No estoy llorando, aunque el patriarcado me metió el pie, me tumbó. Tropecé con tacones altos, caí en la vía pública, sin muchas consecuencias físicas, pero sí con la vergüenza a cuestas que surge cada vez que nos gana la risa en público.
Los cánones sociales imponen que las mujeres profesionistas o en trabajos de oficina calcen zapatillas, y si eres de talla baja, más altos aún debe ser los zapatos.
Hay documentos históricos que sustentan que, los primeros en usar tacones fueron los hombres y lo hacían por cuestión de poder, sin embargo, cuando la moda los transfiera a las mujeres es por argumento de sexualidad. Alargan las piernas, suben los glúteos y el paso se contonea al caminar.
Aún en este tiempo, en alguna región de Japón, empresas obligan a las mujeres a trabajar con zapatillas y las autoridades de aquel país dan la razón a los jefes porque dicen ellos “esta socialmente aceptado y es profesionalmente necesario”. Aún en este tiempo, aquí en México una alcaldía del centro del país ofrece taller de capacitación para caminar bien en zapatos con tacones altos, suponiendo que es real la cantaleta de que “con zapatos de tacón, las nenas se ven mejor que con zapatos de piso”.
Lucen la pantorrilla, provocan, incitan, están programadas para coquetear y hacen babear a los hombres, todo eso cantan los Bronco.
Los códigos de vestimenta para las mujeres están ligados a la sexualización, y en el ámbito productivo no es la excepción.
Contra esto también luchan los movimientos feministas actuales, aunque el capitalismo es más fuerte y tiene gran interés en mantener oprimida a las mujeres a partir de falsos empoderamientos de belleza; los medios de comunicación actuales, aliados con las redes sociales, incentivan la moda de la hiper sexualización y no solo es la imposición de una plataforma más alta, sino cambios estéticos permanentes, para ir acorde a las demandas masculinas actuales.
En Algarabía, la escritora y editora María del Pilar Montes de Oca, con gran genio e ingenio escribe “Tacones que matan”, nos invita a conocer la historia que pisamos todos los días y con sagacidad nos advierte “Una mujer en tacones no puede correr, es un blanco centelleante para ser atacado”.
La lingüística de vocación y profesión, relata que “entre todas las grandes chingaderas” que históricamente padecemos las mujeres, una que permanece invisible es el sufrir de calzar zapatos altos. Sostiene que este calzado está destinado solo para las mujeres y ligado a la pornografía, son molestos y malos para la salud.
Repaso este artículo que la autora publicó en febrero de este año, en mí convalecencia de un pie inflamado y la rodilla raspada, consecuencia de la caída a media calle, en un lunes de jornada laboral que parecía normal, hasta dar el mal paso y repensar mi camino.
A mí me tiro el patriarcado, pero yo sigo empeñada en tirarlo a él, con prisa, sin pausa, un paso a la vez.
Por Guadalupe Escobedo Conde