El viernes al expirar el Título 42 de la ley norteamericana terminó una etapa más de la política de Estados Unidos en materia de migración.
Con ello, miles de individuos con sus familias e influencias llenan espacios fronterizos de nuestros dos países con miles de migrantes procedentes de Centro y Sudamérica, y de África y Asia, que insisten en entrar a Estados Unidos para mejorar sus condiciones de vida.
Otros muchos huyen de persecución política y discriminaciones. Los miles de trabajadores llegados de todo el mundo que se acomodan en nuestras plazas y prados no tienen posibilidades de superar su atraso. Las empresas mexicanas no ven fácil asimilar al forastero migrante que llega a México sin capacitación.
A su vez, curiosamente, la falta de entrenamiento y experiencia hace que las empresas se quejen de no poder llenar sus vacantes.
La tendencia a sustituir la mano de obra con automatización y alta tecnología reduce las posibilidades de empleo.
Lo anterior hace claro que el origen del vasto problema de la migración no es sólo económico y que, al ser también social, hace que se convierta en un serio problema económico, laboral y político. Hasta ahora, los esfuerzos que los gobiernos hacen para solucionar la situación son insuficientes e inadecuados.
No hay presupuestos suficientes ni personal capacitado y empático para atender los millones de casos. Y en unas cuantas horas las patrullas fronterizas norteamericanas atrapan a varios miles de migrantes.
Las instituciones privadas de beneficencia locales o internacionales, ya sean públicas o privadas, son las que han enfrentado la situación, a veces en combinación con autoridades civiles y/o religiosas.
Esa cooperación se limita cuando algunos gobiernos prefieren no articular sus esfuerzos con instituciones privadas.
El reciente caso de Nicaragua, donde el déspota Daniel Ortega ha roto de un plumazo la indispensable relación con la Cruz Roja Internacional demuestra cuan frágil es a veces esa cooperación.
Se requieren políticas multilaterales para identificar y proponer planes de acción y aplicarlos coordinadamente a nivel regional.
La fácil receta de programas de control de natalidad ha sido la primera intención en algunos países. La experiencia china señala los efectos nocivos a largo plazo en la capacidad económica productiva al limitar el tamaño de las familias por decreto.
Íntimamente ligado a decisiones personales y familiares, el mejor disuasivo al aumento demográfico excesivo sería el propiciar un nivel de prosperidad y de bienestar de la pareja. Lo anterior confirma que, en fenómenos sociales, por mucho que interesen las mediciones estadísticas, la realidad descansa en las decisiones individuales. Lo macro se cimienta en lo micro. Los fenómenos migratorios no son excepción.
Por esta razón, las corrientes migratorias deben convertirse en experiencias positivas para el migrante y el país anfitrión mediante programas de asimilación y de capacitación laboral sostenidos por el gobierno y entidades privadas.
Atender a los contingentes de miles de migrantes que nos llegan los convertirá en factores positivos, como lo son en otros países como Alemania o Italia, que los han incorporado a su prosperidad. La suma descomunal de factores que en él convergen hacen de éste un sector eminentemente social y el problema humano se presenta pertinaz, complejo e irresoluble en términos de las actuales acciones oficiales de todos los países.
Aprovechar el potencial de la migración es asunto de política nacional e internacional. Ningún país puede atender el problema por sí mismo. Los programas van más allá de lo meramente económico.
Hay que profundizar mucho al respecto. Ahora, antes de la instalación del gobierno 2024-2030, es el momento de planear para la acción futura.