No sé si la ignorancia es la madre de los prejuicios, pero, ah, cómo ayuda. Yo lo ignoraba casi todo sobre el presidente americano Theodore Roosevelt (1899-1908). Me contentaba con agregarle el adjetivo imperialista, por cierto, ganado con cierto mérito gracias al Corolario Roosevelt a la doctrina Monroe que permitía la intervención americana en los países del continente cuando los Estados Unidos lo juzgaran pertinente. También por su intervención en la pérdida de Colombia del territorio que hoy es Panamá para facilitar la construcción del Canal. Pintado de un solo color, ahí terminaba mi imagen de Teddy. Después de todo, ¿qué cosa buena puede esperarse de un imperialista? Pero una serie de televisión brasileña, El huésped americano, del estupendo director Bruno Barreto, sacudió mi cómoda clasificación.
Hoy, que el presidente Joe Biden cuestiona la posible adquisición de US Steel por parte de Nippon Steel por temas de competencia, recordé el episodio en el que Roosevelt se venga en 1906, de J.P Morgan por el monopolio de US Steel, declarando el territorio que ocupa el Cañón del Colorado —propiedad del banquero— susceptible de ser afectado por la Ley de Monumentos ¡y lo convierte en Parque Nacional! Y sí, Theodore crea la primera reserva para aves en 1903 y durante su presidencia continúa creando parques nacionales y reservas naturales por todo el país. Teddy Roosevelt, el imperialista, era furiosamente antimonopolios y evoluciona de ser un amante de la cacería a ser un gran naturalista.
La miniserie de Barreto trata del viaje del ex presidente Roosevelt por el río de la Duda —posteriormente llamado río Roosevelt— tributario del Amazonas, guiado por el gran naturalista e indigenista brasileño, el coronel Cándido Rondón, en cuyo honor uno de los estados de Brasil, se llama Rondonia. El coronel Rondón había dirigido el tendido del telégrafo por el Amazonas y tenía un sentimiento de protección por las tribus indígenas de la región (tanto el telégrafo como posteriormente la carretera Transamazónica, uno de esos proyectos desarrollistas de arrogancia hubrística contra la naturaleza, tuvieron tramos enteros tragados por la selva. La carretera se inauguró sin terminar y sólo se ha construido la mitad del proyecto original).
El relato de la travesía es fascinante, lo completé con varias lecturas, incluyendo las memorias de viaje del intrépido exmandatario americano. La serie es de HBO y quizá la encuentre en YouTube. Aprendí mucho sobre historia norteamericana de inicios del siglo pasado, también sobre un hombre complejo como Theodore Roosevelt, pero sobre todo sobre mí y las huellas del dogmatismo juvenil que todavía me rondan.
De nuevo el reto de la complejidad y la ambigüedad se presentaron con la película Oppenheimer, prometeo americano. La película es buenísima y el libro todavía mejor y ya lo publicaron en español. Si le gusta la historia contemporánea: Estados Unidos antes de la Segunda Guerra y hasta los años sesenta, no deje de verla o leerlo. También es la historia de los grandes descubrimientos de la física cuántica, una especie de renacimiento científico del que Oppenheimer fue protagonista y testigo.
Quizá el verdadero protagonista de la saga que cuenta la película —el descubrimiento de la fisión nuclear y la carrera por ganarle a los nazis la construcción de una bomba atómica que diera una superioridad militar indiscutible— sea más bien la ética. Casi diría yo que el personaje principal es la vieja lucha entre el bien y el mal. Piénselo así: Estados Unidos, nación que regresa triunfante y optimista después de derrotar al eje nazi fascista, se entrega apenas diez años después a la superstición y a la persecución de disidentes con el macartismo. Una orgía de pensamiento único y paranoia que casi destruye a la élite intelectual liberal de aquella época —cineastas, escritores, intelectuales, sindicalistas, científicos como Oppenheimer, periodistas— y que parece revivir en torno a la figura de Trump. Por supuesto, la película es sobre la personalidad compleja de Robert Oppenheimer, pero éste sirve como crisol para examinar un momento de la historia cercana que todavía es referente para nuestros días. Recuerde la amenaza rusa de usar armas nucleares en la invasión a Ucrania.
Aunque ya los recomendé el año pasado, sigo pensando que La cabeza de mi padre, de Alma Delia Murillo y El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza, son libros extraordinarios. Lo mejor para Excélsior, para sus directivos y trabajadores, para mis generosos lectores y sus familias. Lo mejor para nuestro México en 2024.
POR CECILIA SOTO