Aunque todos lo saben, quizá no esté fuera de sitio recordar que lo que es hoy el territorio de Tamaulipas, no fue centro de ninguna civilización pre-cortesiana y que la Colonia misma, no llegó a la llamada Provincia del Nuevo Santander, sino a partir del año de 1746, en que el Virrey Conde de Revillagigedo, le encargó a don José Escandón que conquistara, poblara y civilizara, lo que todavía se llamaba, de un modo genérico, “tierra de chichimecas”.
Los progresos conseguidos desde entonces, aunque grandes, no han podido darnos empero lo que sólo con el transcurso de los siglos se consigue: una tradición. Especialmente en el campo de la plástica, no hemos tenido antes de hoy personalidades destacadas y sólo entre los contemporáneos merecen nombrarse el victorense Javier Peña que en fecha reciente está acometiendo ya obras de aliento y Ramón García Zurita a quien consagro estas líneas.
Zurita no es, como Peña, victorense de origen, puesto que nació en Tampico, pero sus raíces son victorenses. Muy joven aun nació el 6 de abril de 1927, sintió deseos irrefrenables de pintar y lo hizo así desde que cursaba sus primeros estudios. Su afición y sus disposiciones impresionaron seguramente a sus maestros, puesto que estos lo alentaron a que se trasladara a la Ciudad de México, para inscribirse en la vieja Academia de San Carlos, donde principio su formación plástica bajo la acertada guía de maestros como Ernesto Jorjuria, Antonio Rodríguez Luna, Carlos Alvarado Lang e indirectamente Zalce y aún el mismo J. Clemente Orozco, -quien como todos los verdaderos grandes, proyectó su sombra- esa “sola sombra larga” de que hablaba el poeta, sobre mucho de nuestros jóvenes pintores.
Ramón García Zurita tiene ya, detrás de sí una obra plástica que responde por él. En la presente exposición están algunas, que no todas y quizá ni las más importantes de sus obras. Ha hecho también pintura mural en varias casas particulares y tomado parte en exposiciones colectivas. Por ejemplo, en la Bienal de las Galerías de Chapultepec.
Hoy da el gran salto que en la vida da un pintor, constituye una primera exposición uni-personal. Estoy seguro de que saldrá bien librado de la prueba, porque se lo que es capaz de hacer. Pero se también que sus posibilidades de expresión son mucho más grandes que sus medios actuales de ejecución, y lo aliento por eso a que persevere en su empeño, poniendo en su obra laboriosidad y pasión porque esas son las características que en ninguna obra debe faltar.
Lo exhorto que sepa proyectar, compartiendo con los demás lo que el mismo vaya aprendiendo para su formación el recibió la luz indirecta de sus maestros, por medio del Departamento de Artes Plásticas de Tampico, podrá ser a su vez un valioso elemento que haga conocer, estimar y practicar las artes plásticas en el Sur de Tamaulipas. A través del IRBA de Tampico, Zurita encarnará un interés que de ninguna manera estará fuera de sitio, puesto que él, Zurita, es Tamaulipeco y, Tamaulipas, necesita engalanar su escudo con obras en que se proyecten las luces de la inteligencia y de las artes.
Por Ing. Marte R. Gómez
OBRA DE CABALLETE
Dice Luis R. Botello que “desde el punto de vista plástico, la obra de Ramón García Zurita se distinguió por una fertilidad interpretativa en formas y colores, con mucha sensibilidad, imaginación y notable destreza manual. Sus bocetos, dibujos, óleos aguafuertes y cuadros de caballete, forman una expresión unitaria, perfectamente lograda, del concepto de la vida y del mundo que lo rodea.” (10) Veamos una selección de algunas: Su obra de caballete no es muy abundante. A sus 37 años, se vislumbra en el a un pintor de la soledad de la nostalgia, sus colores verdes, rojos óxidos, en transparencias, presagian el silencio de los desposeídos, la ternura de la tierra. Es la tierra del color no del colorido. Algunos de sus telas contienen esa unión con la tierra. Son los acrílicos (acrilato con tierras), materiales que le permiten lograr esas tonalidades telúricas. En “Niños con Tortuga” (medidas) está inmersa esa soledad interior de García Zurita. Atrás el mar en tenues pinceladas y un cielo transparente que hace recortar las figuras. Ocres que se entrelazan en verdes y azules, amarillos terrosos. Los rostros de los niños respiran en un espacio de poesía.
En la obra “El Baño”, (medidas, óleo sobre tela), cielo, tierra y agua se confunden. Es un movimiento de colores al ritmo del viento. Los tres personajes de la composición se triangulan, la mujer que llama el niño que se mueve al grito, dan fuerza y movimiento a la composición. Los vestidos de las mujeres se alzan como fuentes y los cuerpos emergen del agua como peces. Es una transparencia la montaña, donde cielo y tierra toca al agua. Observemos una característica del pintor, casi todos sus personajes miran hacia abajo, hacia la tierra.
En mucho, los temas señalados traducen su infancia, la vida en el puerto de Tampico, que, aunque breve entraño la paleta del artista. Y su infancia en cd. Victoria, con un río San Marcos que en su tiempo todavía llevaba agua.
Si comparamos ambas obras nos conducen a la nostalgia, a la íntima poesía de la provincia. Ramón García Zurita contenía el lenguaje de los niños en las tardes de su pueblo. Un lenguaje de la ingenuidad y la tristeza dicho con realismo.
García Zurita no es in colorista en el sentido estricto. Su color mas bien la trama que acompaña a su dibujo, su excelente dibujo. Si observamos su trazo redondea a la figura buscando el contraste con lo pesado de las sombras, que ofrece un brusco volumen de los brazos a la manera de la escultura (“El Baño”), y luego delineando como si recortara (“Niños con Tortuga”), en movimiento de la pincelada hacia dentro como si encerrara el dibujo y el tenue color en un círculo.
Si miramos con atención su trabajo de caballete se ventila esta característica del artista. En el fondo se traduce un gusto por la pintura de los florentinos del Renacimiento en los que impera el dibujo sobre el color.
El cuadro “Azoteas” (óleo sobre masonite), es un ejemplo de los personajes que miran hacia abajo. Un mundo de los que viven arriba y están abajo. En esta composición el artista nos presenta un ritmo de líneas horizontales y planos de color que contrastan más bien por su geometría que por su color. El tendero nos muestra el viento del atardecer de la Ciudad de México; un cielo, aún azul. Las dos niñas parecen estar al ritmo del viento y de azotea en azotea nos acerca a la ciudad la de arriba que mira a la de abajo.
Y de nuevo sus gustos por los colores aterrados, pero dejando vibrar su transparencia. No hay intención del detalle, el artista sólo quiere decirnos que está solo que mira con los niños, una ciudad en silencio.
En la pintura “El Balcón” (óleo sobre masonite) el artista nos ha dejado una de sus mejores propuestas plásticas. Los personajes todos miran hacia abajo, con excepción del niño en brazos, envuelto y apretado como muñeco. El niño desnudo está agarrando de la reja mientras que la mujer de vestido amarillo se sacude el pelo como si aún lo tuviera húmedo. En el fondo de la obra como telón dos personajes delineados en posición de descanso. La habitación por ese solo hecho personajes se asomaron a la ventana nos señala que puede ser un gran pasillo de eso viejos edificios que aún existen después del temblor de 1985 en la Cd. de México.
La obra conmueve por su dinamismo, la combinación de colores primarios en un movimiento concéntrico apuntalado por las paredes frontales que forman el marco de la composición.
No hay distancia en la composición de estas telas. Por su temática se juntan, por su respiración vive el pintor su soledad. Son los personajes que clavan su mirada con el agua con la tierra y el aire, el viento, la luz está envuelta con ellos tímidamente.
“Pañuelo Rojo”, (Oleo/tela 1×70 1952. Col. José Porras), es una obra que resume en mucho su sensibilidad y respeto por la mujer. En esta obra dos mujeres colocan en la trenza de la niña un listón. La sobriedad del color y el movimiento que envuelve a los personajes nos ofrece materia para reflexionar sobre la admiración que el artista sentía por su madre. La definición de los rostros de su madre, Doña Teófila Zurita Rojas y en los perfiles de sus dibujos se intuye el perfil del propio Ramón: “en los momentos que me siento inclinado a ser más práctico, a tomar un camino más práctico dejar a un lado los ideales y poder ayudar a mi madre que tanta falta le hace. Y luego no se si me traicione (creo que sí), toda mi vida y de paso las esperanzas de mi madre y tuyas que crep que sinceramente me alientan y comprenden en la meta que me he trazado y propuesto seguir”. (11)
Sensible a sus temas, el artista no renuncia a su soledad. Misma que está presente en su carta en que no está lejana la meditación o la plegaria.
“Dios tengo que comunicarme contigo y siento mis esperanzas y energías de nuevo nacer y contemplar la serena noche de estrellas. Y cuando das de nuevo a mi alma, la generosidad, tengo ganas de gritar, ¡tengo fe!”, (cartas a Alicia, 15 de febrero de 1956).
Las lecturas de San Agustín (Las Confesiones) y de Miguel de Unamuno, reflejan en mucho un espíritu solitario y reflexivo como el del pintor Ramón García Zurita; según le cuenta a su querida hermana Alicia: “He estado leyendo a Miguel de Unamuno y Las Confesiones. Me hace falta más tiempo para penetrar el contenido que ha de ser muy rico.” (12)
Por: Alejandro Rosales Lugo ©