VICTORIA, TAM.- La ciudad nos abraza, aun en la intolerancia, la ciudad sigue siendo el refugio de la libertad.
Cierto que las ciudades se abren y toman otros destinos, ya no es la ciudad el centro de centros de la vida social sino que su discurso se abre hacia la periferia, sus fábricas, sitios de recreo, que la transfieran a pequeños cotos de poder para quienes detentan mayor poder adquisitivo y zonas marginales en torno a maquiladoras, y colonias populares.
Ciudad Victoria, en el lapso de 60 años, abierta a los caminos imposibles cuando se superan los viejos tendajos y aparecen los poderosos centros comerciales, y el mercado de abastos popular como el Mercado Argüelles, superado por los grandes almacenes que enriquecieron la economía citadina.
La ciudad que conocí donde el barrio era el cinturón de protección familiar y de las buenas costumbres.
La tolerancia, el acercamiento entre vecinos y los lazos solidarizarlos ahora perdidos. La ciudad cuadriculada por la tradición española, con ejes centrales que la mueven de oriente a poniente, con la división de sus calles por números antes que los nombres, la ciudad es un centro de lo humano, de lo posible de sentir, de enamorarse de la oscuridad y disfrutar la luz de los focos en los juegos nocturnos de nuestra infancia.
En tanto cercana, la posibilidad de inter – cambio, de la gratitud y la amistad, fortalecida por las creencia, y la vecindad con los centros de trabajo, las áreas de gobierno, las plaza, la iglesia y el casino, que distingue de las zona marginales de la ciudad.
El casino como foco de los comerciantes, de políticos, de profesionales que consolidan un poder so – bre la ciudad.
La ciudad que conocimos de puertas abiertas, de banquetas para la charla nocturna, de lugares secretos para los amoríos y la zona de tolerancia, la roja que albergaban la vida galante como espacio recreativo y tabú en nuestra adolescencia, me refiero al famoso “Zumbido”.
En nuestros tiempos se busca redescubrir los lazos de cercanía social, los aspectos so – lidarios del barrio, por encima de los fraccionamientos, qué han enfriado la conducta social, pero que representa un resguardo, un cinturón de seguridad.
Mirar al barrio es retornar a la ciudad en su palpitar, en la sensibilidad del rostro urbano.
La ciudad así se distingue por el mejoramiento del espacio urbano, desde las banquetas, la iluminación y el mobiliario, cosa olvidada por los últimos ayuntamientos que han administrado a la ciudad. Es la convivencia, el lazo primordial, la seguridad en los espacios y la limpieza de sus calles y lugares de recreo.
Se adolece de aspectos primordiales de planeación aparentemente insignificantes, la improvisación, el agotamiento de ideas per – fila a una vida apática y abandonada así misma.
Los espacios de recreación , como la plaza pública requiere de la vitalización de su imagen con equipamiento urbano, la señalética de sus calles, el funcionamiento de los semáforos, y la ordenación del uso de los automóviles y la movilidad en el espacio público con el respeto a las normas elementales de tránsito y uso del suelo.
El desorden impera en el casco urbano, el abandono a las normas de respeto vial, y de fraternidad ciudadana, producto del abandono e incumplimiento de las normas de gobierno municipal. La inexistencia del control de estacionamientos en desventaja al peatón, al ciudadano común.
La falta de aplicación del reglamento de tránsito y el desorden notorio en el uso del automóvil en zonas estrictamente peatonales. La ciudad es una identidad social que a to – dos nos pertenece. No se puede abaratar la imagen con falsos simbolismos, El colocar alegorías “cuerudas”, esto es dibujar orlas fantasiosas que nos remiten a una falsa apreciación de la tradición con grotescas acepciones de nuestras tradiciones, y me refiero a las alegorías en ciertas zonas de la ciudad, por ejemplo en la instalación seudo escultórica, del 17 Hidalgo, la calle cerrada, debería de ser un ejemplo de belleza y limpieza.
Allí como en otras zonas se ha dibujado “alegorías cuerudas”, sin ninguna razón esté – tica ni funcionamiento visual.
La ciudad requiere de respiración de boca a boca que contribuya al enriquecimiento de su tejido social con el arbolado de sus calles, la pintura de las casas, de un eficaz alumbrado público, de mobiliario urbano en la zona del Rio San Marcos y la habilitación del mobiliario de plazas y jardines públicos.
Por eso es vital y trasparente la pro – puesta de los Hermanos Tirado en la llamada “Calle Mágica”, imagen elocuente de lo que podemos hacer. Ejemplo a seguir en las colonias y zonas marginales. No es un proyecto de elite, es una consideración urbana como respiro social, en – cuentro de voces, de saludos, y vecindad.
La ciudad significativa versus la anomia. Dice Jordi Borja, el afamado urbanista de Barcelona, España, que por cierto conocimos aquí, por su libro “La Ciudad Conquistada”, Alianza Editorial: “La ciudad tanto más incluyente cuando más significante.
La ciudad lacónica, sin atributos, sin monumentalidad, sin lugres de representación de la sociedad de sí misma, es decir sin espacios de expresión popular colectiva, tiende a la anomia y favorece a la exclusión.
La ciudad se hace con ejes de continuidad que proporcionen perspectivas unificadoras, con elementos polisémicos, con rupturas que marquen territorios y diferencias y con centralidades distribuidas en el territorio que iluminen cada zona de la ciudad, sin que por ello anulen del todo áreas de oscuridad y de refugio.
La ciudad sin es – tética no es ética, el urbanismo es algo más que la suma de recetas funcionales, la arquitectura urbana es un plus a la construcción. El plus es el sentido, el simbolismo, el placer, la emoción, lo que suscita una reacción sensual. La ciudad del deseo es la ciudad deseable y que estimula nuestros sentidos.
POR ALEJANDRO ROSALES LUGO