Los fríos y calculadores números advierten que no todos los hombres son agresores, pero a la vez confirman que, casi el cien por ciento de las mujeres en el planeta, en algún momento de nuestra vida hemos sido agredidas por un hombre. No todas lo perciben y no todos lo aceptan, pero las violencias se cuentan desde un acoso sexual, disfrazado de piropo; un hostigamiento laboral, simulado como cortesía; el abuso doméstico, normalizado como amor; la violencia institucional sistemática que fomenta la impunidad; y la más grave de todas las violencias el feminicidio, que no se tipifica como tal y entonces no se acepta y no se trata como una epidemia nacional.
Para visibilizar estas y tantas otras formas de agresión hacia la mujer, de violencia machista, se promueven hilos de conversación digital, en propia voz y letra de las víctimas se van narrando las conductas antisociales normalizadas, que afectan tanto a las mujeres.
“Soy sobreviviente de violencia machista” revela Dora de la Cruz, co fundadora de la Red de Mujeres Periodistas de Tamaulipas, reportera con visión de género, activista por los derechos humanos de las mujeres, responsable de una organización de la sociedad civil para asistir a madres solas y referente del periodismo no sexista; enumera: Sufrí acoso sexual en mi infancia, me han violentado en la calle, enfrente discriminación laboral por ser mujer, otras mujeres me han ayudado, el machismo tiene cura.
La última línea es la que nos compromete como feministas a cambiar la historia, primero en un ejercicio de reconocimiento propio, del conocimiento del problema para entendernos mejor, para saber de qué forma nos ha afectado a lo largo de la vida y luego a no quedarnos como víctimas impasibles, sino colaborar como sociedad para que no siga pasando.
Yo también soy sobreviviente de violencia machista, pero no lo sabía, creí que las labores domésticas eran tareas propias de mi sexo; que un hermano me celaba porque me cuidaba; que si me acosaban era mi responsabilidad; además crecí pensando que, si me pasaba algo era porque yo lo provocaba, entonces para sobrevivir en la jungla de los varones, tuve que masculinizarme y asumir como culpas propias los malos comportamientos de ellos.
Creía que el amor duele, que la maternidad es sacrificio, que cuidar a la familia le corresponde solo a la mujer, que el abuso machista es solo sexual, que ellos son así, pues porque son hombres y ya. Que la mujer debe darse a respetar y que el hombre llega hasta donde la mujer se lo permite; estas y otras falacias metidas en mi mente desde la infancia han sido muy difícil de sacar, pero se logra.
En 2020 la UNICEF emite una guía para ayudarnos a detectar las violencias de género que sufrimos, entendiendo ésta como “cualquier agresión, acción o conducta que dañe o lesione el cuerpo, los sentimientos, la dignidad o la vida de una persona por razón de su sexo o género”, y sugiere que, para ayudar a una persona a salir de estos círculos viciosos, escuchemos sin prejuicios, apoyemos sin discriminar, permitamos que la persona afectada tome a su tiempo sus propias decisiones, no forzar su exposición ni ir por la vida buscando a quien se sienta agredidas, sino estar listas para dar información precisa sobre servicios de ayuda disponibles, cuando se nos solicite.
Visibilizar los casos con respeto, confidencialidad, seguridad y no discriminación, entender además que, aunque los datos confirman que esta violencia afecta más a las mujeres, también la sufren las personas que no cumplen con los estereotipos de género.
Por Guadalupe Escobedo Conde