Dormiste mucho, de modo que aún traes los rastros del sueño en la cara. Traes cara de remordimiento y ni siquiera recuerdas qué soñaste, como para arrepentirte de tus pecados. Así traes el aspecto, el perro te mira y si te iba a decir algo se da la medía vuelta.
Hay días azarosos que son así: te levantas y zas, te caes de la cama. Caminas y te asomas por la puerta porque la ventana la encontraste atorada, no sabes con qué diablos. Te asomas por la puerta y entra el aire. Te tallas las lagañas y ahí está otra vez el día.
Todo es en automático. Por eso ignoras para qué y cómo llegaste a la puerta. Entre el humo y el sopor quieres regresar a la cama pero ya se te fue el sueño, estiras la mano y no lo alcanzas. Cierras los ojos y ni madres. La realidad está ahí viéndote a la cara y ni para dónde te hagas.
Resulta increíble que a estas horas del relato pase un zancudo, pero pasa, escuchas el motorcito insoportable. Rehuyes el combate a manotazos.
Afuera hay chiquillos por donde quiera llorando. Se te hizo tarde para ir a todas partes. Hay días así desaforados, debiste haber nacido en otra parte, la gente camina igual intempestivamente con angustia en la cara, como que quieren estar ya allí a donde van, a media cuadra se quieren devolver, pero no pueden, los va siguiendo un perro. Y todavía sigues en la puerta.
Te miras al espejo y el angustiado eres tú, la gente en realidad anda contenta.
Traes todo y a pesar de eso sientes que dejaste algo en el sueño. Es un remordimiento extraño que como no lo recuerdas no logras extirpar. Ahí lo traes rascando hasta que te eches un baño. Bañarte te rebasa la soledad, la tristeza, y el saberte sin nada no se compara con el agua helada. Hay que ser muy claros.
Estás en internet, la red del mundo, en Europa, en España, estás aquí cerca en Tamatán, conectado con otra colonia, pero tienes que caminar por un vaso de agua. Lo más importante en esta vida se hace a pata, te dices, sin contar que morirías si te desconectan.
Ya ni modo, ya te levantaste. Hubieras querido seguí acostado, pero no puedes volver el tiempo. Estás despierto. El cuerpo se resiste a estar vivo. Es un día feriado y quisieras ir al trabajo, cosa que en los días hábiles no quieres. Te imaginas solo en la oficina, podrías hacer lo que quisieras, podrías hacerla de jefe buena onda.
Checas la agenda pero recuerdas que nunca has llevado una. De todas maneras nada más llevaría el dato da la casa al trabajo y la hora de regreso, escepto sábados y domingos. Con pequeños detalles que por saberlos en automático no hay necesidad de anotarlos. Parece más bien la agenda de los cigarros.
De modo que estás solo y acto seguido bebes un poco de café como parte de tu rutina, te das cuenta que tus pies siguen bajo la mesa. Los miras para confirmar un cambio de última hora. Tuviste una idea que ahora no recordarás ni nunca.
Te quedas solo atrás vez con lo que pienses, con el mandado en la tienda y las tortillas todavía en la tortillería esperando que vayas por ellas. Y piensas bien para no amargarte la existencia. Y piensas en un almuerzo, en un par de huevos estrellados y seleccionas la ropa que no te has de poner y la dejas correr.
Entonces te miras al espejo y gracias a que estás solo te ríes como idiota; sabes que además lo eres y debes admitirlo ahí frente al espejo que lo ha visto todo.
HASTA PRONTO.
Por Rigoberto Hernández Guevara