19 abril, 2025

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Pase usted señora música

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Para expresar alegría se inventó la música a sí misma, desde el fondo del alma se arranca un grito sincero, una serenata, un hombre silbando un villancico navideño, una rapsodia triste, un blues bajo un puente, el corrido tumbado, lo improvisado y repentino del jazz y después del barrial el rap, apá.

Bajita la mano uno de nosotros tararea una rola, tamborilea una mesa y la música empieza. Uno más toca la puerta, llama y una voz melodiosa desde adentro del cuerpo pregunta: ¿Quién es?- Soy yo, la música-.

Cuando cantamos imitamos a los pájaros y a los trastes rotos, no somos perfectos. Somos también deshechos de otros ruidos desechables. Junto a un libro hay un poema para cantar sin palabras. Un abrir y cerrar de ojos que entona una rapsodia, una sinfonía es la mirada que nos mira y nos habla escrita en una caja.

La música entra sin tocar siquiera. Iba a abrir la puerta pero recordé que ella trae llave. Puede entrar por la ventana, empujada solo por el aire. En todo caso la música traspasa las paredes.

Construidos con instrumentos musicales y con otros varios, tanto el ruido como la música se valen de objetos. La música se instala en el cuerpo que la reproduce instintivamente, sigue un ligero movimiento del pie más cercano al aire y, con el otro en suspenso, espera su ritmo, condiciona el baile del cuerpo entero.

El golpeteo de un martillo hace el arte urbano que se desbarata con el sonido profano de una camioneta de los ochenta. Pasa un chorro de agua que había estado ahí no escuchado y alguien, siempre un desconocido inequívoco, cierra la llave del olvido. Uno se asombra del amontonadero de recuerdos puestos en el cenicero. Pasaron del silencio al ruido y luego de regreso. El silencio, mudo como es, descansó en la sala, hasta que ladró un perro.

La música sugiere un paso de baile para ir por la vida y por las plazas. Contenido en el cuerpo pudoroso, el cuerpo pierde el tiempo distraído en el movimiento que coge un objeto y lo aplaca, levanta una mano, esconde los dedos que bailan de la secretaria.

La música es canción de pronto entre la muchedumbre insólita e insospechada, se habla con el ritmo de una cumbia en el viejo mercado y una señora sonríe sin darse cuenta que antes cantaba.

Atrás de la música se esconde el acordeón y la desgarrada guitarra. Se esconde el aroma profano de los acordes aguardentozos, y el eco de otras voces dichas adentro de un pozo.

En la radio la música escoge una estación y enciende la tarde de lluvia, es de todos el agua, cada estrofa es un trago amargo y el consuelo del que no canta. El alma es una esponja llena de palabras.

La muerte dicen que viene cantando como la noche en su sombra de luces, con callada voz grave de tenor bajo, con su seco bongo de media noche, la muerte viene cantando por entre la nopalera.

No habitamos el mundo. No que lo supiéramos. A lo mucho sabíamos reír en las parvadas de fiestas infantiles. Luego cantamos en los baños públicos. Nos hacemos artistas inéditos de las duchas.

No. No habitamos el mundo, habitamos las canciones. Antes de la música no había nada. Somos música escrita en el suelo, eco de pequeños arroyos que se van desgastando ente las piedras y las voces. Somos el último movimiento en el único mundo que somos. Somos la última canción de moda, la última palabra dicha. Y por último somos ausencia de ruido.

En los encajes baila la falda su baile de gitana, son aves que giran en la voz de una garganta húmeda, hecha al propósito de su música. Es un mundo hecho a la medida de su lamento borincano con un toque de huapango.

HASTA PRONTO

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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