Hoy conté con dos o tres palabras para cantar, el resto tendrá que ser tarareado. No logro explicar al mundo el por qué, ni el cómo ni cuándo, en frases cortas para un noticiario.
Hoy debo mover el cuerpo, gesticular, hablar el lenguaje invisible de los marcianos.
No encontré lo que busqué, simplemente voy tentaleando con la lámpara de Diógenes, me pierdo mientras tanto. Llevo este extravío, temo encontrarme un día frente a frente y negarme- no soy, no soy ese-, negarme tres veces.
Por debajo de la mano, una mano hace lo que otra. De vuelta reconozco el lado nocturno de la luna, la promesa de las parejas que por primera vez se besan.
El espectáculo ofrece habitaciones tomadas por asalto al ritmo de los dedos, a todos los que alguna vez creyeron en esto. Esto es Estocolmo.
No eran blancas palomas mis lagañas cuando fue amaneciendo, los ojos hubieran corrido hacia el crepúsculo, pero antes cayó la lámina del techo y me quedé en la mirada para observar el cielo.
Ahora el tiempo me suplanta por otro. Suplico paciencia a quienes no me vieron en la puerta. Este es el pretexto de un laberinto borgiano, el sendero de los caminos que se bifurcan.
El camión es el pretexto de los caminos para ir cortando las hojas de los árboles, y al sospechar el sueño, retorno a la escena del crimen donde permanezco inocente.
Se me concedió inocencia, creo un cono de nieve, la calle Hidalgo para pasar el rato. Vi la foto de un caballo, el cajero automático de un banco y Ia ciudad inmóvil permitiendo el pasado de los carros.
Entre la idea y un pájaro, queda todavía un poco de aire libre. Me hubiese quedado en el hombre que fui en la última charla, nomás por viento, por abatir el mar y el diálogo interno.
También de un libro a otro hay un poco de vida para desmentirlos, hacer una fiesta, romper la estatua de bronce, derribar los monumentos de la ciudad y conseguir otra infancia. Pero me dobla el sueño, me moja el llanto y debo confesar que la ropa se moja cuando llueve, si no la quito a tiempo. No sé.
He llegado a mi boca sin comida, mi silueta dice mi horóscopo y lo prohíbe. De mis manos desatadas brota la pompa del detergente que se apaga en un incendio. Sigo aquí en la flecha de un blanco no instalado. Este es mi instante, la luz que refleja mi asombro.
Me resisto a revisar lo que escribo, temo encontrar a mi peor enemigo, ese desconocido que me conoce; llamo a ese juego la máquina que destruye lo bello. El litoral en todo caso doméstica los miedos al tender los trapos, al salir el sol el lápiz toma forma de dibujo. La ropa del espantapájaros espanta a los cuervos.
He adelantado unas cuantas palabras del discurso. Nadie leerá comoquiera las manos, ni escuchará el rumor de los presentimientos. La realidad envilece conforme vuelve al pasado. Me he puesto al tiro de una pistola inexistente.
Crucé la frontera y encontré un taller mecánico para cambiar de pizza. Estaba hambriento en el refri de las dos de la mañana. Puedo cambiar las llantas antes de retirarme a tiempo, de hacerme viejo encima del cuaderno.
Elijo entre risas la profecía rústica de lavar la ropa, el tendedero con pronóstico de lluvia. Celebro tomar mi turno en el pueblo, fui el hombre que volvía de la guerra con diagnóstico de cementerio, el rebelde, el carril amarillo, el cilicio de Job del cielo inquietante.
Para cada uno de los poetas hay una pluma para volar y otra para calzar zapatos antes de adquirir la sombra. Una nube oscura suele atravesar el instante de quien pronuncie su nombre de pila. La teoría consiste en estar vivos. La pregunta insiste ¿a quién se le ocurriría que estamos vivos?
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA