La tragedia ocurrida a los migrantes encarcelados en Ciudad Juárez ha enfocado la atención mundial en lo inmediato, la crueldad del camino que recorren los migrantes en México.
Esa tragedia rivaliza en números con las que son recurrentes entre los migrantes que desde África buscan llegar a Europa atravesando el mediterráneo en frágiles embarcaciones que con frecuencia no logran completar la travesía.
Pero existe una diferencia fundamental, en este caso esas personas se encontraban bajo la responsabilidad y protección formal del gobierno de México, incluso si la operación de ese espacio hubiera sido contratada a una empresa privada.
La Organización de las Naciones Unidas le pidió al gobierno de México una investigación exhaustiva de los hechos al mismo tiempo que apunta a que deben establecerse vías migratorias seguras, reguladas y organizadas. Es decir que no se trata tan solo de encontrar y castigar culpables; quedarnos a ese nivel sería poco relevante desde la perspectiva de un problema de enorme magnitud que debe analizarse en varios niveles que presentan una complejidad ascendente.
Habrá que repensar la política migratoria de México; lo que no puede hacerse sin cuestionar la política migratoria norteamericana.
El problema es global, la presión migratoria ha crecido fuertemente en todo el planeta. En 1980 los migrantes internacionales eran el 2.3 por ciento de la población mundial; 20 años más tarde, en 2000 ascendían al 2.8 por ciento y, otros 20 años después, en 2020, eran el 3.6 por ciento de los habitantes del planeta. Puesto en números absolutos en 1980 había 102 millones de migrantes; en 2000, 173 millones y en 2020 alcanzaron 280 millones.
Lo verdaderamente grave es que mientras se incrementan las presiones expulsoras de población en los países pobres, se agotan las capacidades y ganas de integrar migrantes en los países ricos. Podría decirse con alguna ironía que se han agotado los buenos tiempos de la migración global.
México debe estar particularmente atento al
tema. De acuerdo a las Naciones Unidas (ONU), México es el segundo país de origen de migrantes en el mundo. El primer lugar lo tiene India con 18 millones.
Solo que mientras los migrantes indios se dirigen a diversos países, sobre todo del medio oriente, los mexicanos se dirigen en su inmensa mayoría a un solo destino. Lo que convierte a México – Estados Unidos en el principal corredor de migrantes del planeta con 11 millones acumulados al 2020. Dos veces y media la del siguiente corredor Siria – Turquía o la del de India – Emiratos Árabes Unidos.
Y si a los mexicanos se suman los de Centro, Sur América y el Caribe resulta que México es un corredor de alta concentración global de la travesía de migrantes. Así que el reto es mayúsculo… y subirá de tono aquí y en todas partes. Las principales causas de la migración son los conflictos bélicos, un mal ambiente socioeconómico y en los últimos años se ha posicionado en primer lugar mundial el cambio climático. Lo previsible es que la emigración se incremente por el agravamiento de las presiones expulsoras.
Por un lado, estamos ante una sucesión interminable de conflictos bélicos. La invasión a Irak, la recién terminada guerra en Afganistán, la guerra en Ucrania, los conflictos en Siria, Yemen y en algunas regiones de África sin olvidar golpes de estado, el atizar rebeliones, las omnipresentes sanciones económicas, son en la mayoría de los casos campos de batalla de las grandes potencias que se traducen en millones de refugiados internos e internacionales.
Existe un importante deterioro de las condiciones de vida de gran parte de la población mundial. El predominio del libre mercado se ha traducido en mayor predominio de los países y grandes empresas que dominan los avances tecnológicos y el incremento de la productividad.
La inequidad dentro de cada país y el actuar sin proteger la producción convencional y la generación de empleos disminuye las posibilidades de seguir viviendo en el país.
La aceleración del cambio climático se traduce en sequias, inundaciones, incendios, huracanes y tormentas más frecuentes y de mayor magnitud. Amplias regiones del planeta se tornan adversas a la vida en países y regiones que no cuentan con gobiernos democráticos y condiciones económicas que se conjuguen para mitigar los desastres ambientales.
En el otro lado de la moneda resulta que incluso en los países ricos se ha disparado el empobrecimiento de la población.
Este es un hecho más notorio a partir del conflicto en Ucrania, exacerbado por oleadas de sanciones económicas que han roto las cadenas de distribución elevando los precios de los energéticos, los cereales y los alimentos en todo el mundo.
Las huelgas, marchas, bloqueos de carreteras, suspensión de servicios públicos, en demanda de incrementos salariales se han vuelto cosa de todos los días en Alemania, Inglaterra, Francia y en mayor o menor medida en toda Europa.
Son previsibles algunas importantes sacudidas a los gobiernos nacionales. Las opciones de política se vuelven cada vez más extremas. Basta ver la situación de inequidad imperante en Estados Unidos que se traduce en un conflicto sociopolítico que en algunos momentos se ha acercado a la posibilidad de un golpe de estado.
Algo impensable hace unos cuantos años. Son cada vez más los que abandonando lo poco que tienen y arriesgando sus vidas, busca desesperadamente entrar a los paraísos en deterioro porque simple y sencillamente la vida ya les resulta imposible en sus lugares de origen.
La respuesta de los países ricos es atrincherarse y levantar barreras. Su contexto político es propicio incluso para señalar a los desesperados de ser la causa de sus males; de ser los que introducen la violencia, la drogadicción y todo tipo de males en sus países.
Un alegato infundado dada la evidencia de que, en particular en Estados Unidos, es su propia situación interna la generadora de la más irracional violencia cotidiana, la propensión a la drogadicción y al terrorismo de ultraderecha.
Las regiones más pobres, asoladas por desastres climáticos y gobiernos incapaces de enfrentar a las elites nacionales aliadas a los grandes corporativos globales sufren, además, con la migración, la pérdida de su población con mejores capacidades de trabajo y más emprendedora. No solo emigran los pobres, incluso la clase media ve mermados sus individuos más educados.
Sin embargo, a final de cuentas la migración, pese a su importancia y a la necesidad de replantear la manera de llevarla con respeto a los derechos humanos, es a su vez la sirena de alerta de hechos más graves. El fondo del problema es un modelo económico que no logra resolver los problemas básicos de trabajo digno, educación, salud y bienestar en un contexto de paz social y seguridad personal.
Es un modelo que genera enormes inequidades y que, para colmo, está destruyendo el planeta en una orgia de consumismo de los países y grupos sociales más acomodados. La pandemia nos demostró el egoísmo de los poderosos; las guerras interminables abren el camino a la posibilidad de autodestrucción de la humanidad.
La última de la pesada lista de tragedias de los migrantes debe impulsar una reflexión de fondo, implacablemente critica, sobre el camino que sigue la humanidad.