En estos días de Semana Santa, que hemos tenido el tiempo para realizar ciertas reflexiones espirituales, o al menos esa es la razón por la que tenemos “vacaciones” en primavera.
El objetivo es reflexionar en la penitencia, la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
Tal vez, estimado lector no sea usted muy creyente, o tampoco sea católico siquiera, pero ciertamente, alguna vez ha sentido la necesidad inminente de orar ante quien usted crea.
Especialmente esa necesidad llega cuando pasamos una crisis, una enfermedad, despidos, la muerte de un ser querido, etc. Son situaciones de la vida que nos obligan a hacer un alto y mirar al cielo.
Algunas veces, esa necesidad se puede canalizar en tres maneras de hacer oración. La primera, en la que rezamos un rosario completo, o las oraciones que típicamente debemos aprender en la religión católica, aunque suene monótono y aburrido. La segunda, una oración más personal con El Creador, pero parecida a una lista de mandado en la que le solicitas ayuda con a, b, c y d problemas.
Es común es rezar o meditar para conseguir algo de interés como sentirse bien, o conseguir una necesidad egoísta como tener una pareja, dinero, poder, o el mismo cielo.
La tercera manera, lejos de toda esa parsimonia religiosa, y más cerca del estilo del new age, utiliza la fuerza de la atracción, haciendo meditaciones y afirmaciones del tipo: “Por el poder de 7 veces 7, todo lo que es adentro es afuera, todo lo que es arriba, es abajo, y yo decreto abundancia sobre mí y mi familia, decreto bendiciones y dinero, salud y que regrese a mi todo lo que me pertenece, por derecho de conciencia. Yo corto lazos con toda la escasez y le pido al Universo que me muestre toda la abundancia que me puede traer”.
Sin embargo, casi siempre se interponen excusas para postergar los momentos de oración, tales como: no tengo tiempo, estoy rodeada de personas, ya no me acuerdo cómo se reza, tengo mucho que hacer, me da pena, mejor hasta el domingo que vaya a la iglesia, no soy digno de ir y pedir, qué voy a decir si ya no me acuerdo de las oraciones, etc. Todas estas, son manifestaciones de
egocentrismo espiritual.
Es estar más centrados en el “yo”, y en las necesidades propias, que en la adoración a quien sea que creas. El egocentrismo, de acuerdo con la Real Academia Española es una “exagerada exaltación de la propia personalidad, hasta considerarla como centro de la atención y actividad generales”.
Este mismo egocentrismo no es exclusivo de quienes viven alejados de sus creencias religiosas. Aún quienes practican frecuentemente su religión, pueden padecer esta carencia de amor.
Maribel Rodríguez en su libro: Más allá del narcicismo espiritual (2021), señala que “Se pueden dar charlas de espiritualidad, hablando de compasión y de amor, pero no son capaces de captar el dolor de otro ser humano cuando pide ayuda. El impedimento a su solidaridad es que están muy ocupados con sus grandes planes e importantes actividades sobre la espiritualidad. O bien, dicen que ayudan a otros, pero no se muestran realmente cercanos hasta que haya un público mirando, pero sin entender ni tolerar el dolor del otro”.
Es por eso, que una buena manera de orar, especialmente en esta temporada de Semana Santa, es siendo muy consiente de las heridas propias, las que nos mantienen vulnerables. Hay que recordar que Dios no nos necesita, somos nosotros los que necesitamos de Él. Pero el camino para llegar a Él es la humildad. Es por eso que, en el momento de oración, más que pedir y rezar monótonamente o incluso de manifestar lo que quieres; lo que realmente ocupas es mostrarte vulnerable con tu creador.
De acuerdo con Ana Alegría (2024), “ser vulnerable significa exponerse, desnudar el alma y mostrarse transparente; conlleva correr el riesgo de no ser aceptado por los demás.
No obstante, la vulnerabilidad es el único camino hacia el otro, y atreverse a transitarlo es, sin duda, un acto de valentía”. Cuánto más si ese “otro” es Dios.
Y justamente, en esas crisis de la vida que mencionaba al inicio de la lectura, esas que obligan a mirar al Creador, San Juan De la Cruz (1579) escribía: “Al atravesar conscientemente las propias sombras, se contacta con las heridas, que pese a ser dolorosas, nos llevan a una visión más realista de nuestras dimensiones de egocentrismo, vanidad y soberbia que la pretenden tapar. Por eso es preciso contactar con los verdaderos dones y luces para llegar a la identidad y sentido propio del ser, valorándose siendo quien realmente se es”.
Continúa: “Este camino va a ir llevando al hombre a un modo diferente de percibirse a sí mismo, aprendiendo a descentrar la mirada de sí -porque es ahí donde corre el riesgo de encerrarse en su egolatría o de asfixiarse en su miseria- para ponerla en Dios y despertar, potenciar y fortalecer en nosotros al hombre nuevo” (San Juan De la Cruz, 1579).
Es entonces como descubrir y comprender nuestro propio egocentrismo, es una buena forma de entender el egocentrismo de quienes nos rodean, no para señalarlos o humillarlos, si no para aprender a relacionarnos más adecuadamente con todos. No es para juzgar al otro, si no para entender al otro: si yo tengo una debilidad, tengo la voluntad de cambiarla; y así saber que el otro también puede transformar la suya.
Las vulnerabilidades o debilidades no nos hacen ser peores que los demás, por el contrario, pueden ser una fuente de autoconocimiento, que posibilita una mejor comprensión de uno mismo y de la realidad de los demás. La fragilidad no es debilidad, sino que es igualdad, por muy profunda que se tengan las heridas. Recordando lo que decía el místico musulmán Rumi: “La herida es el lugar por el que la luz entra en ti”.
Vicente Merlo (2012) decía que, si Dios nos habita en lo más profundo de nuestro ser, entonces podremos vivir y decir que la naturaleza humana, lejos de ser defectuosa, es esencialmente maravillosa, sagrada y perfecta en su imperfección. Si la meditación puede revelarnos Su presencia en nosotros, entonces la autoestima no dependerá de la aceptación de otros y las relaciones con ellos, ni de que mi salud vaya mejor o peor; sino de la certeza de ser una fuente inagotable de belleza, de amor, de compasión y de gozo, al reconocerte hijo de Dios.
Ya sea que se logre o no este punto de gozo espiritual, el darnos cuenta de los propios engaños, debilidades y distorsiones puede irnos haciendo más libres para descubrir la verdad de nuestra existencia. Ofrecer esto a Dios en oración, ayuda a transformarnos y liberarnos de las limitaciones de un Yo Falso.
Maribel Rodríguez (2021) decía: “El llegar a ser quienes realmente somos, fieles a nuestra auténtica naturaleza, parece ser la única forma de ser libres y encontrar plenitud en todas las facetas de la vida, para trascender las parcelas narcisistas que podamos tener”.
Es por ello que, en estos días de celebración de la Semana Santa y las Pascuas, es el momento ideal para, en la tranquilidad de la oración, reconocer nuestras debilidades, valorarlas y ser autoconsciente. El ejercicio es exponer estas debilidades en la íntima oración, para que sea Dios quien las transforme y finalmente, encontrar esa libertad y plenitud espiritual. Después de todo, justo para eso es la Semana Santa.