El problema número uno que determina el escenario mexicano para el próximo sexenio se llama Estados Unidos. Desde que el presidente Carlos Salinas de Gortari entregó la soberanía mexicana a los intereses económicos de geopolítica de la Casa Blanca con el Tratado de Comercio Libre, Washington se convirtió en el pivote de la existencia de México.
En los hechos, ninguno de los tres aspirantes presidenciales parece tener conciencia de la cuestión estadounidense. El emecista Jorge Aguilar Máynez no ve más allá del Palacio de Gobierno de Nuevo León, la opositora Xóchitl Gálvez Ruiz cedió la soberanía mexicana en su visita a Estados Unidos como precandidata para cobijarse del ala estratégica y de seguridad nacional de la Casa Blanca y la candidata oficial Claudia Sheinbaum Pardo no ha incluido entre las variables heredadas e inflexibles la relación con el próximo presidente estadunidense.
La agenda nacional de la crisis de México pasa, de modo inevitable, por Washington y por ello los candidatos deberían estar muy preocupados por definir con claridad el tipo de relación que se tendrá con la Casa Blanca. La economía se rige por el Tratado de cesión económica de Salinas de Gortari, la inseguridad es producto del motor que alimenta el narcotráfico en EU y el mundo: el consumo de drogas por la sociedad norteamericana, los cárteles mexicanos tienen sus células más importantes dentro de Estados Unidos y lo mismo comercian con droga enviada de México que están encargados del tráfico de armas de EU hacia México.
Los gobiernos de Miguel de la Madrid a Andrés Manuel López Obrador han carecido de una propuesta de modelo de desarrollo nacional y su correlativo o programa de desarrollo industrial por el atractivo de las exportaciones primarias y la dependencia vecinal que ahora estimula el nearshoring, lo que ha llevado aquí la planta industrial mexicana haya disminuido su participación en el componente de productos nacionales de exportación, lo que quiere decir que en ese largo periodo México ha sido el socio maquilador en mayor o menor medida de las necesidades de la economía estadounidense.
El problema migratorio tiene dos componentes: el nacional mexicano que revela la incapacidad de la economía para ofrecer empleos con prestaciones sociales a los trabajadores y la expulsión crónica de mano de obra hacia Estados Unidos y el estadounidense que se resume en la necesidad que tiene la economía americana de la mano de obra barata y explotada que llega de fuera para realizar los trabajos que los estadounidenses no quieren asumir.
A este problema se agrega la crisis de seguridad estratégica de la Casa Blanca desde la llegada de Bill Clinton al poder y el aislamiento de Estados Unidos al abandonar responsabilidades que tendría que asumir de la mano de la comunidad internacional para mantener la estabilidad mundial. Washington sólo interviene en aquellos países que ponen en riesgo su propia existencia o los intereses geopolíticos de su bienestar.
Los datos reales que se pueden leer en medios estadounidenses muestran que las figuras personales y bloques políticos de Joseph Biden y de Donald Trump sólo responden a lo que se define en su estrategia de seguridad nacional: la vigencia, dominio e imposición del american way of life o modo de vida americano. Los dos operan el mismo modelo de supremacía imperial: intervenir con impunidad y con violación de las leyes internacionales en aquellos países que ponen en riesgo el modelo económico capitalista que genera el confort del 60% de los americanos.
Los tres precandidatos presidenciales mexicanos tienen un común denominador: carecen de un pensamiento estratégico sobre los equilibrios del régimen mexicano y desconocen los resortes de la seguridad nacional de México respecto a Estados Unidos como eje de la soberanía. López Obrador rechazó los excesos de la Casa Blanca, pero aceptó la integración estratégica económico o militar.
Gane quien gane la Casa Blanca, México seguirá siendo un país subordinado a Estados Unidos.
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Política para dummies: la política debe ser nacional.
Por Carlos Ramírez