1 agosto, 2025

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El tío Prisciliano

EL FARO / FRANCISCO DE ASÍS

Era alto, blanco delgado, pero se le adivinaban músculos fuertes, bien plantado, de barba cerrada pero siempre bien afeitado, de ojos claros siempre atentos cuando le hablaban. Se levantaba muy temprano, por la mañana, aun con las sombras la noche, decía que le gustaba ver el cielo pleno de estrellas, se podían ver muy fácilmente en su rancho, “Pareciera que sí caminas hacia el horizonte podrías tocarlas con la mano con la mano… “decía.
Le gustaba ver romper el alba, ver el amanecer y sentir el fresco, aún más, el frio de la mañana. A esa hora se preparaba un café, negro, liaba un cigarrillo de hoja y acompañado de un caballito con mezcal, se sentaba encerrado en sus pensamientos o simplemente disfrutando la vista del amanecer.
Hombre de trato seco, pero siempre respetuoso y cortés, aunque mi madre nos decía que era muy cariñoso con doña Amalia, su primera esposa y sus hijos cuando eran niños. Le tocó vivir la revolución siendo un jovencito y por un rato tuvo que andar con los villistas, sin que afortunadamente fuera herido. Aprendió a leer, a escribir y aritmética de forma autodidacta puesto que no tuvo la oportunidad de ir a la escuela.
A los hijos, tuvo cuatro, tres hombres y una mujercita, los crio a la antigua usanza, con mano firme, dura, pero con guante de seda, él decía. Tenía una gran capacidad para manejar el rancho y los negocios, “…y o le llevo a los gringos el ganado limpio y sin garrapatas, así me pagan mucho más que a los otros, es el mismo ganado, pero limpio…” y se sonreía.
Le sacaba trigo y maíz a la tierra dura y seca de su rancho, “… es como a la mujer, hay que consentirla…” decía.
Una enfermedad mortal se llevó a doña Amalia cuando ella tenía cerca de los 50 años y los hijos estaban por salir de la universidad, el golpe fue terrible para todos y él paso algunos años triste y sombrío.
Los hijos lo animaban, y había una pariente lejana que los visitaba, era más o menos de la edad del tío Prisciliano y ella no lo veía con malos ojos. Era alta, morena clara, frondosa y alegre. Buscaba al tío con cualquier pretexto y lo llevaba a Parral, Jiménez o al mismo Chihuahua a los mandados que necesitara hacer o simplemente de paseo, eso le ayudó a superar su pérdida y finalmente se casó con ella.
A él le gustaba sentarse por las tardes en el porche de su casa a ver el atardecer con su nueva esposa, Cristina, y ella disfrutaba lo que él le platicara de sus experiencias en la vida, de sus correrías y sustos durante la revolución, siempre tenía anécdotas listas en este tema para contar,
Contaba una de un tipo de nombre Zeferino al que le decían La Mole, que era cobardón y muy seguido regresaba con el comandante con no muy claras ni convincentes explicaciones de sus derrotas.
Un día que llegó diciendo;
“Con la novedad comandante que regresamos con una honrosa “redota” por la mayor “juerza” numérica del enemigo.”
A lo que el comandante, harto de tanta “redota” contestó:
“Bueno …inche Zeferino, la próxima vez me traes una victoria, aunque sea deshonrosa o te lleva la tiznada…”
Así la contaba el tío, que era incapaz de decir malas palabras.
Un mal día, Cristina, su nueva esposa murió, neumonía fulminante le dijeron los médicos. Nuevamente el tío lo resintió, pero pudo superarlo más rápidamente, aunque se aisló en cierto grado de los demás.
Cuando el tío ya tenía 90 años, invitó a una reunión en su casa a sus hijos, allí, sin más, de repente les presento a Concepción (Conchita), señora en los 40 años, guapa, blanca, de pelo negro y grandes ojos, “es –dijo- mi prometida”, los hijos quedaron demudados, claramente sorprendidos por el anuncio, aunque no hubo comentarios que lo demostraran durante la reunión
Al día siguiente, buscaron al tío y le hicieron conocer que no estaban de acuerdo con esa decisión, que era una oportunista, que buscaba su dinero. El tío los oyó pacientemente y cuando callaron, les dijo:
“A ver, yo los mantuve en su niñez, su juventud, les dí para sus estudios universitarios, ya tienen una vida hecha, ¿cuál es el problema?
A lo que el mayor contestó “Y nosotros, ¿Con que nos vamos a quedar?” El tío volteó a hacia su hijo, y mirándolo fijamente a los ojos le preguntó: “A ver Prisciliano, ¿Cuántos años tienes”
“Sesenta” respondió
¿¡Y todavía quieres que te mantenga cabrón!?
Ahí acabó toda la discusión, la mala palabra pronunciada por el tío había tenido su efecto contundente, no se volvió a hablar del tema.
Vivió 4 años más, que hasta donde pude apreciar lo hizo feliz. El día que murió, llego del rancho de arrear ganado, se metió a bañar, le dieron de merendar y se puso a leer el periódico, como lo hacía diariamente. Se acostó y se quedó dormido, no volvió a despertar.
El tío es uno de esos héroes anónimos, que trabajan, que atienden a su familia y la protegen, que encaran los desafíos de la vida sin quejarse. El 5 de diciembre cumplió 45 años de fallecido. QEPD.

POR FRANCISCO DE ASÍS

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