MÉXICO.- Pablo fue un niño alegre y dicharachero, que soñaba con ser policía y a la vez tránsito. Nunca se supo de donde provenía esa ilusión, pero en la escuela primaria, cuando su maestra de segundo año le pidió dibujar lo que quería ser ‘de grande’, rápidamente se dibujó él con un uniforme azul, una estrella en el pecho y una moscova (el ‘sombrero’ de los policías de antaño) con el escudo policial en
la frente. Aunque fue de cuna muy humilde, Pablito solía llegar con sus zapatos bien limpios, y su pelo rebelde destellando de brillantina.
En su mano cargaba su ‘bolsita de mandado’ que usaba como mochila. Siempre fue bueno para los libros, pero sus maestros se quejaban que el niño ‘alegaba mucho’. Aún así, en su boleta de calificaciones siempre se anotaban ‘ochos, nueves y dieces’. Una de las peculiaridades de Pablo, es que, aunque le gustaba mucho el futbol, y se la pasaba hablando maravillas de las Chivas del Guadalajara, cuando se armaba ‘la cascarita’ en la clase de educación física, al moreno le gustaba tomar la posición …de árbitro. Siempre cargaba con un silbato (algunos pensábamos que era por su deseo de ser tránsito) y se la pasaba pintando los ‘fuera de lugar’ las ‘mano’ y los ‘faules’ de ambos equipos (aunque no todos le hicieran caso).
En el quinto grado Pablo concursó para formar parte de la escolta de la bandera, sin embargo, al quedar en un honroso séptimo lugar, no pudo formar parte de ella. Cuando llegó a sexto grado, Pablo le platicó al Caminante (que era un ‘mocoso’ entonces) que deseaba incorporarse al nuevo ‘Escuadrón vial’ de estudiantes, que se desempeñaría por las tardes en el crucero donde se ubicaba la escuela primaria. Así, durante unas semanas, tránsitos ‘de a deveras’ irían a instruir a los muchachitos a como dirigir el tráfico en horas pico del mediodía y del atardecer (6 p.m.). Quienes apreciábamos a Pablito, nos complacía ver como orgullosamente portaba el uniforme escolar de pantalón azul marino ahora con ‘popotillo’ (la cinta blanca a los costados) y el gafete con enorme letras azules que decían “ESCUADRÓN VIAL ESCOLAR”. Llegado el momento de la despedida, el Caminante se inscribió a una secundaria y Pablo a otra y perdieron un poco de contacto. Muchos años después, luego de que el Caminante anduvo de pata de perro por la república, y tras haber residido en otras ciudades como Tampico, Madero y el entonces Distrito federal, el vago reportero regresó a su ciudad natal, El Mante.
Fue cuando se reencontró con su ex compañero de la primaria, Pablo, quien se desempeñaba como cocinero oficial de una famosa lonchería de esa localidad.
Pablo le platicó al Caminante en aquel entonces que había aplicado para incorporarse a la Policía Municipal, pero por diferencias con el entonces Comandante le había sido negada la oportunidad. Tiempo después quiso hacer lo mismo en Victoria, pero que en el examen psicométrico había resultado con baja puntuación, y no le aceptaron. “Dicen que no pasé el examen ese, pero yo creo que mas bien me discriminaron por chaparro, que gachos” relataba Pablo al Caminante en aquella ocasión. Muchos amigos en común creen que un
matrimonio fallido y un frustrado anhelo en convertirse en guardián del orden (público o vial) empujaron a Pablo a la adicción al alcohol.
Aunque seguía trabajando en la plancha de aquel restauran en el horario diurno, el amigo de la infancia del Caminante, solía embriagarse por las tardes/noches en los alrededores de las vías del ferrocarril. Pablo pasó de ser del ‘Escuadrón Vial Escolar’ al ‘Escuadrón de la muerte’ con el paso de los años. De vez en cuando se le observaba platicando con amigos y ex compañeros de escuela, a la sombra de un árbol, en el que el hombre, rodeado de algunos perros diluía sus penas con una botella de aguardiente de caña. También cuentan que acostumbraba ir ‘de mirón’ a los choques y percances automovilísticos, pero quienes lo conocieron creen que era para ver a los tránsitos y peritos en acción.
Lo curioso es que a pesar de su alcoholismo, el hombre nunca dejó de trabajar: laboró en varias loncherías y restaurantes (siempre
de cocinero), pero su salud se vio desmejorada en los últimos años. Este mes de diciembre, el Caminante tuvo nuevas noticias de su amigo. Pablo se mudó a la frontera, y la mañana de navidad decidió suicidarse colgándose en el cuarto que rentaba. Así de rápida pasa la vida y así de rápido puede ser consumida por una adicción. Sueños e ilusiones pueden conducir a una persona al éxito pero también a la depresión, si no son bien manejadas. Descanse en paz Pablito.
POR. JORGE ZAMORA
EXPRESO/ LA RAZÓN