El acto subleva. Un mexicano de gran valía estuvo a punto de morir. Profesionalismo, rectitud, apertura, lo marcan. Sin periodismo libre no hay democracia. En ese sentido, el atentado fue contra nuestra democracia. Por fortuna, Ciro Gómez Leyva está vivo. Pero ya son muchos los caídos. ¿Qué pasa? México está envenenado.
Que aparezca el responsable directo, que no quede impune. Pero es imposible aislar el hecho. Ciro vive en México, trabaja para México, habla de México. Aquí trataron de quitarle la vida. Asesinar periodistas, intentarlo, buscan intimidar, inhibir. Así está el ánimo nacional. Orquestar la fiesta de los resentimientos, de los insultos, de las ofensas, del odio, todo sumado, eso es lo que respiramos. La cizaña tiene olor, perla de Xavier Velasco. Esa planta por allí anda, es difícil extirparla. Pero ahora nos gobierna: sembrar cizaña, meter cizaña, así decimos. Buscar que otros se peleen entre ellos, ése es el lenguaje oficial. De eso vive nuestro gobierno, realidad cotidiana desde 2018. El regreso de las balas, no debería asombrarnos. La barbarie merodea: robos de nonatos, descuartizados, cada día una nueva atrocidad. Somos actores de la nueva degradación humana.
Las palabras pesan, dejan huella, sobre todo si emanan de quien se espera conduzca a una nación. Si la cabeza del Estado es a diario un surtidor de ponzoña, de qué nos asombramos. Expresa solidaridad a Gómez Leyva, pero vuelve a la carga contra Aguilar Camín, Krauze y Reforma. No quiere o no puede contenerse, le surge de lo más profundo de su alma: “Es gente muy deshonesta, hay que seguir informando, no dejarles libre el terreno, imagínense si nada más escucha uno a Ciro o a Loret de Mola o a Sarmiento”, y allí los volvió ¡cancerígenos! ¿No dejarles libre el terreno? Su guerra interna debe ser un infierno.
Reproduzco de memoria: “Debo cuidar más mis palabras en privado, si digo que fulano es un imbécil, en el siguiente nivel dicen que es mi enemigo y en el siguiente deciden acosarlo y así para abajo, todo por ser ‘leal’ y servir al ‘señor presidente’; hasta que a alguno por allí se le ocurra matarlo”. Ese expresidente tenía muy claro el efecto cascada de las palabras desde el poder.
Ahora, el poder sacó lo peor de un ser humano. En lugar de crecer, de tener mayor control y dominio sobre sus emociones –eso es la civilidad– ocurrió lo contrario. Dio rienda suelta al odio, a la inquina, a la ofensa: soy el guía moral, impongo el conflicto como regla, la sospecha, la mentira como forma de gobierno. Quiere ver a México convertido en una hoguera, alimentada con leños de resentimiento. Es una patología. Eso explica mucho: desde las instancias infantiles, el trato a las mujeres, el desdén por la niñez, la locura de los medicamentos, muchos muertos por covid, la carencia de vacunas y quizás hasta la fobia contra el INE. México sólo debe vivir con él a la cabeza. Nos gobierna la ruindad.
Benevolencia, benignidad, nobleza, rectitud, grandeza, no están en el ADN del gobierno. Los valores humanistas se adoptan, primero, en la conciencia, por convicción. Después viene lo más difícil, encauzar a diario nuestras vidas siguiendo esos valores, para así controlar la bajeza, el egoísmo, la maldad que está en todos. Sólo así crecemos, nos volvemos humanos. Suena abstracto, no lo es. Allí está la familia Teletón, ¡25 años! Dar desde el gobierno licencia y ejemplo de los peores sentimientos como venganza válida, envenena los principios básicos de la convivencia, del humanismo real, que no tiene fronteras ni nacionalidad.
Abrazar a Ciro, claro. Pero también volver la mirada a nuestros compatriotas: estamos envenenados. Debemos sanar. Escapemos de la trampa del odio. Cuidado con el contagio. Aislemos la patología con nobleza. No es romanticismo, ante ella, hay que ser pragmáticos. Cero concesiones, señalemos la ruindad.
Por Federico Reyes Heroles