El 7 de noviembre de 1849, el gobernador tamaulipeco Jesús Cárdenas mandó se publicará el decreto del establecimiento de la Policía Rural en la entidad, para de esa manera darles seguridad a los campos y perseguir tenazmente a los delincuentes. Los cabos de este cuerpo serían los dueños de los ranchos, o en su defecto administrador o mayordomo.
En todos los municipios, los cabos nombrarían a subalternos de todas sus confianzas en los parajes que creyeran convenientes, dando cuenta al gobierno para su aprobación. En las próximas décadas, la policía rural tamaulipeca vivió uno de sus momentos más críticos, pues entre 1860 y 1870 los problemas financieros afectaron dicho cuerpo policiaco.
Años más tarde, el gobernador Alejandro Prieto (1888-1896), con el propósito de hacer frente al bandidaje, restableció a la policía rural en el Estado, para lo cual retomó los viejos decretos de 1826 y de 1849.
Esta estrategia formó parte de la política de modernización de las fuerzas armadas que promovió el gobierno de Porfirio Díaz, pues con el nuevo reglamento de 1880, se buscaba profesionalizar a los miembros de la policía rural y ejercer sobre ellos mayor control y disciplina.
Durante casi todo el porfiriato, la rural pudo controlar a las gavillas que merodeaban los caminos y campos, aunque también se persiguió a los disidentes políticos que se oponían al régimen de Díaz.
BANDIDAJE EN TAMAULIPAS
El surgimiento de la figura del bandolero se inicia a fines del siglo XVIII, época fundamentalmente de grandes desigualdades socioeconómicas, la miseria en sectores pobres, la falta de una equitativa distribución de tierras, la inestabilidad política, el maltrato que sufrían los trabajadores, empleados de los ricos hacendados, poderosos comerciantes y políticos, llevaron a algún personaje salido muchas veces del grupo de los ricos para defender a los pobres, poniéndose así en contra de la ley , desafiándolos y buscando amparo para los pobres.
Por lo general tuvieron un final trágico, perseguidos por gendarmes del estado y muertos en su huida, a veces traicionados por gente de su grupo, sus tumbas se convirtieron en objeto de veneración popular, convirtiéndose para todos los tiempos en justicieros de los pobres o luchadores sociales.
Desde mediados del siglo XIX la frontera norte de la entidad fue un punto donde se congregaron muchas de las bandas de forajidos, quienes representaban un gran problema tanto para el gobierno mexicano como para el estadounidense.
En 1877, el gobierno texano publicó una lista de cinco mil hombres buscados por la justicia y cuya guarida era el otro lado del rio Bravo.
Según nos cuenta el joven historiador Jaime Alberto Rodríguez, las motivaciones de esos salteadores eran el deseo de aventura, la facilidad de pillaje transfronterizo y la simple tentación de cruzar al otro país para que el hecho fuera tema de conversación. Otra de las causas del crecimiento delincuencial en esos años, era el querer escalar en una sociedad que los tenía marginados y con pocas oportunidades de superarse.
Los bandidos solían entender el comercio tan bien como los comerciantes a quienes proporcionaban mercancías robadas, y si se disgustaban podían ser fuertes competidores en los negocios. Dadas estas circunstancias, lo más sensato era llegar a un acuerdo. Las fechorías que cometían iban desde el abigeato hasta los homicidios cuando la víctima se resistía a ser asaltada o simplemente por placer. Como medida represiva de esos actos criminales,
El general Gerónimo Treviño jefe de la Zona Militar comenzó a erigir puestos militares en Tamaulipas. Esto fue sólo un intento de frenar el bandidaje, pero no fue el remedio del problema, pues los salteadores continuaron delinquiendo.
MUCHOS CRUZABAN DESDE SAN LUIS POTOSÍ
Las constantes revueltas que hubo en los gobiernos de Lerdo de Tejada y en los primeros años del de Porfirio Díaz, trajeron como consecuencia el declive de muchas poblaciones a orillas del camino San Luis Potosí–Tampico, pues se convirtió en un lugar idóneo para ser constantemente atacado por sublevados al gobierno o bandoleros de la región, que aprovechaban la confusión política para cometer fechorías.
Todo eso influyó para que muchos de sus habitantes cambiaran de residencia en busca de garantías. Don Policarpo Castillo relata en sus memorias que, debido a los ataques de esas gavillas, su padre don Casimiro Castillo y su familia, se vieron obligados en 1879 a abandonar la población de El Lagarto y establecerse en el Rincón de los Difuntos o de las Gallinas, rebautizado el lugar años después como El Refugio.
El cronista Abelardo Castillo Bautista, nieto de don Policarpo, aseguraba que, según relatos familiares, la gente de Antiguo Morelos les empezó a llamar “garreros” a esas bandas, por su forma mísera de vestir.
Muchas de esas personas se enrolaban en ese tipo de revueltas para ver que hurtaban, y les juraban lealtad a los cabecillas de acuerdo a sus conveniencias. Muchos de los “garreros” eran personas errantes, cazadores de fortuna. Otra de las poblaciones afectadas fue el extinto Charco de Piedra o Paso de Piedra, rancho que se localizaba al lado Oriente de El Lagarto.
La población también tenía mucho comercio, por estar a orilla del camino nacional San Luis-Tampico. Desde esa época, la gente los empezó a conocer como “garreros”, sobrenombre que permaneció en la cultura popular, y que años después fue representado por los hermanos Cedillo y los Carrera Torres, en la época que el gobierno de Carranza los consideró bandidos.
LA BANDA DEL COYOTE
El 16 de septiembre de 1886, como a eso de las tres de la tarde, en un punto llamado Santo Domingo, en la región de Lampazos, atacó la gavilla de Juan Rodríguez “Coyote” al capitán de auxiliares José María Herrera, resultando muertos en el combate el mencionado bandido; el titulado capitán Vela, el cojo Juan Ramos, Juan Villarreal, Paulino Chávez y tres bandoleros más que se ignoraba sus nombres.
Estos individuos tenían asolada la frontera entre Nuevo León y Tamaulipas. Según el parte del general Bernardo Reyes, tras el enfrentamiento, se les quitaron a los bandoleros 8 carabinas Henry, 20 caballos y 32 sillas, mientras que las fuerzas del gobierno resultó herido un soldado auxiliar y muerto el caballo del capitán Herrera. Con esta acción, Reyes se convenció de que había desaparecido el bandidaje, sin embargo la paz no se concretó, pues tras la muerte del Coyote, surgió un nuevo brote de bandidos, con los Zuazua, Fructuoso García, Eufemio Sánchez y Pedro Dávila.
Para fines de septiembre de 1886, los pocos dispersos de la banda del Coyote huyeron a los diversos pasos del rio Bravo, yendo el mayor número rumbo al Paso del Pan, donde al parecer se encontraron con otra partida de auxiliares del gobierno.
Días después, el periódico “El Cronista de Matamoros” informó que cerca de Laredo había acontecido un enfrentamiento entre fuerzas de la federación y hombres de Pablo Quintana, resultando muertos un tal Farías, celador de la aduana y un policía, mientras que Quintana también dejó un muerto.
Según Patricia Galeana, más que bandoleros, eran sublevados contra el régimen de Porfirio Díaz.
BANDIDOS EN EL SUR DE LA ENTIDAD
El historiador Jaime Rodríguez señala que, más o menos por esas épocas, se supo en la región huasteca de Tamaulipas, de un tiroteo entre un Cuerpo de Rurales y un grupo de bandidos liderados por un tal Sifuentes, alias “el Norte”, y su acompañante Pablo Ibarra.
En el enfrentamiento, cayeron muertos los oficiales Jesús Selvera y Estanislao Balderrama, cuyas familias recibieron una compensación de doscientos pesos. Los bandidos irrumpieron en Tancasneque.
Por tal motivo, el general Manuel González, propietario de una poderosa hacienda de esa región, ordenó a su servidumbre cooperar con las fuerzas rurales en la persecución de gavillas. Para agosto de 1882, fue asesinado de un balazo en ese mismo municipio de Tancaxneque o Tancasnequi, como también se le llamaba a esa extinta villa, don Telesforo Moran.
El difunto pereció mientras dormía en su lecho. El asesino se denunció así mismo, gritando al consumar el crimen: “Aquí va Genaro Barrón; el que sea hombre que lo persiga”.
LAS GAVILLAS EN LA REVOLUCIÓN
Durante la revolución mexicana, los grupos rebeldes eran considerados por los gubernistas como “gavillas” aunque era más bien grupos de disidentes. Un periódico de la capital mexicana, publicaba en abril de 1912 un informe del gobernador Argüelles, en el que hacía referencia a una gavilla de rebeldes capitaneada por Rómulo y Eugenio Cuellar, e Hilario y Antonio Echazarrea; mientras que Ocampo operaba Federico S. Montelongo y en Quintero Fernando López.
El 15 de mayo de ese mismo año, el gobernador potosino Rafael Zepeda informaba al Secretario de Gobernación que según el coronel José Ignacio Azcarate, de Ciudad Valles, unas gavillas tamaulipecas entraron al estado por Las Pitas, rumbo al Choy y caminaban hasta la ciudad en completo desorden. Por tal motivo se mandó a cincuenta hombres del primero de carabineros para que le saliera al paso y repatriarlos rumbo a Antiguo Morelos.
POR MARVIN OSIRIS HUERTA MÁRQUEZ