La reforma anunciada es deformación. Después de tanto trabajar para regresar a lo mismo, la labor de la sociedad mexicana resulta la del infeliz Sísifo, el que teniendo siempre a su vista la cima, se resbala para recomenzar en eterna repetición.
¿Será ésa nuestra suerte? ¿Estaremos condenados a nunca tener un sistema electoral que sea confiable, que valore lo avanzado y que respete los derechos del ciudadano?
¿Lo más a que nos hemos acercado fueron los diez sexenios priistas de la segunda posguerra que encallaron en la corrupción electoral o los dos del PAN? La pregunta nos la hacemos ahora que nos preparamos, una vez más, a una nueva gimnasia electoral, con todo y sus campañas, esta vez tan anticipadas.
A muchos les interesa poco la suerte democrática del país, la vida no les cambiará demasiado. A otros, en cambio, les va mucho en ella, porque quieren rescatar sus vidas o sus negocios del costoso desorden actual.
Desde luego, nadie quiere que las cosas empeoren. La esperanza es lo último que muere y por eso van a votar. ¿Votar para qué? ¿Para seguir en lo mismo o para que mejore el país? En las elecciones de 2024 para presidente y legisladores estará la clave.
Pero la intención de AMLO, y lo viene diciendo desde antes de llegar al gobierno, es mandar al diablo las instituciones, empezando por el INE y el Tribunal de Elecciones para acabar con el sistema neoliberal que, según él, tuerce todo lo que toca por ser el sistema esclavizador que desde el siglo XIX hunde sus raíces y atenaza a todo el país.
Ciertamente, el INE es la institución que más le estorba al Presidente para arrastrarnos por la vía de la 4T, a la nueva tierra prometida donde no habrá injusticias, ni impunidad, ni corrupción, ni mentiras, sino trabajo para todos y donde los ricos pagarán lo que deben. Una serena prosperidad en una amorosa y ordenada comunidad jamás regida por ley, sino por amor.
La irrealizable utopía marxista. Pero el sabio pueblo no era arisco. Con larga experiencia, que empieza desde antes del siglo pasado, el votante típico es realista y recuerda los engaños a lo largo de muchos fallidos ensayos políticos, y no está para aguantar otro sexenio, igual al que está por terminar, acabado en dispendiosos fracasos y gastadas ilusiones, que ya son obvios incluso para los más íntimos de Morena y que mal se tapan con posverdades de artificio. En efecto, los pasos que ha dado la 4T de ninguna manera han ido en dirección de realizar la tan anunciada gran refundación del país.
El saldo neto hasta ahora es la desarticulación de órganos públicos y privados que, sin duda mejorables, servían sus propósitos. Dividir a México en bandos contrarios ha sido el estandarte.
AMLO ni siquiera ha querido unir a su propio partido ni menos a la sociedad para llegar a sus ilusorias metas. Los pasos que ha dado el régimen de AMLO han derrotado su propio objetivo en cada una de las áreas de responsabilidad del gobierno.
Los datos oficiales exhiben un lamentable estado de ruinas y desvíos mientras aumenta la deuda nacional para intentar disfrazar la quiebra financiera, que no bastan exportaciones y remesas incrementadas para cubrir.
El abandono personal del líder a coordinar soluciones no se remedia en las mañaneras, en las que se esfuman oportunidades de un desarrollo macizo.
La soberbia e ignorancia ciegan al líder tropical que gobierna la crisis que se agrava en un pueblo ansioso por curar carencias y la de un entorno internacional que no perdona necias ineptitudes. Reconstruir a la nación perdida bajo escombros de la 4T es la tarea del gobierno que hemos de elegir en 2024.
El enfrentamiento en el lapso que nos separa de ese momento es claro y la única solución pacífica estará en la existencia de los instrumentos de la democracia con los que ya contamos.
La propuesta a punto de examinarse en el Congreso de destruir la estructura actual del INE y del Tribunal Electoral queriendo sustituirlos con un trucado “Instituto de Elecciones y de Consultas”, tripulado por consejeros y ministros electos a modo, vía el voto directo, sin criba de calidad alguna, lleva en su mismo diseño la destrucción de la independencia de presiones de partidos a estas dos instituciones actualmente autónomas y, con ello, la indispensable imparcialidad de todo el sistema político nacional.
Desprovistos de los instrumentos del INE y del Tribunal no será posible contar en 2024 con un proceso seguro de elecciones debidamente organizadas, vigiladas y autentificadas.
El programa AMLO, perversamente antidemocrático, se extenderá aún más al entorpecer a los futuros gobiernos de los elementos internacionalmente avalados que den el paso a la consolidación de un México dotado de los instrumentos políticos e institucionales que aseguren su capacidad de integrarse en el futuro al concierto de las naciones con dignidad, prestigio y genuina autonomía.