A propósito del día de la mujer que se celebra el 8 de marzo, es necesario abordar, desde otra perspectiva, el trabajo que han desarrollado los medios de comunicación y, en general la industria del entretenimiento, en la retransmisión de la cultura popular, ya que, dentro de la función de los medios es informar, educar y entretener. Son entonces, formadores de opiniones que se transmiten audiovisualmente y se perpetúan de generación en generación.
Ya lo decía Emile Durkheim desde hace más de un siglo: “La conciencia colectiva trasciende a los individuos como una fuerza coactiva y que puede ser visualizada en los mitos, la religión, las creencias y demás productos culturales colectivos” (1895). ¿Y qué significa? Que los medios han generado esa creencia social que informa, forma y perpetúa la cultura y sus distintas manifestaciones en un grupo.
Esa visión sigue vigente, pues lo observamos en las redes sociales y sus plataformas, solo que ahora ese “grupo social” se ha tornado en países, donde casi la única frontera es la lengua. Usted puede estar de acuerdo o no con ese contenido, pero de que se transmite, se transmite, y son las nuevas generaciones las que lo reciben casi sin mostrar rechazo.
Ya sea que tengamos gobiernos de centro, derecha o izquierda, existe una visión que sigue permeando a chicos y grandes por generaciones completas, traspasando culturas, lenguas y modas: la cultura patriarcal-machista. Y sigue siendo representada en distintos medios, romantizando el amor desigual entre hombres y mujeres, abordándolo de modo distinto en los contenidos mediáticos.
Autores consagrados como Pierre Bordeau lo señalaban en su obra La dominación masculina, en el año 2000, cuando mencionaba: “Siempre he visto en la dominación masculina, y en la manera como se ha impuesto y soportado, el mejor ejemplo de aquella sumisión paradójica, consecuencia de lo que llamo la violencia simbólica, violencia amortiguada, insensible, e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento”.
Usted puede constatar esto, por ejemplo, en la música, las películas, las telenovelas, series, y cualquier otro contenido de entretenimiento. La narrativa o la historia que se cuenta casi siempre relata alguno de estos escenarios: 1) el hombre fuerte que rescata a la mujer débil; 2) el hombre que conquista a la mujer en una disco o antro y para impresionarla exhibe sus bienes; 3) la muchacha pobre que se enamora del hombre rico y tiene que trabajar el doble para demostrar su valor. 4) mujeres que se pelean entre ellas para conseguir quedarse con el hombre que tiene mayor cantidad de bienes.
En todos los casos, se perpetúa la idea de superioridad del hombre, ya sea por dinero, bienes, fuerza o estatus; mientras se cosifica a la mujer y se le otorga valor por su belleza, juventud, capacidad de reproducción o sensualidad.
Y ninguna de estas dos son válidas en lo absoluto. Ni los hombres valen por su dinero, ni las mujeres por su belleza. Pero nos guste o no, es el mensaje que perpetúan los medios. Peor aún, el que siguen retransmitiendo influencers y audiencias en las plataformas de redes sociales, de una manera u otra.
La influencia de los medios es tal, que se ha estudiado el efecto priming, propuesto por Jo y Berkowitz, que señala que, cuando una persona pasa mucho tiempo viendo una serie, un género de películas o música de cierto tipo, “en su mente se activan una idea de significado parecido durante corto período de tiempo subsiguiente y, a la vez dichos pensamientos son capaces de activar otras ideas y tendencias semánticamente relacionadas”.
Es decir, ya que el cine es un medio que permite la ensoñación de lo que imaginamos como sueños, creencias o mitos, en la mayoría de las veces, los espectadores pueden sentirse identificados con los personajes, y se imaginan a sí mismos viviendo las acciones que los personajes hacen en la historia.
Si solamente existieran los géneros de superhéroes o superación personal, quizá tendríamos una mejor sociedad, pero también están presentes la ficción, la acción, el terror y el porno, que tienen seguidores leales, y no están libres de experimentar el efecto priming. En el peor de los casos, Richard Jackson a finales del siglo pasado comentaba sobre las transformaciones en los comportamientos de las audiencias:
“La contemplación de una escena de violación, donde se representa que la mujer atacada está experimentado placer, puede desinhibir los reparos que tenga el hombre y llevarle a cometer dicho crimen” (1996). Entonces, ¿Es el cine, en cualquiera de sus plataformas el que provoca o inspira a cometer crímenes contra las mujeres? ¿O el cine solamente representa historias reales o no, de sucesos humanos? Aún cuando sea última aseveración cierta, ¿es necesario espectacularizar el dolor, para fines de lucro de unos cuantos?
Lo cierto es que la industria del entretenimiento continúa produciendo contenidos en los que existe violencia simbólica del hombre sobre la mujer, y no solo en lo sexual, sino en lo emocional, social, económico, conyugal, familiar y laboral. En las historias se privilegia la postura del hombre en sus decisiones, control, estilo de vida, estatus y valores. Particularmente, en escenas sexuales, los diálogos, órdenes, castigos o iniciativas demuestran el dominio de los personajes masculinos. (13)
De ahí la importancia de no seguir reproduciendo los arquetipos o modelos femeninos que restan de valor o poder a las mujeres, comparadas con el dominio y control socioeconómico, físico y sexual de los hombres. Ya no se necesitan mantener los roles femeninos sometidos y objetivados en canciones, historias, series, películas, telenovelas, entre otros.
Por el contrario, en los géneros de todos los contenidos se requieren historias, diálogos, acciones o escenas que valoren y ofrezcan a las mujeres las mismas oportunidades de empoderamiento. Cómo olvidar, por ejemplo, el monólogo de América Ferrera en la película de Barbie (2023) en la que expresa los tabúes y cargas sociales que limitan el rol femenino como: no debes envejecer, presumir, ser egoísta, grosera, no fracasar, no ser impertinente, y además carga con culpas ajenas. Lo paradójico, es que eso sí es permitido en roles masculinos.
Otro ejemplo, es el monólogo de Laura Dern en la película de Netflix Historia de un Matrimonio (2019), en el cual concluye diciendo que la mujer siempre es juzgada desde un estándar más alto y diferente, al exponer las debilidades son aceptadas en los padres, pero que son inadmisibles en las madres.
Se necesitan diálogos como esos, expuestos en los contenidos mediáticos, en los que al menos se admita la posición desventajosa que tienen las mujeres solo por razón de género. Posiblemente, pueda abrir la puerta a explorar historias distintas en las que se representen de una manera más justa y equitativa ambos roles, tal vez entonces se pueda utilizar el efecto priming para influir de una manera más positiva la sociedad actual.
Por lo pronto, este 8 de marzo, si usted es hombre, recuerde no felicitar a las mujeres en su día. Ese día se conmemora la lucha de las mujeres por la justicia social, económica y laboral, a más de cien años de iniciada. Lo que sí pueden hacer los hombres es repensar el tipo de compañero que quieren ser, porque para formar el núcleo de la sociedad se necesitan dos, y ambos son valiosos.
POR DRA. DULCE ALEXANDRA CEPEDA ROBLEDO
Investigadora y Docente Universidad Autónoma de Tamaulipas