Escribir es peligroso, leer también lo es.
En esta era posmoderna, la comunicación es un actor fundamental, mientras que la libertad de expresión es, sin duda, su principal tesoro; no obstante, esto pareciera utópico y lejano cuando comprendemos que la comunicación representa la mayor amenaza para las estructuras y los sistemas, y éstos insisten en su intento de limitar a quienes piensan o actúan distinto.
El escritor Salman Rushdie es claro ejemplo de ello. El 12 de agosto pasado fue apuñalado, al menos 10 veces en cara, cuello y abdomen, durante una conferencia que se llevaba a cabo en Nueva York. Aunque actualmente los médicos han informado que se encuentra estable y sin necesidad de respiración asistida, lo acontecido no deja de ser una tragedia que dio inicio desde tiempo atrás.
A pesar de que Rushdie era reconocido por su obra, específicamente por su segunda novela, Hijos de la medianoche —bestseller y ganadora del Premio Booker en 1981—, no fue sino hasta la publicación de Los versos satánicos —inspirada en el profeta Mahoma— que su vida tomara un giro drástico.
La novela fue descrita por la comunidad musulmana como “una blasfemia” por la representación que proponía del islam. El líder supremo de Irán en ese momento, ayatola Ruhollah Khomeini, ordenó una fatua, pidiendo su persecución, captura y muerte.
El gobierno británico ofreció a Rushdie protección por nueve años, lo cual llevó a una crisis diplomática con Irán. Aun así, las persecuciones no cesaron, de hecho, Mustafa Mahmoud Mazeh intentó matar al escritor de origen indio al colocar una bomba en el hotel donde se hospedaba en Londres, pero, de manera fallida, ocasionó su propia muerte.
La persecución no sólo representó una amenaza para Rushdie, sino también para sus colaboradores, como editores y traductores. En 1991, Hitoshi Igarashi, traductor de Los versos satánicos al japonés, fue apuñalado en su oficina. De igual manera, en 2010 salió publicado el nombre de Rushdie en la lista de “los más buscados” por la organización terrorista Al-Qaeda. Es así como llegamos al atentado del pasado viernes, precedido por múltiples amenazas e intentos de asesinato, así como relaciones diplomáticas comprometidas por la necesidad de imposición.
Se ha dado a conocer que el atacante, Hadi Matar, de 24 años y de origen libanés, es un seguidor del difunto líder iraní Khomeini, y que, a pesar de que se declaró inocente, continuará en una prisión en Chautauqua, Nueva York.
El hecho conmocionó profundamente al mundo entero e impactó a todo aquel que comulga con la libertad de expresión y el respeto. También despertó la solidaridad en muchos agentes importantes que expresaron su pensar y sentir, como J.K. Rowling, quien compartió su apoyo a través de Twitter y recibió amenazas de muerte, comprobando esta necesidad de opresión entre sistemas intolerantes a la diversidad.
Atentar contra la vida es atroz, pero atentar contra la expresión humana, la libertad y la comunicación, es apostar por nuestro propio fracaso como sociedad. El siglo XXI, la supuesta “era de la información”, pareciera ser, mejor dicho, la era de la información conveniente; información que partiendo de sucesos como éste, es accesible si no incomoda a aquellos que la controlan, siempre y cuando no rompa ni modifique los sistemas de poder. Escribir es peligroso, leer también lo es. Hablar es peligroso y escuchar también lo es; y cuestionar y crecer es riesgoso, porque la imaginación, el criterio, la consciencia y la libertad de pensamiento y expresión nos permiten readaptar la cultura y readecuar nuestras bases, lo cual lleva a la evolución.
Pero el cambio será siempre una mayor amenaza para aquellos que viven en la comodidad de sistemas cerrados y no conciben el respeto ante lo desconocido ¿la evidencia? Rushdie y las muertes como ataques contra todos aquellos a quienes intentaron silenciar, por decir valientemente aquello que rompía con lo que siempre se había dicho.
Por Marcela Vázquez Garza*