2 julio, 2025

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El secreto de Tomás

El respeto y la tolarancia son los valores que nos sitúan en la sociedad, y que deben ser cultivados desde niños

TAMAULIPAS.- Tomás nació en Ecatepec en el estado de México. Solía ser un niño normal, juguetón pero un tanto tímido. En la primaria constantemente se veía involucrado en discusiones con sus compañeritos. «Este niño va a ser abogado, salió muy bueno para alegar» decía su mamá cada que Tomasito se veía inmiscuido en alguna pelea verbal.
Eran los primeros años de la década de los 80’s.
Fue en cuarto grado cuando la manera en que sus amigos y compañeros cambiaron su manera de tratarle.
«¡Juan Gabriel, Juan Gabriel!» le gritaban sus compañeritos.
El niño ni siquiera comprendía porque los demás le llamaban así, cómo el popular cantante mexicano.
Cuando llegó a quinto grado, quiso ingresar a la banda de guerra, pero el profesor a cargo lo rechazó. «Aquí no aceptamos niñas» le dijo el profe a Tomás alzando la voz.
Cómo era de muy buenas calificaciones, su maestra lo recomendó para participar en el examen de selección de la escolta de nuestra enseña patria. No consiguió obtener el primer lugar, el cual ocupaba el abanderado, pero obtuvo el segundo, qué era para el sargento, es decir quién guiaba el andar de la escolta entera.
Tomás aprendió a marchar y los comandos de voz marciales.
Sin embargo, cada que se hacían honores a la bandera, en las filas de los grupos se escuchaba un cuchichear, y los demás estudiantes imitaban su manera de marchar y dar órdenes.
«Ahí va el joto» le gritaban.
Tomás entró a la secundaria en septiembre de 1985, pero un fuerte temblor que estremeció a la Ciudad de México y su zona metropolitana forzó a su familia a emigrar a provincia, pues el multifamiliar en que vivía quedó muy dañado tras el sismo.
El niño, sus papás y sus dos hermanos menores fueron a radicar a Tamaulipas.
En un ambiente completamente distinto, diferente clima, y hasta forma de hablar, Tomás batalló mucho para adaptarse a su nueva realidad. Pero lo que realmente complicó su estancia en el norte del país fue el marcado acoso escolar.
Tomás, ahora adolescente seguía sin comprender porque todos a su alrededor le llamaban joto o maricón.
«Yo no soy joto» se repetía el muchacho en su mente «¡ni siquiera me siento afeminado!»
Al llegar al segundo grado sucedió algo qué literalmente puso su mundo de cabeza. Tomás se enamoró.
Su mente evocaba día y noche la imagen de esa persona que le había robado el corazón, imaginaba su voz, sus ojos, su boca, sus manos y el color de su piel. Solo qué su «amor platónico» resultó ser su maestro de ciencias naturales.
Tomás no lograba comprender porque se sentía tan atraído a otro hombre y mucho mayor que el. Aunque está sensación le hacía sentir mariposas en el estómago, al mismo tiempo lo invadía una profunda vergüenza y preocupación, pues él siempre se había sentido «muy hombrecito» (hasta admiradoras tenía) y no podía procesar los sentimientos que le provocaba su profesor.
¿Porqué siento esto? ¿porqué no me enamoré de una mujer o de una maestra? ¿qué van a pensar mis papás si se llegan a enterar?
En aquella época las personas homosexuales eran cruelmente estigmatizadas, y solo se les relacionaba con estéticas o cantinas, y Tomás no se veía a sí mismo haciendo lo mismo.
Pasaron los años y Tomás finalmente aceptó lo que tanto se empeñaba en negar. Tomás era homosexual pero se mantenía «en el clóset».
Al cumplir 28 años decidió hablar con sus padres y explicarles lo que con tanto pesar se había guardado.
«Ay m’ijo, pero eso nosotros ya lo sabíamos – le respondió su madre al tiempo que su padre solo guardaba silencio pero sin enfado – no tienes nada de que avergonzarte, además ya estamos en el año 2001, las cosas han cambiado mucho, tú solamente concéntrate en ser feliz y ser un triunfador, porque yo parí un joto chingón» le dijo su mamá emocionada y orgullosa, con lágrimas en los ojos.
Fue hasta el año 2005 que Tomas inició su primera relación seria con otra persona del mismo sexo (en la prepa tuvo un fugaz noviazgo con una chica que lo mando a volar una semana después).
Tras varios intentos fallidos, finalmente Tomás encontró a su media naranja, con quién ya lleva una década y a sus 49 años finalmente hace preparativos para casarse con el.
«No sabes lo mucho que me costó aceptarme y adaptarme a un mundo homofóbico y cruel» – cuenta Tomás a su gran amigo de años El Caminante – «ahora ya se empieza a respetar la diversidad sexual, y y si no nos aceptan al menos nos toleran».
Ojalá qué Tomás, así como muchas otras personas de diferente orientación sexual, logren vivir plenamente, y que todos sus derechos civiles y humanos sean respetados. Demasiada pata de perro por esta semana.

POR JORGE ZAMORA
EXPRESO – LA RAZÓN

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