Medardo Treviño González, nació en el centro productivo del boom del oro blanco arrullado por los hirvientes vientos que secaban al sol miles y miles de pacas de algodón. En 1959, el rancho El Chapotito -en donde enterraron su ombligo- era parte de una comunidad que entonces pertenecía a Reynosa.
La riobravicidad -el orgullo de ser riobravense-, aún no aparecía en una sociedad, que tenía apego a sus ejidos y a sus predios, pero se veían distantes, sus apegos al centro político de la región: Reynosa.
En los inicios de la década de los 60, irrumpió Río Bravo a la vida como municipio.
Para acceder a su educación básica, el laureado, se trasladaba en una flamante troca Ford, en compañía de su abuelo Afel, a la cabecera del poblado.
Igual para cursar su Secundaria.
Entonces fue su padre, Medardo, quien lo llevó a la Alfredo del Mazo, en donde se educó la mayoría de la juventud riobravense.
Ahí fue su primer contacto con el Teatro: Vito Elio López y su hermano Alíber, lo acercaron a las letras y a los clásicos griegos.
Eran los tiempos distantes -y felices-, en que las tragedias se veían como fenómenos sociales producto de la imaginación y fruto de la ficción.
Conocer a Sófocles, Esquilo y Eurípides, alumbraron y deslumbraron al joven Treviño González
Por décadas, Reynosa fue el espacio natural de la juventud para educarse: poseía preparatorias respetables y de alto nivel educativo.
En los años 80 finalizó su Prepa.
No había espacios universitarios en Río Bravo; y menos, instituciones superiores en donde abrevar en asuntos del Arte y la Cultura.
Nomás que Don Afel, quería que su nieto fuera médico.
Y ahí va Medardo, a la Facultad de Medicina en Monterrey.
Conoció los complejos caminos de la Anatomía, al tiempo que disfrutaba ya como actor, ya como director, las obras de Emilio Carballido, Hugo Argüelles, Rodolfo Usigli, Julio Castillo, Juan José Gurrola y otros de menores glorias.
Grande disyuntiva: tomar el camino de salvador de cuerpos, o el de redentor de espíritus -en el sentido concreto del término: lo intangible que se mueve dentro de las anatomías-.
Optó por el segundo sendero; brecha: para estar en apropiada atmósfera.
Obvio: tragedia en la familia.
Don Afel y don Medardo, no tuvieron un doctor; pero les salió más chingón el muchacho: es uno de los hombres de Teatro, más relevante de México y de otros países.
Desde el Centro del Vientre, La Danza Circular de María, destacan más de 70 obras escritas en más de 40 años de trabajo dramatúrgico.
Este 2022, se hizo acreedor de la medalla Luis García de Arellano, que otorga el Congreso de Tamaulipas, a ciudadanos que hayan aportado acciones relevantes y trascendentes para las vidas artística, deportiva, cultural, académica de la comunidad tamaulipeca.
En Río Bravo y el Chapotito, lo esperan para recibirlo como se merece: con un asado de puerco y un cabrito en salsa de molcajete.
Y como mandata el terruño: con tortillas de harina.
Por José Ángel Solorio Martínez