Este quince de mayo es buena fecha para recordar a algunos maestros(as) que dejaron profunda huella en quien escribe: Luisita Rojas que en secundaria despertó la inquietud por mayor y mejor comprensión de la historia universal; Guadalupe Longoria del que cada mañana sabíamos que algo nuevo aprenderíamos sobre matemáticas; Pedro Sáenz el español que huyendo de Franco llegó a Tamaulipas para dejar parte de su sabiduría en ciencias exactas en beneficio de agradecidas generaciones; Blas Uvalle González cuyo leguaje purista presumía el valor único del castellano.
Fueron tiempos de inicio, luego en la Benemérita Normal imposible olvidar la franciscana presencia de Raúl García García. De palabra sonora, docta, definitiva e imperativa como director y catedrático animaba la vocación magisterial pero también advertía sobre los riesgos de equivocar el camino que conduciría a lo que tarde o temprano se convertiría en apostolado de renuncia impensable. Liberal convencido, batalló con grupos reaccionarios que pretendieron tomar a la escuela como trinchera de intereses políticos que de alguna manera dañaron a la institución.
En la prepa nocturna algunos maestros fueron imprescindibles: Francisco de P. Arreola de pausada cátedra sobre literatura que convertía en apasionada charla sobre los clásicos que integraban su razón de ser. Una ocasión al visitarlo con motivo del día dedicado al maestro nos recibió en su extensa y valiosa biblioteca; al preguntarle si había leído todos los libros, sonriendo respondió: “no, me faltan tres”.
De grato recuerdo, a pesar de diferencias respecto del autoritarismo en clase, don Pablo Villanueva prestigiado jurisconsulto que por esos días desempeñaba el cargo de procurador de Justicia, fue quien nos introdujo por los intrincados caminos de la historia de México con sus traiciones, heroísmos y sacrificios. En especial los años posteriores a la Independencia hasta la época juarista de consolidación republicana.
Sin embargo, fue en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (UNAM) donde encontramos auténticos ejemplos de sabiduría, activismo, convicción ideológica y compromiso social en maestros como Pablo González Casanova, recién fallecido a quien AMLO rindió honores por su gran aporte a la evolución política en nuestro país. Autor entre otras muchas obras, del clásico “La democracia en México” donde precisa que es condición que solo puede ser alcanzada a través del respeto de los derechos fundamentales de los gobernados y por consiguiente del estado de derecho. De igual forma está íntimamente relacionada con la búsqueda de mayor igualdad social y la lucha eficaz por la superación de la pobreza”. (¿Inspirador de Andrés Manuel?).
Ahí, en la FCPS, conocimos el entusiasmo de Enrique González Pedrero por la ciencia social y la militancia política que lo llevó a gobernar Tabasco, su tierra. Él nos impartía una materia cuyo título, “Historia de las ideas políticas y sociales desde Maquiavelo hasta nuestros días”, pretendía resumir en corto tiempo y espacio, el pensamiento de siglos.
Una gran experiencia fue la de escuchar tres veces por semana en el célebre salón uno, las conferencias de Juan María Alponte, historiador y filósofo español de increíble cultura. Asesor de Echeverría (le confeccionaba sus discursos tercermundistas) cuyo nombre original Enrique Ruiz García cambió por el del primer esclavo liberado en Cuba. Para tener derecho a examen a manera de entrevista personal, debíamos tomar apuntes en un cuaderno especial, presentarlo al final del curso junto con el análisis de cuarenta de sus artículos aparecidos en diversas publicaciones, además del 80 por ciento de asistencias.
DE NOBLEZA ES AGRADECER
Mención especial de Mariclaire Acosta Urquidi, defensora internacional de los derechos humanos reconocida por la ONU de quien tuve el honor de ser su “adjunto”, en los talleres de sociología urbana que produjeron interesantes investigaciones en la gran ciudad.
Y desde luego Fernando Benítez, periodista, escritor, antropólogo quien al lado de Carlos Monsiváis, Octavio Paz y Carlos Fuentes integraba el grupo intelectual de moda. Creó los suplementos culturales más importantes en medios escritos y fue un privilegio tenerlo como maestro. Tenía la costumbre de esperar cinco minutos para iniciar su clase, si no estaba la mayoría del grupo se retiraba. De la autoría de don Fernando existen incontables obras, entre ellas la monumental, “Los indios de México” para la que recorrió casi todo el país, “a punta de huarache”, como él decía.
Pedro Zorrilla Martínez impartió una materia optativa sobre derecho internacional un semestre. Lo frecuentaba los sábados en su casa cercana a CU, tomábamos café o salíamos por ahí a caminar. Ya había sido gobernador de Nuevo León y procurador de justicia del DF y territorios y buscaba la Regencia de la CDMX al inicio del régimen de Miguel de la Madrid, pero se la ganó Ramón Aguirre Velázquez. Entonces decía que “estaba flechando al sol”. Los días cercanos a la decisión en su residencia no faltaban visitas importantes. Una ocasión le esperaban no menos de veinte personas, entre ellas Jesús Silva Herzog hijo. Asomó por la puerta de su despacho y me llamó, al comentarle la presencia de dicha persona respondió: “Sí, ya se anunció, pero que espere el cabrón, ese es de los que ya bailaron mucho”.
Zorrilla era un tipo de agradable sentido del humor con quien hice cierta amistad desde que fungió como secretario general de gobierno al comienzo del sexenio de Manuel Ravizé. Entonces fue víctima de politiquería y guerra sucia por parte de “grillos” pueblerinos y mala entraña, al grado que debió renunciar. El día en que empacaba para regresar a la capital solo le acompañaban Juan José Guevara López, Marciano Aguilar Mendoza y el autor de esta columna.
Hasta aquí los recuerdos, de seguirle faltaría espacio.
SUCEDE QUE
Una visita presidencial siempre trae esperanzas.
Y hasta la próxima.
POR MAX ÁVILA