Cuando despierto se abre una gran puerta. Soy un niño, por eso es que todavía me sorprende. Esto es la vida y he traído sólo las prendas que llevo puestas en la memoria. Los movimientos son lentos en relación a la mente que viaja a mil kilómetros por hora.
Gracias al creador porque estoy despierto y logro ver, con la misma ingenuidad de ayer, lo bonito que es el mundo. Porque puedo respirar para tomar aliento y decir una cuantas palabras con la misma pasión con la cual las escucho.
Hoy me desperté extraño. Puedo creer que soy otro después de todo. Luego de ayer y de los días pasados creo que todos los días agrego y quito agua de un garrafón lleno.
Es temprano. La luz del día anuncia las novedades en los diarios, el pasado se vuelve presente, este es el resultado de lo que hasta hoy hice. También es una ausencia y una esperanza que la suple.
Calzo los zapatos desgastados y pienso en ellos. Son como yo. Las cosas se parecen a su dueño. Muevo los objetos y adquieren vida, sirven para poner un sueño, para poner el pan y la sal. Muevo los objetos que de ayer he traído y los cambio, los convierto, me transporto, todo me contiene, todo está hecho con mi esfuerzo.
Adentro del zapato se quedaron ciertos recuerdos. Solos, conmigo y en secreto, a nadie cuentan en donde han estado, qué lodo, qué tierra, qué sombra pisaron. Puedo ir descalzo, soy un niño, puedo volver a casa sin encajarme un vidrio y contarlo.
Por la ventana entra un rayo de luz como en las películas. Entonces yo, el actor principal, hago la cama, cumplo con la cotidianidad desgastada de abrochar con agilidad las agujetas.
Pienso en el resto del día pero es un flashazo del ahorita, todo es ahora ya, la noche y el día juntos son ahorita, tengo que continuar, limpiar el cuerpo, sacar a pasear el perro, creer realmente que existo.
No puedo estar mintiendo, esto es lo verdadero y lo único. A uno le pasan estas cosas de cargar con uno, luchar contra el cuerpo y contra el viento, ser pensamientos y jugo, líquido en un vaso con hielo, caguama, pedazo de fierro.
Cuando me escuché por primera vez, también supe que yo era posible, que no era un sueño, que iba y venía, que además en ese proceso de ser humano yo era el control y el despilfarro, el hielo y el fuego.
Tomo mis manos, tomo la decisión en los dedos, doy un sí a mi esfuerzo, me hago reír, vivir, me doy un poco de mi en el espejo, luego soy de a poco ese que se mira. Luego todo.
He traído el foco, la pequeña ventana que da al jardín, las flores, el mejor café del mundo y el mundo que no soy enloquecido. Y aún así soy el que soy.
Soy todo lo soy en lo que parpadeo y comienza el día a hacerme señales de humo y no se está quemando la casa del vecino. En todo caso soy el bombero que inicia la conflagración y luego no consigue apagarla. Estoy en eso. Busco las riendas para no desviarme del camino mientras pienso. Busco algo de lo que después no recuerdo.
Sin pensarlo, todo cambia conmigo o sin mi, todo cambia sin nadie, no soy tan importante, apenas me estoy poniendo los zapatos.
Agrego este pensamiento por inevitable, por divagación en la peligrosa y exitante práctica de vuelo, cuando apenas he levantado un pie del suelo.
Salgo de pronto, aparezco en mis manos, en el agua que bebo, en la memoria que hace recuerdos, en los platos donde como, en mi cuerpo tatuado, en el aire, en todo lo que veo y en lo que oigo, por decir lo menos. Soy el gran inventor sin reconocimiento.
Mientras hojeo un diario y reviso la red, el mundo aprovecha para instalarse. Este es el taller de la memoria y el gimnasio textual del cuerpo. Este es el rincón del universo a donde me he venido a refugiar del frío y los aguaceros. No tengo otra cuerpo, nadie vive en otro, es uno contra uno y voy empatando este silencio. Estoy empezando a creer que existo.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara