La transformación que tanto se proclama desde hace cuatro años ha sufrido uno de los ajustes más predecibles, con miras a sortear las dificultades que implican los próximos dos años. Hay una nueva etapa en la que se deja atrás el rotundo éxito de la austeridad republicana para dar paso a la pobreza franciscana. Ya no sólo se trata de ajustar gastos, ahora se trata de administrar la pobreza.
Ante semejante declaración, de inmediato la perspicacia despertó el sentido del humor que existe detrás de esa frase: tal vez la risa sigue siendo el mejor mecanismo que nos permite enfrentar la realidad. Si, por ejemplo, los resultados obtenidos durante los años en los que la mencionada austeridad se planteó como principio económico derivaron en un recorte presupuestal a la educación, qué nos podemos esperar ante el anuncio de que se seguirá el ejemplo de la orden franciscana.
El anuncio se realiza en medio de un contexto en el que se tensan los frágiles hilos que sostienen la economía de nuestro país y justo cuando en el panorama internacional se asoma la amenaza de que la economía estadunidense sufra una “recesión técnica”, sumada a la desaceleración que se observa en países europeos y en el gigante asiático, China. Se juega a los dados sobre una mesa de cristal en la que, según el discurso presidencial, México parece el que ha vencido a la suerte. Sin embargo, nadie podría omitir que uno de los pilares que ha sostenido a la economía mexicana son precisamente las remesas que llegan como el bálsamo enviado más allá de la frontera norte.
Vaya pobreza franciscana la que se puede experimentar en las carteras y presupuestos en las diversas áreas del gobierno, cuando las obras faraónicas de este sexenio siguen viento en popa y los boquetes financieros de Pemex y la CFE son como agujeros negros que consumen, de manera insaciable, muchos de los recursos. Así, bajo la bandera de un nacionalismo más anquilosado y con las promesas de una soberanía energética, se justifica todo tipo de gasto en ambas “empresas productivas del Estado”, como, por ejemplo, la construcción de la refinería de Dos Bocas. Y tampoco es que, a estas alturas del sexenio, se quiera perder esa mina de oro que son los contratos –cada vez más sumidos en la opacidad– y la veta electoral que implican los sindicatos de trabajadores de dichas entidades. Imposible ponerlo en discusión: mejor administrar la pobreza para que se opere el milagro franciscano y no dejen de llegar los recursos necesarios para que sigan floreciendo los jardines paradisiacos de Manuel Bartlett y Rocío Nahle.
Curiosa manera de entender esa nueva etapa en el ejercicio económico cuando, bajo el argumento de que “nos estaba significando un alto costo al presupuesto”, López Obrador haya decidido que su ley es la única que impera y declarara al Tren Maya como una obra de Seguridad Nacional. Y, si semejante determinación la adereza con un patrioterismo rancio en el que afirma –sin ninguna prueba, como es su costumbre– que la decisión se tomó por la “injerencia” de Estados Unidos, pues comienza a repartir los dulces que tanto le gustan a sus fieles y religiosos seguidores. Sin embargo, no se dejará de invertir en dicha obra, a pesar de que su presupuesto original sea una muy mala broma, en comparación con el costo que, hasta la fecha, ha implicado esa construcción. Otro lindo paraíso administrativo en el que el voto de la pobreza franciscana no tiene lugar, sólo el voto de la opacidad.
Tampoco se ha observado dicha política en la “contratación” de médicos cubanos que también implica un gasto del cual quedan más preguntas sin contestar en la misma medida en la que observamos la precariedad del sistema de salud en todo nuestro país. Vaya paradoja que sólo el cinismo y la ideología trasnochada puede explicar.
Según las palabras del actual mandatario, en la nueva etapa se ajustarán los recursos –lo de menos son los viajes al extranjero que realicen los funcionarios, por cierto– porque se buscan mantener los programas sociales a toda costa. Lo cual no es ninguna novedad: se necesita blindar la mejor vía electoral con la que cuenta el gobierno. Se debe administrar la pobreza para que el milagro franciscano extienda su manto y no falten los recursos para sostener las campañas: “amén” se escucha en los pasillos de Palacio Nacional, mientras se abre la cartera política a las religiones evangélicas.
Por Carlos Carranza