TAMAULIPAS.- De niño el Caminante quedaba maravillado con el paisaje urbano al visitar la Ciudad de México.
No solo por los grandes edificios qué enmarcaban las calles transitadas por cientos de autos, la inercia con la que los capitalinos se movían era tal, que sin darse cuenta ya había entrado en el ballet cinético de los transeúntes.
Como típico provinciano, su atención era atrapada por los iconicos gigantes de concreto como la torre Latinoamericana y el castillo de Chapultepec.
Vagar por el centro histórico entre vendedores ambulantes puestos de comida y uno que otro carterista era un placer que poco a poco se convertiría en un estilo de vida para el Caminante.
Pero perderse en las calles del centro histórico no solo es un paseo, es también una aventura con cierto grado de riesgo.
La rueda de la vida llevo al Caminante a vivir en otras ciudades y puertos, hasta que decidió echar raíces en Ciudad Victoria.
Al día de hoy recorrer la mancha urbana se convirtió no solo en su hobby, sino en parte de su trabajo diariamente.
Sin embargo, de una década a la actualidad la calle se volvió literalmente en un campo de batalla.
El parque vehicular creció exponencialmente, sí antes era peligroso transitar una calle a oscuras por la madrugada, actualmente plena luz del día las arterias de la capital se hicieron mas peligrosas aun.
Esto forzó a cada victorense a evolucionar en su manera de interrelacionarse con la vía pública, aprendieron a leer la calle.
Esta tarea históricamente asignado únicamente a los jefes de familia, tuvo que ser aprendida por todos.
Ya no solo era aprender a cruzar una avenida o identificar las rutas de transporte público, ahora hay que saber cuáles zonas de la ciudad se vuelven prácticamente intransitables a las horas pico,qué paradero hay que evitar al tomar cierto microbús, y cuales dejan de circular apenas empieza a oscurecer, por cuáles colonias no es recomendable circular de noche (aunque haya suficiente alumbrado público).
Alla por 2010, cuando la inseguridad nos quitó la venda de los ojos, las psicosis provocadas por rumores y cadenas de mensajes trastornaban la ciudad, al grado de qué los padres de familia convertían la capital en una pista de carreras, cuando corrían de un lado para otro para ir a sacar a sus hijos de los planteles escolares, por el miedo a que las situaciones de riesgo los alcanzará, lo cual resultaba ser contraproducente.
Con el tiempo comprendieron que los menores están mucho más seguros dentro de las escuelas.
“¡Todos al piso! se escuchaba en los salones de clases a las primeras detonaciones en el barrio” cuenta Renata, una joven maestra que le tocó vivir esta época .
Algo similar pasó cuando las situaciones de riesgo se vivían en bulevares y calzadas, la población aprendió (a veces a la mala) a no ser presa del pánico para protegerse y evitar una tragedia.
Pero también fue necesario entender que hacer cuando ocurre un percance vial que taponea una avenida, qué ruta alterna tomar para evitar quedar atrapado en un congestionamiento, y de paso aprender cuáles cruceros son los más peligrosos y con más frecuencia de choques.
Leer la calle no es solamente aprender evadir las posibles amenazas, también es saber trazar una ruta para no andar gastando gasolina a lo tonto, o tener identificado cierto lugar donde siempre hay espacio para estacionar. Por ejemplo, muchas personas que acuden al centro de la ciudad a hacer compras y mandados , suelen estacionarse a un lado del Río San Marcos en la Colonia mainero para ahorrarse un par monedas.
Otro de los talentos adquiridos qué es conocer qué gasolineras dan litros mochos, y en cuáles rinde más la cargada de “gota”. Hay quiénes prefieren ir a una estación de servicio más lejana pues saben que la larga les durará más tiempo el combustible. Y que decir de las tiendas de conveniencia, todos tienen identificado el establecimiento al cual es mejor no ir, para no enfrentarse a la jeta de los cajeros, o cuáles frecuentar pues da mejor servicio (o milagrosamente si está abierta la segunda caja) asi como en cual de ellos curiosamente “nunca hay sistema” para realizar un depósito.
Todos a cierta edad aprendemos a leer la calle, cada vez lo hacemos a más corta edad. Ya se volvió una necesidad cómo lo es aprender a conducir o a encontrar alguna dirección.
Cierto es que el teléfono es un buen medio para moverse en la ciudad, pero jamás sustituirá al instinto de supervivencia que caracteriza a cada humano. Leer la calle es la herramienta de trabajo de todos los días del Caminante. Demasiada pata de perro por esta semana.