¿Bajo qué condiciones una democracia puede sobrevivir ante los embates de un líder populista o autoritario? Kurt Weyland, profesor de la Universidad de Texas en Austin y experto en política comparada, democratización, autoritarismo y populismo en América Latina y Europa, ha dedicado años de investigación a intentar responder justamente esta pregunta.
En 2021, Weyland publicó un importante libro: Asalto a la democracia: comunismo, fascismo y autoritarismo en los años entre guerras. En ese volumen, el autor indagaba por qué y cómo sucumbieron diversas democracias en el periodo entre 1918 y 1939 tanto en Europa como en América Latina.
Por un lado, el libro enfatiza el papel de catalizador que tuvo la revolución rusa al atemorizar a diversas élites alrededor del mundo, abriendo paso a que fuerzas antidemocráticas explotaran crisis económicas o la inestabilidad política del periodo para desmantelar incipientes democracias. Por otro lado, se argumenta que muchas de las jóvenes democracias establecidas al final de la primera guerra mundial simplemente carecían de instituciones suficientemente fuertes para sobrevivir los embates autoritarios y fascistas.
Este año está por publicarse un nuevo libro de Weyland: La resiliencia democrática ante la amenaza populista, del cual la revista Journal of Democracy ha publicado un avance, mismo que resumo en este espacio. En este nuevo libro, Weyland considera estudios de caso de cuarenta gobiernos populistas que ocuparon el poder entre 1985 y 2020 en América Latina y Europa, y encuentra que solo en siete casos, sus respectivos líderes populistas lograron conseguir una regresión hacia el autoritarismo: Alberto Fujimori en Perú, Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Nayib Bukele en El Salvador; en Europa, se encuentran Viktor Orbán en Hungría y Tayyip Erdogan en Turquía.
En este punto es importante señalar que el autor reconoce que muchos gobiernos populistas buscan debilitar o desmantelar las democracias con las que llegaron al poder –la concentración del poder y la erosión de los contrapesos es parte de su naturaleza, por así decirlo–. El matiz importante es señalar que, en opinión del autor, raramente lo consiguen. Es claro que siete de cuarenta casos, un 17.5 por ciento, pueden parecer una proporción alarmante para unos y no tanto para otros. Otros más podrían preocuparse de que haya habido cuarenta gobiernos populistas en tan sólo 15 años.
Por otro lado, el autor enfatiza la importancia de distinguir entre la posibilidad de una regresión democrática –un problema ampliamente documentado por un creciente número de expertos, incluido el mismo autor– que tratar de establecer la probabilidad de que esta ocurra. Más allá del difícil reto empírico o metodológico para calcular dicha probabilidad y del importante juicio de valor correspondiente al indicador estimado, vale la pena considerar los hallazgos centrales de los estudios de caso de este importante nuevo libro.
Según Weyland, para que una democracia colapse ante el asedio de un líder populista debe combinarse una serie de factores institucionales y coyunturales. En un primer escenario, deben existir graves debilidades institucionales, una alta inestabilidad política y recursos fiscales extraordinarios a disposición del gobernante populista. Bajo este escenario, la hegemonía política es factible, y la oposición puede ser aplastada junto con la democracia.
En un segundo escenario, un populista conservador sólo puede tener éxito cuando logra resolver alguna crisis económica o política grave: una hiperinflación o una guerrilla insurgente, por ejemplo, tal y como ocurrió en Perú o El Salvador más recientemente.
En tercer lugar, en el caso de los regímenes parlamentarios, donde los contrapesos son relativamente más débiles bajo ciertos contextos, es necesaria una crisis severa para que un líder populista logre dominar el parlamento y pueda reformar la constitución, como ocurrió en Turquía y Hungría. ¿Qué tanto deberían preocuparnos alguno de estos escenarios en México?
POR JAVIER APARICIO