CIUDAD VICTORIA, TAMAULIPAS.- En junio del 2021, a mis 17 años y después de muchísima espera, por fin pude adquirir una pequeña cámara fotográfica con la cual perseguir bichos por documentar. Mi manera de estrenarla consistió en levantarme temprano para dirigirme al Paseo Méndez, y de ahí al cachito del Río San Marcos que se encuentra justo a la altura del mismo. Iba en busca de lo que fuera que se animara a percharse frente a mí. No estaba para ponerme exigente, después de todo.
Durante mi primera salida con aquella cámara, encontré un sitio desde el cual podía esperar aves acuáticas; como garzas y martínes pescadores. ¡Me fue bastante bien! – varias especies llegaron a la rama que se encontraba a pocos metros de mi fiel roca. Resultó que, el hecho de que nadie quisiera acompañarme por la mañana y entre semana a una zona como el San Marcos, terminó siendo una ventaja. Para propósitos de fotografía de aves, lo ideal es ir solo y mantenerte callado por un buen rato.
Regresé un par de días después siguiendo la misma dinámica, y para mi injustificada sorpresa, no tuve nada (realmente nada) de éxito. Permanecí seis horas esperando con cámara en mano, pero ninguna garza se dignó a aterrizar en aquella rama. Estuve a punto de rendirme – y lo que me detuvo no fue el tiempo que ya le había invertido a la misión, sino los 49 pesos del DiDi que me llevó hasta allá. No podía quedarse sin valer la pena, pensé. Entonces caminé un poco hacia la zona del Repiso, poniendo a prueba los límites de mi posiblemente inexistente suerte. Tras llegar a la falda de un enorme árbol en medio del campo, decidí voltear hacia arriba – y fue ahí que distinguí la diminuta silueta de un hermosísimo tecolote bajeño (Glaucidium brasilianum), perteneciente a una especie de la que les platiqué en una edición pasada. Era sólo mi tercera vez viéndolo, y únicamente con eso fue que los 49 pesos dejaron de ser recordados como un gasto, sino como una bien posicionada inversión.
Tras hacerle unas cuantas capturas, algo totalmente inesperado ocurrió: otro tecolotito llegó a la misma percha y comenzó a coquetearle. No saben cuánto me emocioné. Tomé varias ráfagas, y he aquí la foto que más me gustó. Actualmente está expuesta en el Centro Cultural Tamaulipas, a pocas cuadras de donde la tomé.
Ahora, por si se preguntan si la historia tuvo un final feliz para los tecos, es de mi agrado informarles que así fue. Me pondría en un pedestal ético y diría que me restringí de fotografiar su apareamiento por respeto a su emplumada privacidad… pero en realidad fue porque no tuve oportunidad – el evento de cópula duró menos de 4 segundos, como suele ser con las aves.
Justo ahora, mientras redacto esta nota, estoy escuchando los llamados de uno de estos tecolotitos desde mi ventana. Me gusta pensar que se trata de la cría de estos dos coquetos. Sé que debe sonar como demasiada coincidencia para ser verdad, y es por ello que adjuntaré un video de evidencia en los comentarios de esta publicación en Facebook. De verdad hay un pequeño Glaucidium cantando a todo pulmón aquí afuera. Qué bonito, ¿no?
Por. Marco Zozaya
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Marco Arturo – Fauna Silvestre
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