En esta zona del parque, que es la más antigua, se puede apreciar el contenido de las parejas que se abrazaron. Son muchísimos detalles los que reproduce este parque en la memoria de la ciudad. En el eco se confunde el presente con el pasado entre los árboles.
Las plantas son otras y la mirada también, cual es más vieja. Desde lejos es un jardín chico para la ciudad que hoy somos. Quienes pasamos por ahí y cruzamos somos los mismos. Sin grandes cambios. Aunque hoy hay quienes pasean por ahí perros extraordinarios.
En ciertos momentos de la comedia hubo lágrimas que llovieron en las bancas de madera del siglo XX. En esa puerta del tiempo se sube uno al tranvia de los chiquillos que juegan al recuerdo. Hay sin embargo un resto de olvido.
Hay quienes por lo que usted quiera van y se toma una selfie. Como que no se dan cuenta. De pronto un individuo pasa fumando y atrás de él el humo es un viaje al pasado. Un olor a tabaco muy viejo.
Los cotorros son viejos inquilinos, antes de su recorrido diario sobre las altas palmeras, que si las miras un rato tardas un momento en volver a la tierra. Traen bocinas, estoy casi seguro de eso, pero con distintas canciones. Hasta que se marchan vuelve el inconforme silencio. Que se cree dueño.
El tiempo se reivindica en sus juegos y en patines cruza estos como aquellos días. No le voy entendiendo muy bien, pero en el parque puedo elevar un papalote, levantar en caballito la bicicleta absurda de mi imaginación. Dibujo con tiza de un árbol quemado por un rayo. He puesto ya un letrero que me anuncia en esa parte de la memoria.
Dicen que se escucha el sonido de los pasos cuando no hay nadie, dicen que como en otras ciudades aquí ocurre otra vida y actuamos cuando no nos miran. A veces siento que alguien me mira desde una fuente derribada por una administración pública, o desde la explanada solitaria.
En el parque, o paseo, un pequeño recinto al aire libre recibe a las personas que vienen al concurso. Ahí canté horribles canciones. En esta zona la imaginación se ha apoderado de las figuras del teatro, de los músicos y de los bailarines. Del público con el obligatorio elote, del el perro que los vino siguiendo.
Pero un paquete de parques lleva aquellos parques imaginarios con resbaladilla y todo. Un niño con bajo presupuesto es capaz de instalar un parque bajo la mesa y descubrir la curiosidad por saber donde viven las hormigas coloradas.
En la explanada de esa plaza un político hizo un excelente discurso, pero hace muchos años de eso, y ni él recuerda qué fue lo que dijo ni por qué lo hizo. Enfrente están los niños héroes que, heridos y todo posaron para la estatua de yeso y fierro. No cuesta mucho creer que son ellos. Pusieron una bandera en medio y Juan Escutia la sujetó por un momento.
Aquí se realizaron bailes populares. Y miles de carros, quizás millones aquí han dado la vuelta interminable antes de casarse o ya de consorte. Hay un espacio con juegos infantiles que se alegra con ese paisaje de colores. El emblemático grito endordesedor del silencio espera la noche en alguna parte.
Por todos lados se comienza a meter el sol, pues los árboles más altos y viejos han perdido la batalla. En las bancas aún hay sombras de quienes estuvieron y después se fueron. Como en el mar.
El pequeño paseo absorbe las miradas, en el centro colocaron atinadamente un hermoso monumento a la madre. Sobre todo, el cielo juega con las nubes grises que revolotean.
Aquí, sí comienza a llover, hay que ponerle Jorge al niño, o dejarse cubrir con la lluvia y abrazarla, tan fresca como una bocanada de agua. En el Paseo Méndez.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara




