20 abril, 2025

20 abril, 2025

La sonrisa de las mariposas 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Las alegrías que estallan en pequeñas luces, miles de alegrías como sonrisas que vuelan, son mariposas amarillas en un breve estanque. 

Hay sociedades escondidas en las sonrisas, más sonrisas hay entre más sonrisas haya. Hay grandes ferias y habrá en contra parte zonas de guerra y escombros de un desastre. 

La alegría es una persona que nos habita. Abres los ojos y el cuerpo saca un pie afuera. Echas la luz alta y ahí estará una sonrisa luego de un rato, lista para volar a través del éter, del eterno puente que existe entre un ser y otro. 

Hoy se hacen esfuerzos por hacer que la sonrisa ocurra pronto como muestra de un feliz entorno. Se dan cursos para andar bien contentos. Aunque traigas un cuchillo en la mano y otro encajado en el pensamiento. 

A teatro repleto es imposible ver a los de las primeras butacas aplaudiendo a un momento trémulo. La escena contiene elementos no aptos para ojos sensibles, advierte un hombre muy sonriente a la entrada del cine. Los influenciados parroquianos ríen hasta el llanto, incluso los no necesitados de afecto. 

Dos que sonríen entre ellos son un espejo. En medio es uno solo. Cada sonrisa tiene un peso específico en el recuento económico de la satisfacción, de un deber cumplido, de un inexplicable y repentino sentimiento. 

Dos que sonríen son el paraíso visible. Baste verlos con sus colores indescriptibles, su sonido como un revuelo de aves, la algarabía del cabello y los ojos que brillan para lavar el iris del único ser vivo. 

Suele acontecer que si no hay cambios de última hora andas alegre todo el día y no lo reconoces, ni lo recuerdas siquiera. Ante las veces que lloramos la veces que reímos es un cosmos. Y qué bueno. Para eso se inventaron los juegos, las graciosas caídas, las imitaciones, los parques infantiles, los payasos, los salones de clases, los grupos, los cuates, los espontáneos que ya ebrios se tiran un clavado al ridículo. 

Lo que a uno le ocurre sólo le ocurre a uno, y en todos los casos uno es el mundo. Yo hasta opino que habría que estar tristes de vez en cuando y no ocultarlo tampoco. Es más bonito que estando aguitados nos sorprenda el mundo con su magia, su azar y su lógica. 

Las luces de la ciudad son mariposas amarillas inquietas en el pavimento lloviznado. Las palomas revolotean en el suelo con las sombras del mundo nocturno, con las banquetas cargadas de historias. 

De lejos las mariposas se dispersan y se difuminan entre la gente y el ruido de los coches. Este es el país ensordecedor en este momento de las horas pico. Puedo reír y me escucho, voy por un tubo, un anuncio, luego una noticia son este lado de la calle. Todo es junto bajo el semáforo. 

Se vive. Y las carcajadas resuenan a pesar de las gruesas paredes de la tristeza. Se vale sonreír como una herramienta que abre puertas, y sin embargo se es libre para llorar y sonreír y ambas cosas nos pertenecen, son inquebrantables y nos reconstruyen. 

Cuando sonreímos se nos nubla el pensamiento porque la alegría se entrega, nos posee, nos hace de ella. Nos hacen cosquillas, nos pican las costillas, nos hace reír por todo el amor espontáneo, reímos de nosotros, nos cuentan un chiste, y por alguna razón reímos ante las pequeñas tragedias de otros. 

La contraparte de la sonrisa, el llanto, participa en este carnaval con su rostro de profunda tristeza, su voz entrecortada, su ropa nocturna y sombra de murciélago. El luto ocupa el llanto, la noche esconde el rostro triste, la voz en secreto confiesa lo inconfesable. 

Yo creo firmemente que el llanto y la sonrisas viven juntas en el vecindario de un cuerpo, los ha de separar un pasillo solitario por donde pasan los gatos, donde entre ellos se escuchan y se dan consejos. 

HASTA PRONTO 

Por Rigoberto Hernández Guevara 

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