del electorado ha mostrado ante las políticas públicas del gobierno federal en turno, sino que éstos también se deben, en parte, a su método de selección de candidaturas mediante encuestas.
Según este argumento, el hecho de que Morena decida candidaturas mediante encuestas le ha permitido identificar candidatos y candidatas a cargos de elección popular con gran reconocimiento y apoyo popular.
Aunque se conoce muy poco sobre las encuestas utilizadas por Morena —digamos, cuál es su marco muestral utilizado para decidir quién puede ser encuestado o no, cuáles son las preguntas utilizadas o cómo son ponderadas, qué aspirantes son considerados o incluidos en ellas o no, etcétera—, en caso de ser cierto, el argumento puede tener cierto mérito.
Considere un escenario imaginario en el que la mayoría de los partidos seleccionan candidaturas por designación directa (algún tipo de dedazo, por así decirlo), o bien mediante una elección interna que resulte sesgada por contar con un procedimiento sumamente irregular. Frente a tales alternativas, no sería sorprendente que una encuesta bien diseñada y suficientemente representativa pudiera identificar candidaturas que resulten más competitivas que sus rivales y que eventualmente consiguieran amplio apoyo en las urnas.
Si la mayoría de los partidos políticos realizaran encuestas similares a las descritas arriba, podrían identificar más de un candidato o candidata competitiva y uno esperaría poder observar elecciones reñidas. Sin embargo, seleccionar candidaturas mediante encuesta no es la única ni necesariamente la mejor opción disponible. Por ejemplo, si la mayoría de los partidos políticos realizaran elecciones internas o primarias con procedimientos ejemplares, quizás también podrían identificar candidaturas competitivas.
El que las elecciones en México sean poco reñidas quizás sea una consecuencia de que la mayoría de los partidos no cuentan con procesos de selección de candidaturas ideales. Sin embargo, este no podría ser el único factor por considerar puesto que las etiquetas partidistas, el gasto de campaña o las propias políticas públicas también pueden incidir en el resultado electoral más allá de la calidad de las y los candidatos.
El presidente de Morena ha manifestado que la candidatura presidencial de 2024 será decidida mediante dos encuestas nacionales.
Una ventaja de decidir candidaturas mediante encuestas bien diseñadas y transparentes es que éstas podrían ser relativamente replicables: otros partidos o actores interesados podrían replicar las encuestas de Morena.
Una desventaja de recurrir a encuestas es que no hay una forma obvia de decidir cuáles son las personas que deberían figurar en el cuestionario, cuáles serían las preguntas clave para determinar un ganador. Más allá del diseño muestral y del cuestionario, también tendría que determinarse qué podría hacerse cuando los intervalos de confianza entre dos punteros se traslapen: ¿se repetiría la encuesta? ¿Se calcularía la probabilidad de victoria?
Baste recordar que las boletas electorales no incluyen una pregunta o fraseo explícito, solamente se pide “marcar el recuadro de su preferencia”, mientras que las encuestas electorales suelen tener varias preguntas más o menos explícitas que pueden inducir una respuesta u otra. ¿Pueden las encuestas sustituir la competencia al interior de los partidos políticos? ¿Podrían sustituir la competencia partidista?
Por Javier Aparicio




