19 abril, 2025

19 abril, 2025

Tráiler para mordidos en una nalga

CRONICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

A muchos de nosotros nos ha mordido un perro. Si nos pudiéramos reunir, los mordidos por un perro, y discutir cómo es que cada quien llevamos esa circunstancia, llenaríamos un estadio y dejaríamos gente afuera. Haríamos una segunda temporada los mordidos en una nalga.

Con la facilidad con que aquel perro de la infancia, la ventaja y la impunidad sorda con que me mordió, pienso que otro perro hará lo mismo. En cualquier momento de mi existencia me mordió un perro pero juré no decir nada. En realidad soy un fugitivo de los perros y, ellos, ignoro la manera en que saben de mi pasado mordido por un perro, pero lo saben.

Así que luego de ser mordido por un perro se dispararon mis aventuras con ellos. Compré dos perros gigantescos, tuve de todos tamaños para consolidar mi relación con ellos. Lo he logrado a medias.

Para superar el trauma de mordido por un perro la víctima pasa por lo mismo. Dicen. Así que me fui a un callejón en barrio alejado del centro de la ciudad. Anduve entre perros que se agarran a riatazos en Ia esquina mientras me tomaba una caguama. No es lo mismo.

Entre los perros no hay psicólogos, ni a quién preguntar sobre el rencor del perro aquel de la niñez que me hizo llegar llorando a la casa. Volví a pasar por la misma calle miles de veces. Se rumoró que se habían llevado el perro al rancho donde había matado a un caballo. Duré años diciendo que a un elefante.

Desde entonces otros perros han intentado morderme o soy quien lo imagina y veo en ellos a aquel can de mi niñez mientras caminaba a media calle. Aquella vez corrí bien recio como nunca, no vi obstáculos que yo recuerde, antes de que cantara un gallo iba llegando a la esquina cuando sentí la mordida.

El perro que me mordió debió salir como un rayo del vecindario a toda velocidad, a la calle y en segundos ver si no venía carro, y dando un fenomenal salto de longitud, me mordió una nalga. Lo recuerdo como si fuese ayer y cada vez que veo un perro.

Hoy debo aclarar que veo las cosas distintas pues los perros contemporáneos soy muy pacíficos y es raro que muerdan a un noble y leal ciudadano con INE para votar y todo en orden. Saben que de morder a un cristiano podrían ir unos cuantos días a la perrera y si fuese necesario les darían Jaque mate.

Checado en renave y en el registro público de la propiedad como si fuese un inmueble, el ciudadano sabe que en cualquier calle sale un perro de los que andan en la basura. Pobrecito. Si uno se acerca mucho, corre y no vuelve a verlo uno.

Hay perros sospechosos a los que uno injustamente les saca la vuelta. Hay perros que lo persiguen a uno hasta las últimas consecuencias. Hasta que muerden. Perros de guardia, perros de moda, perros solitarios, perros de pelea, perros prófugos del anexo, perros sin dueño y sin sueño, perros de peluche en un bolso de guchi, perros policías, perros del hogar y del patio, perros falderos, perros de agua, de cantina, de taqueria, y de carnicería.

En el barrio hay perros predominantes cuyo carácter fue transmitido al resto del equipo de casa. Un día llegó un perro chueco y todos renqueando. Hay perros mordidos por otros perros, garrapatas con perro. Barrios donde no es recomendable pasar pues todos los perros tiran guante. Esa es la lección de sobrevivencia.

En cambio hay ciudadanos mordidos por un perro de todos calibres y edades. Como en muchos oficios, sólo quienes fueron mordidos por un perro pueden oficiar misa. Bien aventurados los perros que no muerden. Un perro que muerde no desconoce el broncón que se echó encima, a eso se dedica.

Un hombre mordido por un perro llevará el estigma, el ligero dolor en la memoria, esa pequeña ofensa que no ha crecido, la mordida que se ha vuelto tierna, vivencial y afectiva parte de su vida.

HASTA PRONTO

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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