Amenazas nucleares, carrera de vacunas, competencia tecnológica, la invasión de Rusia a Ucrania, ciberataques, la cultura de la cancelación, neonazismo, racismo, polarización ideológica y la silenciosa guerra de la izquierda y la derecha… ¿El siglo XXI, una novela de George Orwell o la Guerra Fría no ha terminado?
Se cumplieron 33 años de la caída del muro de Berlín, el pasado miércoles 9 de noviembre, una muralla que materializaba la frontera ideológica, y su caída representaba la construcción de un nuevo orden mundial, que no fue capaz de anteponerse a su tiempo, en el cual la lógica de organización social se vio reemplazada por un sistema-mundo y, así, el telón de acero sigue venciendo a cuesta de dividir. Puede argumentarse que la Guerra Fría, en efecto, ha terminado; no obstante, en ese caso necesitaríamos un término que se atreva y logre describir la realidad polarizada, así como los conflictos actuales, uno que explicara, entonces, ¿qué guerra es ésta? Para lo cual debemos comprender dónde estamos y cómo llegamos hasta aquí.
Podemos detectar que en la actualidad imperan tres realidades, ya sean indicadores de la existencia de una Guerra Fría o las herencias de ésta: en primer lugar, el liberalismo, culpable del “parricidio” del Estado; en segundo lugar, una táctica de guerra enfocada en atacar indirectamente la infraestructura social del enemigo y, por último, una transición de la ciudadanía social o política a la ciudadanía global.
El triunfo del liberalismo trajo consigo un efecto que potencia la globalización, en donde las estructuras gubernamentales, anteriormente concentradas en el poder del Estado, se ven traducidas en organizaciones supranacionales y agentes sin rostro, como las industrias. Dicho lo anterior, si basándonos en Pierre Bourdieu, el Estado es el principio de adhesión y el responsable de la reproducción simbólica del orden social, al verse desdibujada esta figura, el orden social resulta absorbido por las grandes corporaciones y el poder simbólico se ve en manos del capital.
Esto nos lleva al segundo punto. Por un lado, citando a Immanuel Wallerstein, las grandes empresas fungen como elementos decisivos para lograr la hegemonía política, lo cual contribuye, a su vez, a la polarización global y al desarrollo desigual, centrando la guerra en una disputa de sanciones bajo la idea de que la posesión de recursos naturales no implica la riqueza de un país, sino el posicionamiento político frente a tratados internacionales de comercialización, fortaleciendo a los países desarrollados y debilitando a los más vulnerables.
Por otro lado, el desarrollo tecnológico de esta industria logró doblegar las fuerzas naturales, lo cual rompió con la lógica de la organización social y, en consecuencia, como lo explica Henry Mintzberg, la erosión de esta estructura deja hombres, una vez más, listos para ser absorbidos por la ideología de la misma industria. Es así como podemos comprender que la principal táctica de esta guerra es debilitar la infraestructura de los países. Por infraestructura no me refiero al acervo físico con el que cuenta un país, sino a los cimientos de su integración social, a su “propiedad intelectual”.
Esto nos lleva al tercer punto, en donde la ciudadanía encuentra su identidad a través de organizaciones supranacionales, industrias que les aseguran una “libertad” a expensas de la satisfacción de “necesidades” creadas y el consumo de su ideología. Me remito al concepto de comunidades imaginadas de Benedict Anderson, en donde imaginariamente nos percibimos como parte de un grupo… a raíz de la dilución del Estado y la nación, a través de encontrarnos sorpresivamente formando parte de un grupo en un mundo polarizado.
En tiempos de esta Guerra Fría, en palabras de Peter Viereck, “la normalidad es determinada por un plebiscito constante en el que se sacrifica sin cesar la espontaneidad interior”.
La realidad es que, como dice Zygmunt Bauman, hasta hace poco que el poder y la política ya no habitan en la misma casa, la del Estado-nación; hemos normalizado estos enfrentamientos “no bélicos”, llevándonos a un adormecimiento de conciencia sobre la silenciosa guerra y esta vez, salgamos por la puerta de la izquierda o de la derecha, nos encontraremos con una infraestructura social arruinada.
POR MARCELA VÁZQUEZ GARZA