“Quiero sentirme libre” es una de las tantas consignas feministas que se pintan en cartulinas alzadas por las manos de mujeres en las manifestaciones públicas para exigir espacios libres y seguros para todas; “Vivas nos queremos”, se lee y se grita.
Y es que salir a la calle en este país, sí se es mujer, representa una actividad de doble riesgo. Cifras actuales que publica Cimac, informan sobre el incremento de las agresiones hacia las mujeres en su movilidad cotidiana; Así que, sí se tiene necesidad de salir a trabajar, estudiar o simplemente caminar, se implementan mecanismos propios de sobrevivencia, como las redes de apoyo entre las amigas.
Es costumbre ahora que, entre amigas se comparta la ubicación en tiempo real, en el trayecto de un lugar a otro, avisar al momento de la salida y confirmar la llegada, tiempo atrás nos sugerían caminar siempre por calles iluminadas, hoy en día sabemos que un foco incandescente no detiene al infractor, entonces se aprovecha las tecnologías para seguirnos en el camino.
Sin embargo, ni eso contiene el acoso y hostigamiento callejero.
“Antes de la pandemia, la CDMX reportó que el 96 por ciento de las mujeres fueron víctimas de algún acto de violencia en el transporte público, desde agresiones verbales, contacto físico forzado o persecución, en 8 de cada 10 casos los atacantes fueron hombres”, cita del reporte de Cimac, escrito por Berenice Chavarría.
A nivel nacional, la autoridad reconoce que el 93 por ciento de las víctimas de delitos sexuales en el transporte son mujeres, problemática que limita su capacidad de movimiento.
“De camino a casa quiero sentirme libre, no valiente” no es una ocurrencia del movimiento feminista actual, desde mucho antes de la pandemia, las colectivas comenzaron a documentar que subía la cifra de acoso callejero, de riesgo en los espacios públicos y se pide a los gobiernos que, con perspectiva de género, se implementen acciones que nos allanen el camino.
Segregarnos en transporte rosa o en unidades conducidas solo por mujeres no resuelve el problema cuando es estructural y sistemático, cuando la violencia, casi imperceptible para muchos, de un piropo o un roce, nos agrede por la invasión a nuestra dignidad humana.
La intimidación, las miradas lascivas, los silbidos, la persecución, la masturbación y exhibicionismo, el acecho, la toma de fotografías, los tocamientos y palabras insinuantes son algunas de las agresiones que vulneran a las mujeres en parques, tiendas, transporte, lugares de recreación, escuela o trabajo, también en las calles o hasta en las oficinas públicas; luego nos dicen que, sí una anda hasta tarde fuera, es que somos valientes, pero queremos ser libres.
Por Guadalupe Escobedo Conde