19 abril, 2025

19 abril, 2025

Los placeres cotidianos

COLUMNA INVITADA / MIGUEL DOVÁ

Se necesitan cuatro características para considerar que una persona tiene inteligencia emocional.
¡Qué emocionante es la inteligencia emocional!
Siento un recuerdo vívido de mi hermana en su mejor momento, hace apenas unos años. Con esa aparente simpleza, sentenció: “He estado pensando, que voy a cambiar de opinión”. Hay mucha profundidad ahí, es Carmina, una mujer maravillosa. La enfermedad se cebó en ella y le quitó luz a su mente brillante, pero son muchas las enseñanzas que deja y que mantiene con su inteligencia emocional superior.
Explicaré qué es la inteligencia emocional. Siempre pensé, que ser listo era propio de animales astutos y que era un adjetivo impropio para las personas. Reconocido mi error, puedo decir que listo o lista es la persona que tiene facilidad para aprender, comprender y darse cuenta de las cosas y también que es muy hábil para afrontar y resolver problemas. De ahí que listo sea, entonces, un sinónimo de inteligencia, de esa que llamamos “normal”.
La inteligencia emocional es otra cosa, implica cuatro cualidades que deben coincidir en la misma persona para que se considere inteligente emocional. Primero, que tenga la capacidad para entender y expresar sus emociones, que al expresarlas cuide de no lastimar a quien la escucha. Segundo, que intente entender lo que sienten los demás; tercero, que sepa ponerse en el lugar del otro, y por último que tenga la capacidad para relacionarse correctamente con su entorno.
Esto nos lleva a adaptarnos al interlocutor sin afectar nuestra verdad interior, aceptando las diferencias y empatizando con ellas. Si un amigo no puede expresar sus emociones, debemos ponernos en su lugar y entender que seguramente las manifiesta por otras vías. La alexitimia es esa incapacidad de expresar emociones, estas personas siempre sufren muchísimo, porque no pueden o no saben decir lo que sienten y se advierten atrapados en sí mismos.
De ahí la importancia de educar en el optimismo, cualquier caso puede verse desde dos ángulos: como problema o como una simple situación. Esto no priva de ser realista, pero todo debe afrontarse con pensamientos positivos, con las metas de solución bien definidas.
Según la neurociencia, sabemos que las neuronas pueden crear nuevas conexiones entre ellas, esta neuro-plasticidad se consigue en muy poco tiempo si se es capaz de ver la vida con ilusión y actitud positiva. Escuchando a la doctora Marian Rojas, en uno de esos videos que tanto disfruto, me recordó una frase que ya decía Ramón y Cajal: “Todos podemos ser escultores de nuestro propio cerebro”. De esta premisa me cuelgo para proponerme envejecer con la cabeza sana. Lo que parece una charla de motivación tiene en realidad sustento científico y está positivamente demostrado que vivir ilusionado, levantarse cada mañana con ganas de cumplir sueños es un acelerador de conexión de neuronas. Hoy es tan importante el coeficiente intelectual como el coeficiente de optimismo.
Entrenar la mente es imprescindible, menos pantalla y volver al libro, a la lectura, menos zoom y más reuniones, contacto humano; cuidar un perro te hace mejor persona, te hace más inteligente emocionalmente, te obliga a ponerte en su lugar y tratarlo con amor. Busquemos la paz interior, evitemos juzgar a los demás. Volvamos al campo, paseos, excursiones, deporte, alimentación sana, eso entrena el cerebro, juegos de lógica, memorizar poemas, aprender otro idioma, eso es mantenerse vivo y creciendo.
Recuperemos la capacidad de asombro, encontremos la belleza en lo que nos rodea, admiremos un amanecer, valoremos una caricia, un te quiero. Finalmente hay un hecho probado, la felicidad está en tener buena salud y nula memoria para lo malo, ejercitemos el perdón y el olvido.
Es miércoles, hoy estaré en el quirófano para un procedimiento sencillo, confío plenamente en el doctor Ignacio López Caballero y en sus manos me encomiendo. Bonito miércoles, por cierto, estoy picadísimo con un nuevo libro Vida contemplativa, un regalo filosófico del surcoreano Byung-Chul Han. Una visión sin culpas para abrazar el dolce far niente.

POR MIGUEL DOVÁ

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