¿Has visto las discusiones en mesas de analisis políticas donde todos emiten una opinión y pueden decir cualquier cosa asegurando que la realidad es como ellos la describen?, por ejemplo, las discusiones de Epigmenio y Ciro, o tercer grado, La hora de opinar, Asalto a la razón, etc. Pareciera que quieren imponer en ocasiones una narrativa que en muchas ocasiones tiene descuidos impresionantes.
Por experiencia empírica y teórica he llegado a la aseveración de que aquel que se obsecione tanto por tratar de demostrar que su verdad es la única cierta, que su punto de vista es el correcto en un diálogo o discusión, es la persona más equivocada de todas aunque su punto pueda ser muy lógico o razonable.
En la era de la información y las redes sociales, la polarización y la confrontación parecen estar en su punto máximo. Uno de los principales catalizadores de esta dinámica es la persistente creencia de que siempre tenemos la razón. Esta creencia, que se ha arraigado profundamente en nuestra sociedad, no solo es una barrera para el entendimiento mutuo, sino que también socava la posibilidad de un diálogo constructivo.
Es natural querer sentir que estamos en lo correcto. La idea de estar equivocado o ceder en una discusión puede resultar incómoda y, en algunos casos, amenazante para nuestra autoestima. Como resultado, muchas personas se aferran a sus puntos de vista con una firmeza que a menudo roza la obstinación. Esta tendencia a pensar que siempre tenemos la razón es lo que alimenta las discusiones interminables y a menudo infructuosas en línea y fuera de ella.
Sin embargo, la realidad es que nadie tiene la razón absoluta en todos los temas. La verdad es multifacética y a menudo depende de una serie de factores, incluyendo la perspectiva personal, la experiencia, la información disponible y el contexto. Creer que siempre tenemos la razón es una forma de egocentrismo intelectual que nos impide aprender, crecer y entender las opiniones de los demás.
Esta falsa creencia también tiene graves consecuencias en la sociedad. Contribuye a la polarización y la división, obstaculiza la cooperación y el progreso y fomenta un ambiente de hostilidad en lugar de comprensión mutua. Cuando todos creemos que siempre tenemos la razón, el diálogo se convierte en un campo de batalla en lugar de una oportunidad para el aprendizaje y el entendimiento.
¿Cómo podemos superar esta creencia perjudicial? En primer lugar, es importante reconocer que está arraigada en todos nosotros en cierta medida. Todos hemos experimentado la necesidad de estar en lo correcto. Sin embargo, tomar conciencia de esta tendencia es un primer paso crucial. Además, debemos estar dispuestos a escuchar activamente a los demás y considerar sus puntos de vista con una mente abierta. Esto no significa necesariamente que debamos estar de acuerdo, pero sí que debemos estar dispuestos a entender por qué alguien podría tener una perspectiva diferente.
También es útil recordar que está bien admitir cuando estamos equivocados. En realidad, reconocer y aprender de nuestros errores es una señal de madurez intelectual y emocional. No perdemos nada al admitir que no siempre tenemos la razón; al contrario, ganamos la oportunidad de aprender y crecer.
La falsa creencia de que siempre tenemos la razón es un obstáculo para el diálogo constructivo y la comprensión mutua. Debemos ser conscientes de esta tendencia en nosotros mismos y estar dispuestos a escuchar y aprender de los demás. Solo a través de un enfoque más humilde y abierto podremos construir un mundo en el que el diálogo y la cooperación prevalezcan sobre la confrontación y la división.
POR MARIO FLORES PEDRAZA