J. M. Coetzze, alguna vez escribió (en carta a Louise Colet) «que aspiraba a escribir un libro acerca de nada, un libro que estuviera cohesionado simplemente por las tensiones mutuas entre sus componentes y no por la correspondencia con ningún mundo real. Jamás llegó a escribir aquel libro: era demasiado difícil, y además no lo habría leído nadie. Pero resulta significativo que un escritor al que se considera un archirrealista tuviera una opinión tan baja de la realidad».
Y como dice la ley universal: es igual arriba que abajo, adentro que afuera, de igual manera es el todo respecto a la nada. En algún lugar se llena el vacío, y lo ficticio está pleno de realidades que conforman un todo, un toque de espejismo contiene lo visual y existente. La existencia es esta nada repleta de utopías y de hechos que alguna vez fueron realidad o lo serán.
Escribir algo sobre la nada es apuntarla con el dedo, volverla lápiz de nuevo, árbol tumbado, cuadernos de raya.
La posibilidad de existir es la nada, redunda en la palabra más cierta que nunca cuando se le invoca y es buscada. Y es que la nada suele tener sombra y sombrero, ahi donde existió la nada dejó algo con nombre y apellido. La nada sigue al todo y el todo a la nada en el algoritmo infinito.
La nada existe en lo largo y ancho de una calle. Existe la palabra imprecisa pero adecuada en el depósito del habla cuando no hay cómo sustituirla. En los hechos la nada está repleta de palabras como la calle de objetos. La nada está repleta de nadas.
Las palabras que no se corresponden unas con otras son nada y son palabras. Imagino lo que ven las aves, cómo juntan las imágenes que para un simple mortal pecho a tierra es nada y es espeluznante. Entre la nada y el todo la pulsación de lo existente y del todo suele ser incoherente.
Lo que no vemos existe a la vuelta de la casa, lo delata las risas que estallan en el tiempo que sin ver pasa y pasa. El momento ofrece la oportunidad de una cosa, de cierta música, y el tiempo deja a merced del recuerdo su existencia, su todo, su validez oficial con el verdadero testimonio. La nada con el tiempo adquiere variedades de un todo.
En el río de Heráclito pasa el agua y no vuelve a pasar, el pensamiento es nulo al ser sorprendido por otro, las ideas se van cuando todo cambia, el instante es al mismo tiempo todo y nada.
La nada es negación, algo traemos sin saber, algo oculta el camarada en los bolsillos oscuros y vacíos del alma, un remordimiento viejo, otra vida paralela que creció de un descuido. El todo en tanto es aceptación de los límites, el todo nunca es todo, pero hay que aceptarlo, es parcial y es relativo, como todo. Lo que es justo para unos es injusto para otros.
El silencio construye la nada, se acerca a la soledad de los menesterosos que descansan en la plaza. El todo encuentra y sigue buscando entre los escombros del pasado reciente, para ganar tiempo, aprovechar las paredes de la habitación antigua en lo que será su casa hecha con todo lo necesario.
En Ia nada navegan sucesos que todavía no son, y los que fueron no están en una hilera, acaso un poco hay en la escasa memoria humana. Vete, dice el tiempo a la efímera existencia y remata entre el rocío que se levanta con la nueva mañana.
Con Sócrates tenemos que saber nada para saber todo, aunque sea poco. La vieja utopía es el todo, lo infinito, y sin embargo la fotografía original nos lleva al horizonte de los nacimientos, cuando todavía no empezábamos a elaborar un pedazo de la vida tal como la conocemos.
Con el tiempo la nada es lo que hay, es todo. Las palabras se reúnen para mudarse a un espacio improvisado donde el genio sustituye esa ignorancia con un invento. Vuelve a recrearse el mundo, hay un bing bang repentino, la nada es el origen de todo.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA