19 abril, 2025

19 abril, 2025

El refugio de la trascendencia 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Y aquí estoy en esta reunión democrática y multitudinaria. Rodeado de grupos en común, pero distintos de uno por uno. En otra mesa, frente a mi, conversan los poetas Williams Charles William y Rimbaud. Escucho su voz filtrada en la algarabía de escritores.

Separados por dos libros, Gilbert Keith Chesterton habla sobre «El cóndor del padre Brown»  a un Oliver Twist que no está en su sitio. Jamás se hubieran visto en sus vidas. Pudo, creo yo, aprovechar para preguntar ¿Qué tal, cómo has estado? ¿Qué ha habido mi hermano? 

Formados, venidos a menos con el tiempo, ellos, los que trascendieron, se refugian aquí en la biblioteca pública donde los encuentro y puedo escuchar lo que conversan. Estoy con Juan García Ponce, quien alguna vez dijo- creo que con razón- que todo es plagio. Y sin embargo fue muy estricto, pues siendo las mismas palabras las de uso, somos distintos.

Cada uno de nosotros habla, escribe y lee en su contexto. Leo las historias de «La noche», de García Ponce. Lo escogí al azar, pues nunca había escuchado esa historia aunque conocía a Juan de a oídas. Lo había visto en la revista Vuelta junto a los intelectuales que integraron el grupo de Octavio Paz. Ahora que lo leo Juan García Ponce no es un escritor menor.

En el libro «La noche», de García Ponce aparecen tres relatos. El tercer relato es el que da nombre al título. Sin embargo este autor describe la noche en cada uno de los cuentos, sobre todo en el primero que titula con el nombre de la principal protagonista de la historia. 

La noche, es un relato de desamor en el qué la protagonista mujer se suicida con gas, ante la indiferencia de Jorge, su marido, que fue arrastrado por el destino y siempre supo que no la amaba. Como lector hice el viaje con ellos, pudo ser a esta ciudad en donde estamos, pudo ser hasta mi indiferencia y la irresponsabilidad libertina que a algunos acompaña, como a Jorge. 

A un costado puedo dialogar, si lo quisiera, con cualquier escritor llegado de remota parte del tiempo, al mundo de las estanterías y los bibliotecarios. En realidad puedo hacer el viaje y echarle un vistazo al mundo. Privilegio que es un lujo gratuito, sin wi fi, sin Google.

Para no didpersarme, que luego pasa en un instante, entre el océano de libros y escritores que conducen la tertulia, como se le solía llamar a las reuniones de escritores, me enfocaré en la historia que me trajo a esta silla. 

También encontraré los motivos para salir un rato a platicar con los filósofos que están en el apartado 200 de la clasificación decimal de Melvil Dewey, mas no importa. Mi mente es una biblioteca confusa que no conduce a ninguna respuesta si me lo preguntan. El resto es imaginería propia, ingeniería de lo fantástico.

Es lo bueno de acudir a este recinto de libros, a esta cumbre. El espectáculo es claro y extrañamente incomprensible. Cuando salgo, doy con el clavo que no andaba buscando, con el viejo y desesperado dicho de que cada vez ignoro mucho. ¿Quién o qué soy realmente? 

Supongo que soy un irresponsable por no acudir al llamado de mi época. Por no coincidir con mi generación en la redes sociales o por no celebrar determinadas comidas gourmet subidas al Facebook. No paso de las gorditas callejeras. ¿Por qué sí y por qué no, tendría que confesarme? 

Salgo y con ingenuidad me presento a la calle : Hola, soy Jorge, el personaje que busca a su mujer en la conciencia, podría usted decirme dónde encontrarla, olvidé que la amaba, qué amable, es raro, hace rato me pareció verla, y si , si era ella. Pero ¿ Cómo se llamaba?… Ah sí. Lo he olvidado, soy Rigoberto. 

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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