La hacienda de La Sauteña surgió en 1781 al recibir Antonio de Urízar y Bernardo de Sauto, comerciantes del centro de la Nueva España, la merced de 658 sitios de tierra de ganado mayor, que comprendía un espacio situado entre los ríos Conchas y Bravo, desde el Golfo de México hasta los límites con el Nuevo Reino de León.
Dada su enorme extensión, más tarde la propia corona española ordenó su poblamiento en 1805, so pena de perder la merced, lo que no se efectuó por la guerra de independencia.
Por la misma razón, en 1833, el gobierno de Tamaulipas consideró en sus leyes de colonización el fraccionamiento de la hacienda, creándose algunos ranchos amparados en ellas, como el de Santa Teresa.
Con la restauración de la república en 1867, el gobierno local exigió el cobro de impuestos a La Sauteña, pero ante los crecidos adeudos, sus propietarios, los señores de apellido Conde —herederos de Urízar—, le entregaron 35 sitios de ganado mayor en 1881.
LA TRANSFORMACIÓN DE LA PROPIEDAD
Comenzó por iniciativa del licenciado Demetrio Salazar, un personaje ligado con la élite porfirista, quien convenció a un grupo de empresarios para comprar la hacienda y crear la “Sociedad Civil y en Comandita La Sauteña”.
La nueva sociedad sentó las bases para el amplio desarrollo agrícola y para ello suscribió un contrato con el gobierno del estado en 1906, obteniendo concesiones de las aguas del río Bravo, Conchas y San Juan, así como para establecer colonias agrícolas, tanto de mexicanos como de extranjeros.
Al terminar el ferrocarril Matamoros-Monterrey en 1905, la hacienda adquirió una plena orientación empresarial, capitalizada por Íñigo Noriega, quien se convirtió en accionista mayoritario, formando una nueva empresa, la “Compañía Agrícola La Sauteña, S.A.”, con activos por diez millones de pesos, más las concesiones de agua para fomentar el cultivo de algodón.
¿QUIÉN FUE IÑIGO NORIEGA?
Don Iñigo Noriega Lasso nació en el Municipio de Ribadedeva, perteneciente al Principado de Asturias en España, en un pequeño pueblo llamado Colombres, un 21 de mayo de 1853, fue hijo de don José Noriega Mendoza y doña María Laso.
Emigró en compañía de su tío a México en busca de fortuna, en una época en que el gobierno mexicano se proponía atraer capitales y pobladores extranjeros a través de una política de amplios beneficios fiscales. En la Ciudad de México, Noriega se desempeñó en diversos oficios, como cantinero, comerciante, vendedor de tabaco, entre otros.
El gobierno de Díaz lo favoreció de forma relevante y la fortuna de este español comprendía numerosas fincas en los estados de México, Morelos, Tlaxcala, Chihuahua,
TAMAULIPAS Y EL DISTRITO FEDERAL
Antes de iniciar la Revolución, Noriega era uno de los personajes más notables del régimen porfirista.
Financió la campaña electoral de Bernardo Reyes en 1910, lo que provocó el disgusto de los maderistas. Durante las Fiestas del Centenario en 1910, Camilo García de Polavieja y del Castillo-Negrete, Marqués de Polavieja, era el embajador de España en México, con motivo de aquella celebración y don Iñigo Noriega celebró un banquete para tan ilustre coterráneo, en su hacienda de Xico en el Valle de Chalco.
Como en Noriega todo era desmesurado, tuvo once hijos legítimos e incontables naturales: según algunos, llegó al centenar. Pero sus relaciones con la familia fueron malas, desheredó a una de sus hijas por no haberse casado con el adecuado, y otra de sus hijas fue asesinada por su hermano, que se suicidó.
DON IÑIGO ERA UN MILLONARIO
Cuentan que la fortuna de don Íñigo era incalculable, pues sólo en el Archivo General de Notarías de la Ciudad de México se le ubicaba como el propietario de más de trescientos mil metros cuadrados de terrenos, además de ranchos, haciendas, como el caso de La Sauteña en Tamaulipas, la cual era la más grande de todas sus propiedades en el país.
En 1907 un periódico de Chicago señalaba que la Sauteña contaba con dos millones de acres de tierra y con un capital ilimitado y que por lo tanto se estaba organizando la obra de colonización más grande que se había intentado en México, pues con el cultivo de estas tierras se proponían traer a cinco mil familias de Europa a radicar a la zona: “Practicará un gran sistema de irrigación, formará un puerto en el Golfo, y un ferrocarril que comunique las principales posesiones de la propiedad para dar salida a los productos de la colonia extranjera en la Sauteña”.
CRECIÓ LA HACIENDA EN EL PORFIRIATO
En 1880 se crea la sociedad Remigio Noriega y Hermano, en la que el primero aparece al frente de los negocios y don Íñigo como apoderado: pero al igual que Pepe Cosmen, que nunca se presentó con otro título que el de apoderado, el verdadero motor de la empresa era don Íñigo.
Con un capital inicial de 100.000 pesos, compraron la herencia de Manuel Mendoza Cortina, que incluía la mina de plata de Tlalchichilpa, las haciendas de «Maplastán» y «Coahuixtla», crédito del ferrocarril de Morelos, existencias de azúcar y aguardiente y casas en las ciudades de México y Toluca.
Posteriormente adquirieron grandes fincas de Chihuahua y Tamaulipas, donde se encontraba la finca «La Sauteña», la mayor de todas, con una extensión de 394.875 hectáreas y 225.000 cabezas de ganado mayor. Contando con el apoyo del presidente Porfirio Díaz, don Íñigo Noriega Lasso obtuvo recursos de la Caja de Préstamos para Obras de Irrigación y Fomento a la Agricultura y del Banco Agrícola Hipotecario de México.
Para atraer la inversión extranjera, se vinculó con la Texas Oil Company, a la cual ofreció La Sauteña para desarrollar la agroindustria algodonera, obteniendo financiamiento que benefició al gobierno de Díaz al recibir recursos para promover la irrigación, por parte del National City Bank de Nueva York y el Speyer Bank de Londres.
A fin de aprovechar estos recursos, Noriega modernizó su compañía para insertarse al crédito agrícola, para lo cual creó en 1910 la “Compañía Agrícola de Colombres, S.A.”, llamada después “Compañía Agrícola de Río Bravo, S.A.”
LA REVOLUCIÓN LE AFECTO
Sin embargo, La Sauteña generó el resentimiento social al impedir la movilidad en la propiedad de la tierra. Por tanto, al estallar la Revolución Mexicana, estuvo en la mira del reparto agrarista.
Así lo manifestaron los magonistas en 1911 y más tarde, en 1913, Lucio Blanco intentó su reparto, y aunque no se efectuó, quedó intervenida por el gobierno constitucionalista.
La revolución mexicana puso a don Íñigo contra las cuerdas. Perdió todas sus posesiones rurales, le fueron embargadas las urbanas y en los momentos más virulentos, tuvo que refugiarse en Texas, donde queda dicho que fue «sheriff».
Su salud empezaba a resquebrajarse, pero no por ello dejó de luchar, pleiteando tenazmente contra el Gobierno que le había arruinado. El presidente Venustiano Carranza le propuso un acuerdo que incluía la declaración de que nunca había sido amigo de Porfirio Díaz, cosa que el español no aceptó.
ERA VALEROSO, ORGULLOSO Y LEAL.
Poco después volvió a México, donde murió en 1920. Se le considera a don Íñigo como el fundador de Río Bravo, Tamaulipas.
En 1929 y debido a que el Banco Nacional de México era el tenedor de las acciones de La Sauteña, el gobierno federal le retornó la propiedad proponiéndole la creación de una empresa mixta para liquidar algunos de sus adeudos y continuar con esa institución financiera, a la vez que impulsaba su política de distribución de tierras. Por tanto se formó la Compañía “Explotadora y Fraccionadota del bajo Río Bravo, S.A.”
Finalmente, el Banco Nacional de México vendió la propiedad al gobierno federal en los años treinta, resolviéndose con ello el problema de los repatriados y la creación del distrito de riego del bajo San Juan y el bajo Río Bravo. Por cuanto al casco de la hacienda, desde principios del siglo XX se formó en torno a ella una congregación y para 1926 se creó un núcleo ejidal anexo.
Dado el número de sus habitantes, funcionó como una importante delegación de Reynosa, hasta que en 1961 logró su autonomía municipal, con el nombre de Río Bravo. “Hay una obsesión que llena mi vida Quiero un Colombres digno de La Sauteña Una Sauteña digna de México Un México digno de América Una América digna del mundo. Iñigo Noriega Colombres, España, marzo de 1910.
MARVIN O. HUERTA MÁRQUEZ